(Para Manuel Santomé que la quiere mucho, para Bambo que la vió entera de un saque hace poco)
Fuera de Radar. Volumen 3: Boyhood, película de Richard Linklater
El concepto de la película es simple, filmar el crecimiento.
Desde la infancia al momento en que llega a la universidad un chico.
¿Porqué una idea tan simple nadie lo intentó antes?
Tal vez Truffaut, tal vez.
(¿Boyhood tiene ecos lejanos pero palpables de aquellos 400 golpes y de aquella corrida final en blanco y negro?)
La “infancia” para Richard abarcarían unos 13 años, digamos desde los 5 a los 18. Nosotros, espectadores, seguimos de cerca el crecimiento de todos los actores en pantalla, los vemos envejecer.
Ni mas ni menos que lo que Andrei Tarkovsky denominó “esculpir al tiempo”, la gran tarea de todo cineasta “espiritual”.
Richard Linklater lo es.
Muchas obras destacadas: Rebeldes y confundidos, la trilogía de los before (Antes del Atardecer, Antes del Anochecer y Antes de la medianoche) y Slacker solo por tirar títulos con peso específico.
|Te podría interesar: Fuera del radar. Vol. 2: ‘El demonio de Neón’ (‘The Neon Demon’), de Nicolás Winding Refn
¿Puede ser que el tiempo sea el factor central en estas películas?
También tiene Richard su faceta experimental, una obra debut transgresora que definió la movida de cine alternativo de la década del 90, mostrando esos años de forma innovadora, con largos planos secuencias y personajes que parecían extraídos de un documental; Slacker puso a Linklater en ese pelotón de autores norteamericanos relevantes y llenos de cosas para decir con fuerte impronta de la nouvelle vague, como Jim Jarmush, Quentin Tarantino o Halt Hartley.
Linklater siguió experimentado, ya consagrado como director, eso es valioso. Sin temor, haría tensar la cuerda con dos películas de animación existencialistas (Un mirada en la oscuridad y Despertando a la vida) y una gran película hecha con tres actores en un cuarto de hotel (Tape). También una historia sentimental de hermanos delincuentes (La pandilla Newton) y una obra de teatro filmada (Suburbia) entre otras cosas “raras”.
¿La película Boyhood, trata de ser la síntesis de todo lo anterior?
Por el desafío.
Por lo complejo.

La película empieza con una escuela primaria, una casa en los suburbios, bicicletas, familias disfuncionales, padrastros alcohólicos, graduación con gorro y toga, soledad y vacío. Es interesante la visión lateral de los sucesos puestos en pantalla. Miles de momentos que el director pudo elegir mostrar, de 13 años de historia de un nene que se hizo adulto que quedaron afuera, para siempre afuera.
Quedan fragmentos de recuerdos, diálogos irrelevantes, momentos de vagabundeo, miradas silenciosas, cosas que podrían no estar, fusionados a la primera pelea entre el padre ausente (enorme Ethan Hawke) y la madre de Mason quedando claro que el sueño del chico “de una mama y un papa” convencional, no será posible.
¿Porqué nos muestra Richard la visita a la tradicional y texana familia de la segunda mujer del padre?
Mason recibe una biblia y una escopeta de regalo. Hitos, casi siempre mostrando desaciertos de pareja. No está en pantalla el primer beso, la primera vez sexual, la primera borrachera, el primer gol en el fútbol americano.
Ni de casualidad.
Está la fiesta en donde conoce a la noviecita (Sheena) que se caracteriza por no decir palabras superfluas, no hablar pavadas, no intentar llenar los vacíos.
¿Esa búsqueda implacable, eso es el adn Linklater?
Una sensación: Esta misma película, con una hora menos, podría pegar mucho más, pero Linklater la quiso así y el sabrá porqué.
La escena indeleble:
Cerca del final, con la llegada al college, Mason va a recorrer montañas cercanas al campus, junto con una compañera nueva, recién conocida y sin explicar nada, irrumpe una gran reflexión existencial Linkleteriana pura:
“solemos hablar del Carpe diem, de disfrutar el momento, pero el momento nos disfruta a nosotros, y no al revés”.
No podemos decir que importa, la vida misma nos marca que le interesa que valoremos de veras, que aprendamos.
El carpe diem al revés. El posta.