A veces, hay que dar un gran rodeo para entender ciertos conceptos, como diría Fabian, hay que orbitarlos.
Existe uno que denomino «la vuelta completa». En este caso puntual, la primera vez que supe que Seba De Caro dirigía películas fue en el 2002. Año en que hicimos una obra de teatro inmersivo con Martín “boquita” Fernández. La pensamos, la dirigimos y la actuamos. Un viernes frío, tras una función que salió bien, ya de madrugada fuimos a tomar varias cervezas con unos chicos y chicas cordobeses (que luego nos recomendarían para participar en el Festival Provincial de Teatro de Córdoba, donde hicimos una función en la cual algunos espectadores cabecearon sillas de plástico al ritmo de un vals de Strauss)
La primera vez que alguien me dijo Seba De Caro había hecho una peli, fue una de aquellas cordobesas.
En un banco de plaza, botella de Quilmes en mano, estudiante de artes escénicas (rulos a lo Medusa y ojos verdes) en una conversación rara, en la cual aparecían ideas tales como que «Bjork, es la winona ryder de la música», que el libro «Vigilar y castigar» era ilegible y ambos confesamos admiración para con el Dogma 95 de Lars Von Trier y al árbitro Fabián Madorrán (quién se había suicidado en el zoológico de Mendoza poco antes).
Fue «Medusa» quien me dijo que había visto Rockabilly y no le había gustado nada. Roclabilly fue la primera película medianamente conocida de Seba De Caro hecha casi sin presupuesto, con amigos y a los ponchazos. Allí escuché por primera vez ese nombre asociado a la dirección de cine, y me quedé con la sentencia que dijo aquella mujer. Yo lo conocía como actor de la tira juvenil «Montaña Rusa».
¿Por qué algunas opiniones nos condicionan?
Con esa escasa data nunca investigué más sobre el director, hasta que lo vi actuar en Todos contra Juan, la extraordinaria serie de dos temporadas en la que la televisión local y «sus famosos» se burla con furia y talento de ella misma y de ellos mismos. Algo infrecuente en la Argentina.
Después de verlo descollar en aquel programa dirigido por Gabriel Nesci, lo empecé a escuchar en la radio. Era el año 2012 o 2013. En Como robar el mundo y en Cinerama ambos en Radio Metro, en Gente sexy, luego en Una casa con diez chinos en Vorterix y desde 2020 a 2023, la pandemia entera, de 10 a 13 horas en Un Mundo Feliz en Radio SI.
Aprendí mucho escuchándolo; Sebastián piensa y asocia ideas a una velocidad superlativa, debe ser de las personas más memoriosas y brillantes de los medios de comunicación. Vi también su película “indie” del año 2009, Recortadas (impresionante su afiche) y así llegué luego a 20.000 besos.
No la vi en el cine.
La tengo en DVD, con extras y todo.
La habré visto a fines de 2013, luego por segunda vez en 2014 por segunda vez y recuerdo una tercera vez en el cable, un par de años después. Pasó el tiempo, la volví a ver en este 2025, el 1º de enero, aprovechando el feriado. Pensé, quizás escribía sobre: «cómo pega ahora, 12 años después de su estreno». Analizar un poco como la película dialoga con los espectadores, ahora que las cosas son tan diferentes en muchos aspectos (políticos, culturales) y que existen «las redes» copando todo.
«20.000 besos » tiene una historia de amor como elemento central en su trama, entre Juan (Walter Cornás) un treintañero que no quiere terminar de hacerse adulto y una aniñada veinteañera, Luciana (potente actuación de Carla Quevedo que no pierde el tono de su personaje jamás), inclasificable, dentro de su belleza. Sin embargo, el tema central no es el amor, ni el crecer. Sino “el juego”. La escena del amigo de Juan, del cual solo sabremos el apellido ( «Golstein») descifrando a lo Sherlock Holmes porque falló su cita amorosa, compuesta con presencia notable por Gastón Pauls es un reflejo de que el juego supera a la vida, a la verdad de las cosas, si es que existe tal cosa. El guion de Sebastian Rotstein tiene muchos momentos así.

La película transcurriría entre los años 2007 y 2010, no hay precisiones. Un relato ambientado en tiempos de celular sin whatsapp, la herramienta que cambió todo. Nuestros hábitos sociales, de comunicación y de diálogo. Desde 2010-2011, no habría más “mails” ni llamados telefónicos para “charlar” (Ya no se “charlaría”, sino “se escribiría” y se participa obligatoriamente de numerosos grupos en donde a través de chistes, fotos, memes e ironías, había “que socializar” de allí en adelante)
¿La Buenos Aires de 20.000 besos existe aún?
Yo diría que aquellos treintañeros como Juan y su núcleo de amigos, skater en mano y que conocen nombres como Piston Hurricane o Glass Joe, ya no están. Se fueron y no hay más. Esa postal melancólica, con la banda de sonido implacable de Cosmo, pega como tiempo en la cara al ritmo de tristeza rioplatense.
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¿La esencia de 20.000 besos radica en el planteo de que para vivir, hay que “jugar”?
La escena indeleble: Juan y un amigo (el cinéfilo) van a una fiesta en casa de Luciana, en Banfield. Ya en el lugar, el amigo de Juan, actor, representa una obra en el baño de la casa, llamada “La muerte de Morrison”. Alan Sabbagh adentro de la bañadera en cueros, recitando poemas de Jim; Cabe aclarar que Luciana y sus amigas (las hadas) no saben quienes fueron The Doors.
P.D. Gracias Seba por hacerme conocer al Príncipe Gustavo Pena escuchando Un mundo Feliz, y por todo lo demás también.