Descubrí las mejores películas de Richard Linklater: clásicos, experimentos visuales y obras que marcaron el cine contemporáneo.

Richard Linklater es uno de esos directores que, a lo largo de las últimas décadas, ha sabido mantenerse vigente y, al mismo tiempo, consolidar nuevos clásicos del cine contemporáneo. No solo eso: también se ha destacado por su capacidad para innovar dentro del lenguaje audiovisual, ya sea utilizando la rotoscopia en Waking Life y A Scanner Darkly, o filmando durante más de una década un mismo proyecto, como en la monumental Boyhood, sin olvidar su emblemática Trilogía Before.
Si hay algo que define su cine es su fascinación por lo cotidiano: historias aparentemente simples que esconden una profunda observación sobre el tiempo, la identidad y las relaciones humanas. Linklater construye mundos donde los diálogos fluyen con naturalidad, los personajes crecen frente a cámara y el paso del tiempo se convierte en un tema constante, casi con una mirada nostálgica sobre el presente.
Hoy, con dos nuevos estrenos en festivales internacionales y una recepción crítica más que positiva, el director demuestra que sigue conservando la chispa y la sensibilidad que lo acompañan desde sus comienzos.

Comenzamos esta lista con la tercera película dentro de la filmografía de Linklater. Ya desde estos primeros trabajos se empiezan a notar elementos que se repetirán a lo largo de toda su obra —y que perfeccionará con el tiempo— como el peso de las conversaciones, el uso del espacio real y la presencia de personajes cotidianos pero extraordinarios.
La película abre con un monólogo del propio Linklater en un taxi, para luego ceder paso a una cadena de situaciones, lugares e historias que conocemos apenas por unos minutos antes de avanzar, sin aviso, hacia la siguiente. ¿Los protagonistas? Un mosaico de bohemios e inadaptados, todos menores de 30 años, recorriendo la ciudad de Austin, Texas. Toda la narración transcurre siguiendo estos encuentros esporádicos, casi como si la cámara deambulara junto a ellos.
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Con un presupuesto de apenas USD 23.000, Slacker se convirtió en una de las películas clave del cine independiente estadounidense de los años 90. Su participación en el Festival de Sundance, donde compitió por el Gran Premio del Jurado, terminó de consagrarla como una obra fundamental dentro del movimiento.

Aquí el director ya comenzaba a construir su reputación y nos regalaba una de las coming of age indispensables para cualquier fan del subgénero. Ambientada en el último día de clases de un grupo de jóvenes en la década del 70, la película vuelve a situarse en Texas, al igual que la obra mencionada anteriormente. Esto no es casual: se trata del lugar de nacimiento de Linklater, un territorio que conoce de primera mano y donde puede moverse con soltura para lograr una representación más verosímil de aquello que retrata.
Con el paso del tiempo, la película se convirtió en un título de culto y reunió en sus primeros papeles a futuras estrellas como Parker Posey, Matthew McConaughey, Ben Affleck y Milla Jovovich.
Al igual que gran parte de la filmografía del director, la trama no sigue la estructura tradicional de inicio–nudo–desenlace. Más bien se interesa por retratar la juventud de aquellos días a través de situaciones absurdas, ritos de iniciación, fiestas, enredos, coqueteos y pequeños dramas. En resumen, Linklater busca capturar el espíritu juvenil, más que construir una gran historia de conflictos.

La Trilogía Before es, quizás, una de las grandes historias de amor del cine, aunque más que una historia romántica, funciona como un retrato honesto de las distintas etapas del amor.
En su primera entrega, Before Sunrise (1995), conocemos a Céline y Jesse, dos jóvenes de unos veinte años que se encuentran por casualidad en un tren europeo. La atracción entre ambos es inmediata y los impulsa a bajarse juntos en Viena para pasar una noche caminando, conversando y descubriéndose. En este primer capítulo nos encontramos con un amor idealizado, casi irreal, pero profundamente posible: la conexión inesperada con un otro que parece conocernos desde siempre.
En la segunda entrega, Before Sunset (2004), han pasado nueve años desde aquel encuentro, y el reencuentro sucede en París. Ya no son los mismos jóvenes del tren: han madurado, crecido y formado familias, pero el vínculo entre ellos permanece intacto, como si el tiempo no hubiera pasado. Para muchos es la mejor película de la trilogía, en parte por la evolución emocional de los personajes y en parte porque Ethan Hawke y Julie Delpy participaron activamente en el guion, dotando al relato de una naturalidad y profundidad únicas.
Finalmente, en Before Midnight (2013), la última entrega, el paso del tiempo es innegable. La chispa sigue ahí, pero ahora convive con la rutina, el desgaste, los hijos y los resentimientos acumulados. La película plantea una pregunta tan sencilla como devastadora: ¿todavía nos seguimos eligiendo? Un cierre perfecto para una trilogía que encuentra belleza incluso en los momentos más difíciles del amor.

Como hemos visto a lo largo de esta lista, Linklater no es un director que se conforme con poco, y en este caso decidió ir aún más lejos. Utilizó la técnica de la rotoscopía digital, es decir, filmó con actores reales y luego animó todo el material encima. El resultado es una película con un aspecto onírico y experimental, en perfecta sintonía con la propuesta del director y con aquello que quería transmitir.
La historia sigue a un joven sin nombre que deambula por distintos sueños. En cada uno de ellos se encuentra con personas diversas —filósofos, artistas, amigos e incluso desconocidos— y mantiene conversaciones profundas sobre temas como la libertad, la vida después de la muerte, la creatividad y la propia existencia.
Con esta información, queda claro que no estamos ante una narrativa tradicional. No hay un conflicto central ni una estructura clásica de trama. Más bien se trata de un viaje sensorial y filosófico, compuesto por encuentros, diálogos y monólogos que se entrelazan dentro de un gran sueño compartido.

Puede que pocos sepan que esta clásica comedia está dirigida por Linklater, pero sí: la película protagonizada por Jack Black que tantas risas nos ha regalado también forma parte de su filmografía. Y podemos decir, sin dudas, que es la propuesta más mainstream dentro de su catálogo.
La historia sigue a Dewey Finn (Jack Black), un músico fracasado pero profundamente apasionado por el rock. Tras quedarse sin banda y sin dinero, acepta un trabajo como maestro suplente en una estricta escuela primaria privada. Con métodos poco convencionales, transforma a sus alumnos en una banda de rock para competir en el concurso “Battle of the Bands”. Todo esto, por supuesto, a espaldas de las autoridades académicas. En el proceso, maestro y estudiantes desarrollan una conexión que va mucho más allá de las clases: la película demuestra cómo el arte y la creatividad pueden unir, y cómo los modelos educativos basados en la presión y el perfeccionismo suelen limitar el costado artístico de los más pequeños.
El soundtrack es casi perfecto, con temas de AC/DC, Led Zeppelin, The Who y Black Sabbath. Sumado al entusiasmo contagioso de Jack Black, la película se convierte en una comedia familiar ideal, energética y entrañable.

Linklater vuelve a experimentar con la rotoscopía digital, como en Waking Life, pero esta vez dentro del terreno de la ciencia ficción y el terror psicológico. La película se sitúa en un futuro cercano en Estados Unidos, donde la llegada de una nueva droga conocida como Sustancia D provoca una dependencia extrema y un deterioro mental progresivo que termina destruyendo la vida de quienes la consumen.
En esta historia seguimos a Bob Arctor (Keanu Reeves), un policía infiltrado en un grupo de adictos que, poco a poco, comienza a ver su vida fragmentarse hasta perder la noción de quién es realmente. Su paranoia aumenta, la confusión lo devora y la realidad se vuelve cada vez más difícil de descifrar. Mientras que en Waking Life la rotoscopía servía para representar lo onírico, aquí la técnica funciona como una poderosa herramienta para plasmar la distorsión mental, el miedo y el deterioro psicológico del protagonista.
Linklater construye un retrato crudo y devastador de la destrucción que provoca la adicción, un descenso emocional que parece no tener escapatoria. La película combina una atmósfera inquietante con diálogos filosos y una reflexión amarga sobre la vigilancia, la pérdida de identidad y la vulnerabilidad humana.
Por último, vale destacar que cuenta con un elenco de lujo: Keanu Reeves, Winona Ryder, Robert Downey Jr. y Woody Harrelson, todos brillando en interpretaciones tan intensas como inquietantes.

Junto con la Trilogía Before, Boyhood está entre lo mejor de la filmografía de Linklater. Filmada durante más de una década, el director buscó capturar de la manera más realista posible el crecimiento de su protagonista y de todo su entorno. Es una coming of age en su máxima expresión, combinada con un drama familiar de enorme sensibilidad. Pocos directores podrían haberlo llevado a cabo con la delicadeza y la paciencia que exige un proyecto así.
La película narra la vida de Mason (Ellar Coltrane) desde los 6 hasta los 18 años, a través de eventos importantes pero profundamente cotidianos por los que cualquiera podría pasar: mudanzas, cambios de escuela, el divorcio de los padres. En paralelo, vemos cómo descubre la amistad, el primer amor, los miedos y las dudas existenciales sobre quién es y quién quiere ser.
Boyhood le valió a Linklater el Oso de Plata al Mejor Director en el Festival de Berlín y la película se convirtió en protagonista de la temporada de premios, compitiendo en los Golden Globes, BAFTA y Oscars. Es, sin dudas, una obra maestra moderna y prácticamente imposible de replicar.
Pero como Linklater no conoce límites, actualmente se encuentra filmando la adaptación del musical de Stephen Sondheim, Merrily We Roll Along, con Paul Mescal, Ben Platt y Beanie Feldstein, un proyecto que —al igual que Boyhood— será rodado a lo largo de 20 años, con un estreno previsto para 2040.

Se puede decir que esta película es la hermana de Dazed and Confused, ya que, al igual que aquella joya de los 90, también retrata la vivencia de los jóvenes. Pero esta vez no estamos ante el final de un ciclo, sino ante el comienzo, y pasamos de la secundaria a la universidad, y de la década del 70 a los vibrantes años 80. Al igual que su predecesora espiritual, Everybody Wants Some!! es alegre, divertida, relajada y, a la vez, profundamente nostálgica.
El protagonista de la historia es Jake, un joven que llega al campus decidido a unirse al equipo de béisbol de la universidad. Allí conocerá a varios de sus futuros compañeros y formará los primeros lazos que marcarán esta nueva etapa. Sin embargo, la película abarca solo tres días: desde su llegada a la residencia estudiantil hasta el primer día de clases. En ese breve lapso, somos testigos de fiestas, encuentros amorosos que podrían convertirse en algo más, y conversaciones reflexivas con desconocidos que atraviesan la misma transición: descubrir quiénes son en esta nueva vida.
El elenco está compuesto por jóvenes actores que hoy ya tienen un lugar sólido en la industria, como Glen Powell, Wyatt Russell y Zoey Deutch. Y la banda sonora es un viaje perfecto a los 80, con temas de Van Halen, The Cars y Dire Straits, que terminan de dar forma al clima festivo, cálido y nostálgico de la película.

Aquí el director vuelve a colaborar con Glen Powell, no solo como actor sino también como guionista. Juntos dan vida a una historia con tonos de comedia negra y hasta romance, basada en hechos reales. Gary Johnson (Powell) es un profesor de filosofía que trabaja como colaborador de la policía de Houston, fingiendo ser un “asesino a sueldo” para atrapar a personas que intentan contratar uno. Pero en el proceso, Gary descubre que tiene un talento inesperado para este trabajo: se toma cada misión muy en serio, llevando su actuación al extremo, cambiando la voz, la personalidad e incluso disfrazándose para cada encargo.
Todo se complica cuando conoce a Madison (Adria Arjona), una mujer que lo contrata para asesinar a su marido abusivo. Gary no solo decide no arrestarla: termina iniciando una relación amorosa con ella, mezclando su vida personal con su personaje ficticio y llevando la historia hacia un territorio tan absurdo como encantador.
La química entre Powell y Arjona, sumada al guion ágil y dinámico, da como resultado una comedia ingeniosa, fresca y muy divertida. Tras algunos intentos menos logrados (Last Flag Flying, Where’d You Go, Bernadette?), Linklater recupera parte de la ligereza y el carisma que lo hicieron brillar en School of Rock.

Y así llegamos a uno de sus trabajos más recientes: Nouvelle Vague. En esta película, Linklater decide rendir homenaje al cine de Godard, a la juventud cineasta francesa y a un periodo del cine que marcó un antes y un después. El director toma como punto de partida la creación del clásico À bout de souffle (1960) de Jean-Luc Godard, invitándonos a sumergirnos en su proceso de rodaje. Nos volvemos testigos del detrás de escena de una película que transformó la historia del cine. En pantalla veremos a Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg, interpretados por Aubry Dullin y Zoey Deutch, respectivamente, mientras que el propio Godard cobra vida gracias a Guillaume Marbeck.
Linklater decide filmar esta obra en blanco y negro, en formato 4:3 y mayormente en francés, aunque incluye algunas escenas en inglés. Todo esto con la intención de recrear la estética y el espíritu de la época, capturando fielmente la esencia de la Nouvelle Vague. El director se sumerge por completo en una reflexión sobre el cine dentro del cine: una mirada meta que explora cómo se hace una película mientras, al mismo tiempo, rinde homenaje al cine que ama y que ha influido profundamente en gran parte de su filmografía.
La filmografía de Richard Linklater es, en esencia, una celebración del tiempo, de las conversaciones que nos forman y de los pequeños gestos que definen quiénes somos. Desde sus primeros experimentos independientes hasta sus proyectos más ambiciosos y recientes, el director ha demostrado una curiosidad inagotable y una sensibilidad única para observar la vida. Sus películas pueden variar en tono, técnica o género, pero todas comparten una misma búsqueda: capturar la experiencia humana con honestidad, humor y profundidad. Por eso, revisitar su obra es volver a encontrarnos con el cine en su forma más pura: íntimo, curioso y profundamente humano.