El ser humano tiene pocas herramientas para enfrentar el vacío inexorable de la muerte, y el arte es una de ellas. El cine, la música, el teatro, la literatura. Todos estos espacios reflexionan sobre el fin de la vida, y uno siempre puede encontrar una representación que materialice la catarsis que mejor le calza. En esta crítica de El Polvo, revisamos la creación que Nicolás Torchinsky presentó en la competencia Estados Alterados en Mar del Plata. Mediante el vaciado del departamento de una persona muy querida que falleció, el director nos invita a reflexionar sobre los pequeños retazos de vida que quedan en las cosas materiales que los difuntos dejan atrás.
Luego de la muerte de July, una mujer trans amada por quien la conociese, su familia desarma el hogar donde vivió. Entre vestidos, pelucas, fotos, cartas y discos, dilatarán la despedida definitiva trazando una cronología de la vida de July compuesta por el eco de sus pertenencias.
La vida como polvo
Al ser este un documental sobre los objetos también trata sobre el detalle. Por eso, no es de extrañar que nos hable desde su título. El polvo es más que la mera sustancia que se junta cuando desaparece la actividad humana. Es lo inasible, o lo que una vez palpado apenas con la punta del dedo, carece de la posibilidad de volver a su forma original. Con cada segundo de metraje, comprendemos que July tenía la personalidad incapturable del polvo y que, como este, tocó corazones que nunca volverán a ser lo que fueron.
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Con el rompecabezas de los relatos de sus seres queridos, la figura de July se reconstruye con cada anécdota, recuerdo y conversación. Ni siquiera vemos sus caras cuando hablan de ella. Nos basta escuchar la añoranza en su voz, u observar el amor con el que tratan y hablan de sus posesiones, para entender que, además, ella comparte con el polvo esa cualidad de nunca desaparecer del todo, incluso cuando se disipa.
Sentidos que se deshacen y rehacen
Además, a través de la interacción de cada allegado con el departamento de la difunta, los objetos y los espacios de la casa se resignifican y convierten en fragmentos de las pequeñas cosas en las que July todavía vive. Sus filmaciones en el teatro, las cartas de su exilio en Brasil, los diarios de manifestación y los vestidos que la reafirmaban en el devenir mujer. Cada cosa contiene una prolongación de July en el futuro infinito. En su arte que perdurará en todos los que la vieron, el amor que vivirá para siempre en el corazón de la persona que lo recibió, y sus deseos de existir como mujer y existir bien que, encarnados en cartas al universo, se hacen etéreos y exceden los cortos tiempos del paso humano en esta vida.

Es complicado escribir una crítica de El Polvo. Para mí resulto ser, como dije al principio, una creación artística que te lleva inevitablemente a la catarsis. Una representación sobre la muerte que no es a medida para tal o cual persona, sino para todos. El relato que se cuenta y la forma en la que se cuenta es tan íntimo que te hace partícipe de un duelo que al principio es ajeno y luego compartido por todo el público. Lo importante es la emoción. Pero si tengo que decir algo de la formalidad y la teoría, destaco que el documental absorbe cada objeto cotidiano que presenta en pantalla y lo reconvierte en una materialidad viva. Desde la pared descascarada hasta el cassete de música brasilera, todo se vacía de su significado original y cobra múltiples otros. En otras palabras, sí, hace cine. Pero va mucho más allá de eso.
FICHA TÉCNICA
El polvo (2023). Dirección y guion: Nicolás Torchinsky. Elenco: July Regina Romero, María Luisa Varela, Santiago Torchinsky, Daniel Busato, Víctor Anakarato. Fotografía: Baltasar Torcasso. Edición: Lorena Moriconi. Música: Pablo Butelman. Duración: 73 minutos. Nuestra opinión: Excelente.
Esta crítica forma parte de nuestra cobertura del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 38