¿Quién no eligió una película por su duración? ¿Quién no decidió ver una serie dependiendo su número de temporadas y episodios? Al momento de seleccionar una obra, el espectador tiene en cuenta su extensión porque la cultura ya no se prioriza por la calidad, sino por la cantidad. Sin embargo, existen excepciones que hacen temblar la industria. Así fue el caso de The Brutalist, que en esta temporada no solo se llevó tres Globos de Oro (entre ellos Mejor Película Dramática) y obtuvo diez nominaciones en los Oscar, sino que, además, generó controversia por durar 3 horas y 35 minutos con un famoso intermedio.
The Brutalist fue dirigida por el estadounidense Brady Corbet, quien la filmó en 34 días. Aunque lo parezca, no se trata de una historia real, sino de una ficción que escribió durante 7 años junto a su pareja Mona Fastvold. La película se centra en László Toth (Adrien Brody) un arquitecto húngaro judío que huye de la Europa de posguerra y encuentra refugio en Estados Unidos. Se instala con su primo, quien vive ahí hace años y se une a su empresa de muebles, ya que necesita un trabajo, pero también porque está familiarizado con este universo. Ahí conoce a un oligarca americano que admira su talento y le ofrece la posibilidad de poner en práctica su pasión. A pesar de las oportunidades que se le ofrece, no puede dejar atrás a su país, o, mejor dicho, a quienes quedaron allí: Erzsébet, su esposa (Felicity Jones) y Zsófia, su sobrina (Raffey Cassidy).
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El relato se divide en dos partes, ya que cuenta con un intermedio de 15 minutos. No solo cumple su propósito de ofrecerle un espacio al espectador, sino también de generar un punto y aparte en la historia. La primera mitad titulada “El enigma de la llegada” se centra en el arribo de este arquitecto a un país desconocido, pero del que ha oído hablar. Decide confiar y no desarmar sus expectativas. Sin embargo, no quiere vivir su “sueño americano” en soledad.
Cada carta que recibe de su esposa mantiene viva la esperanza de reencontrarse con ella. La primera aparición de este personaje se da durante el intervalo, ya que protagoniza la imagen que se exhibe junto al temporizador. Se trata de una foto en blanco y negro del casamiento entre László y Erzsébet. En las afueras de una sinagoga que tiene escrita en hebreo “Esta es la casa de Dios”, están rodeados de familiares, entre ellos, Zsófia. Esto no es casualidad. El director quiere que el público tenga la certeza de que se volverán a ver. Los obliga a esperarlo para reforzar la conexión emocional con la historia. Si László Toth tiene ilusión, ¿por qué el espectador no la va a tener?
En la Era del consumismo rápido, se plantea un intervalo para repasar lo que ha sucedido hasta el momento. Hay lugar para la reflexión. En el siglo pasado, las películas pedían introspección. En otras palabras, The Brutalist retoma una tradición.

¿Cómo es vivir el intermedio de una película?
No todos han tenido la oportunidad de vivir una experiencia como esta. En lo personal, presencie el film en una la función de prensa. Cuando el intervalo apareció, los espectadores (en este caso, los críticos) se dividieron en dos. Por un lado, hubo quienes aprovecharon los 15 minutos para ir al baño o comprarse algo para comer o tomar. Incluso algunos salieron del cine en busca de algo en específico. Los que tomaron esta decisión, llegaron segundos antes de que comience la segunda parte. Se arriesgaron y les salió bien. Después, por el otro lado, estuvieron los que le dieron un uso simbólico a la intermisión. Aquellos que permanecieron sentados con la vista fija en la pantalla o en sus celulares. Pero el hecho extraordinario se da cuando el temporizador está por marcar su final.
La sala se prepara para la llegada de la segunda parte. Los murmullos quedan opacados por un ruido que proviene de la pantalla. Algo se acerca, pero la audiencia aún desconoce qué es. ¿Música esperanzadora? ¿Trenes? ¿Acaso se trata del esperado reencuentro? Y ciertamente lo es. En la segunda mitad titulada “El núcleo duro de la belleza” llegan su esposa y su sobrina. Ahora, junto a su familia, László Toth se compromete con este país lleno de promesas. Pero el “sueño americano” se desvanece porque se golpea con la realidad: ni su talento ni dedicación garantiza pertenencia. Su adicción al opio, que había empezado en la primera parte, no tiene retorno. Sus sueños son apropiados y sus obras ya no lo apasionan, sino que lo presionan. Luego, de un viaje con expectativas, la audiencia es testigo de la crueldad y oscuridad de este camino.

Distribuidoras vs Espectadores
La duración del largometraje no fue bien recibida por las distribuidoras, ya que esto implica que solo se pueden programar pocas funciones al día. Sin embargo, la recepción del público fue totalmente opuesta. Las redes sociales explotaron. El público comparte su experiencia con The Brutalist haciendo hincapié en su extensión. Registrar el intervalo se convierte prácticamente en una obligación porque significa ser parte de un hecho poco frecuente. ¿Por qué?
Décadas atrás, las películas se interrumpían en varias oportunidades debido a que el cambio de rollo exigía una pausa. Esto desapareció con la llegada de proyectores con tecnología avanzada que evitaban ceses durante las proyecciones. Entonces, no todos los días se presencia un intervalo en las salas modernas. Gracias a The Brutalist la audiencia es testigo de un acontecimiento único, ¿habrá algo más cinematográfico que esto? Sin embargo, el espectador no está acostumbrado a las pausas en el cine, pero sí en su consumo diario.
“El intermedio siempre estuvo escrito. Es gracioso, ha recibido más atención de la que esperábamos. A mí personalmente me cuesta quedarme quieto durante tres horas y media, así que lo necesitaba. Y fue una decisión de cara al público”, explicó el director en una entrevista para IndieWire. Además, agregó que «la gente se sienta en su casa y ve entre ocho y dieciséis horas de una miniserie con pequeños descansos, así que, si aplicas esa idea a esta película, te estás sumergiendo con una pequeña pausa en el medio».
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En una Era donde el tiempo vale oro, The Brutalist demuestra que cada uno de sus minutos le dan sentido a la historia, incluyendo su intervalo. Además, el espectador, acostumbrado a lo efímero, se permite formar parte de una experiencia atípica que le exige ser testigo de una historia compleja e inmensa. Tanto en la vida como en el cine, lo bueno lleva tiempo. Solo es cuestión de dárselo.