Todo sucede ante nuestros propios ojos. El pequeño Mason pasa, de un momento a otro, a parecer un tanto más grande y maduro. Pero no es otro actor el que lo interpreta. Es exactamente la misma persona. No es secreto que el genio detrás de Boyhood, Richard Linklater, produjo y dirigió esta película a lo largo de 12 años, lo que sí por momentos se oculta es su por qué. No hay necesidad de desentrañarlo, cada artista es libre de hacer con su obra lo que le parezca. En cambio, sí es necesario comprenderla como lo que es: una de las mejores películas hechas desde el inicio de siglo.
Boyhood condensa toda la filosofía del cine de uno de los más grandes autores contemporáneos en sus casi tres horas de duración. Richard Linklater siempre pensó al arte cinematográfico como una manera de demostrar cómo funciona lo único que es intangible y a la vez importante: el tiempo. En definitiva, el cine es tiempo. Son los reconocidos 24 cuadros por segundo que enmarcan la acción que cierta persona decide mostrar (y las que no también cuentan).
Ésta es una de las pocas películas que permiten que el espectador sienta y reconozca de primera mano al cine. Lejos está Boyhood de retratar una vida espectacular, salida de los márgenes y sin precedentes. Allí es donde justamente reside su magia. Es decir, ¿Por qué es tan llamativa y atrapante si, literalmente, cuenta una historia común y corriente? Y hoy en día quedan pocas películas que abran paso a tal incógnita y a una puerta que libere todavía más preguntas.

Ir en contra de lo previsto
Si algo caracteriza la carrera de Richard Linklater es, justamente, su capacidad para ir por fuera de lo previsto. Desde el simple hecho de nunca mudarse a Hollywood hasta afrontar la peor forma posible de producción para películas en cuanto a tiempo y dinero, Linklater siempre permaneció por fuera de lo establecido en cuanto al mundo del cine y el espectáculo. Es esa diferenciación lo que permite reconocerlo y lo que lo hace especial.
Claramente no es lo mismo intercalar de actores en una producción para mejorar su eficiencia y tiempos que ir realizando pequeños rodajes durante 12 años para un mismo producto final. De ninguna manera se toma como un capricho ni mucho menos, sino que se trata de formas. De modos de construcción de un mensaje. Son más bien maneras de un saber hacer diferenciado y específico para lograr un solo cometido: crear arte.
No es por nada que una inmensa cantidad de gente piense que en Boyhood nunca pasa nada. Tampoco es casualidad que muchas veces los personajes narran situaciones que el espectador nunca vió. Es allí donde Linklater crea ese juego entre la historia y cierra su mensaje, afirmando que no se trata meramente de “los mejores momentos de la vida de Mason”, sino, más bien, de “los detalles que llevaron a Mason a convertirse en persona y a conocerse”.
Sumado a esto, la magia de Boyhood reside en que los espectadores la pueden tomar, concebir y pensarla de maneras diferentes. Es de esas películas con una interpretación por persona. Cada quien sabrá dónde y cómo posicionarse ante las situaciones que se le presentan en pantalla. Las cuales, dicho sea de paso, no están narradas al azar.
El tiempo como eje

No le hace falta a Linklater crear atmósferas específicas o llevar a cabo una narración no lineal. Si la forma en la que se concibe la vida es viendo el tiempo pasar, en Boyhood tiene que suceder lo mismo, generar la misma situación. La película no es más que la vida misma. El tiempo toma muchas formas en este largometraje. Principalmente, es el encargado de llevar la narración durante todo momento. Ésta omnipresencia del tiempo y su finitud permite comprender a cada personaje como un mundo diferente, con sus preocupaciones, sueños, esperanzas y deseos.
El paso del tiempo no se demuestra al azar. Además de ser el encargado de llevar la trama por excelencia, también delimita ciertos parámetros que permiten pensar a Boyhood mucho más que una película. El tiempo pasa para todos los personajes, eso es indiscutido. La particularidad de cómo Linklater piensa al tiempo, casi de forma religiosa y con el respeto que se merece, tiene correlación directa con su forma de encarar el proyecto mismo. El arte del cineasta tal y como se la imaginó: el paso del tiempo solo se puede demotrar realmente mediante el paso de los años.
Ya sea en su faceta más comercial o en su lado púramente artístico y expresivo, el mundo del cine siempre tuvo la suerte de tener a un Richard Linklater. Un distinto, un diferenciado. No necesariamente un pretencioso o rebuscado. Sino, más bien, un legendario. Entrañable, distinguido, nostálgico por momentos, romántico, sorprendente. Adjetivos, tanto de la carrera del cineasta como de Linklater mismo. Por su parte, Boyhood, el punto cúlmine de su carrera, y una de las más grandes películas jamás hechas.
