Desde que Veronika Franz y Severin Fiala se dieron a conocer con Goodnight Mommy en el 2014, su estatus como la dupla esencial del terror psicológico no paró de solidificarse. Tal reputación continuó ganándose todos los aplausos con The Lodge, y, este año, alcanzó su pico cuando los cineastas se llevaron el Sitges a Mejor Película por The Devil’s Bath. Su última creación cumple con todas y cada una de las normas del folk horror, pero no se estanca en sus lugares comunes y construye un relato que no necesita de monstruos externos para alterar la psiquis del espectador.
La historia se sitúa en la Austria del siglo XVIII y sigue a Agnes, una joven ansiosa por contraer matrimonio y formar una familia. Una vez casada, las presiones de convertirse en una esposa ejemplar no la motivan, sino que la ahogan, y la soledad la lleva a los lugares más recónditos y profanos del bosque.
Lo primero que cabe destacar de The Devil’s Bath es la convicción para con el ritmo ralentizado de su propuesta. Franz y Fiala se deleitan en el lento desarrollo de los alarmantes procesos psicológicos que tienen lugar en la protagonista, y extienden su martirio hasta lo insoportable. Esto, según la subjetividad del espectador, puede significar tanto un gran logro narrativo como una falla atroz. Se trata de un filme molesto para aquellos que adoran las tramas aceleradas, pomposas, y repletas de sucesos estridentes. En cambio, es un deleite absoluto si el público prefiere los descensos paulatinos al abismo del horror. En cualquier caso, siempre es bueno aplaudir a los autores que priorizan el cumplimiento de su visión personal por encima de buscar la satisfacción ajena.
Acerca de esto último, otra de las conquistas de la película se relaciona con una de las reflexiones que Paco Plaza compartió en su conversatorio con el Festival Rojo Sangre. El director estrella del cine de terror español explicó que el encanto de las producciones realizadas fuera de Estados Unidos gana al ignorar los tropos comerciales y apostar por la exhibición de su propia cultura. El análisis es brillante, y The Devil’s Bath es su mejor ejemplo. Con la ayuda de varios historiadores, la dupla de directores llevó a cabo un esfuerzo descomunal para retratar la cosmovisión del siglo XVII europeo con la mayor exactitud posible, y los resultados no solo se reflejan en las locaciones grandilocuentes (el bosque, el pueblo, la iglesia, el lago), sino también en el poder de las imágenes menores.
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En otras palabras, el título sobresale gracias al carácter asfixiante de los grandes espacios, pero logra sus mejores momentos en los detalles. Un dedo obsequiado a Agnes como amuleto para la fertilidad, una mujer ejecutada por infanticidio y transformada en monumento, un Niño Jesús de cera que se derrite y muchas otras imágenes impactantes concentradas en objetos o cuerpos. Así, se logra un balance perfecto entre el horror de lo abismal y de lo específico, dos vertientes que encierran a la protagonista y no le dejan escapatoria alguna.
Las proezas de The Devil’s Bath no dan respiro a quien es testigo de ellas, y su amalgama sintetiza la victoria mayor: una maravilla del terror psicológico que se abstiene de incubarse en entes externos, y nunca abandona el cuerpo de la protagonista. Mientras los últimos minutos de la película dan los toques finales a la trágica historia de Agnes, uno no puede evitar preguntarse donde encasillar lo espectado, porque Franz y Fiala revisten los desconsuelos humanos de un color paranormal que nunca termina de volverse tal. De esta manera, engendran un monstruo desde la psiquis que siempre parece estar a punto de materializarse, y entonces, nos recuerda que solo es un mal del pensamiento, resaltando el potencial de la mente como eje del horror.

Nuestra puntuación de la película
5.0 out of 5.0 starsFicha técnica
- The Devil’s Bath (2024)
- Dirección y guion: Severin Fiala, Veronika Franz
- Elenco: Anja Plaschg, Maria Hofstätter, David Scheid
- Fotografía: Martin Gschlacht
- Edición: Michael Palm
- Música: Anja Plaschg
- Duración: 121 minutos
- Nuestra opinión: Excelente