Estos son algunos proyectos cinematográficos que tienes que ver si o si para adentrarte en el mundo del director.
Lars von Tier uno de los cineastas más provocadores e iconoclastas que ha dado el cine. Amigo de las polémicas y amante de la experimentación formal, es uno de los cineastas más interesantes del cine europeo de las últimas décadas. Ganador de la Palma de Oro por Dancer in the Dark en el año 2000, fue declarado persona non grata por el mismo festival que lo encumbró al inicio de su carrera. Hagamos un repaso por algunas de las películas que deberías ver del autor, las más destacadas, aunque la selección resulte difícil.
Jean-Marc Barr interpreta al joven Leo Kessler, un americano que llega a Alemania para trabajar junto a su tío en una empresa de ferrocarriles. El país ha quedado devastado tras la Segunda Guerra Mundial y él quiere ayudar a reconstruirlo. Pero durante su primer viaje en tren, será testigo en primera persona de la situación que atraviesa el país. La aparición de una misteriosa mujer dará un giro a los acontecimientos.
Sin lugar a dudas, fue la película que puso al danés en el mapa. Culminación de la primera trilogía de su filmografía, centrada en Europa, supone también el cierre de su etapa más formal, caracterizada por el virtuosismo técnico. Una fase de la que ha renegado en más de una ocasión y que, a pesar de resultar interesante por su barroquismo visual y por sus múltiples hallazgos, no representa la quintaesencia del Trier que todos conocemos hoy. Uno de los momentos más destacados de la cinta, es el hipnótico prólogo en el que Max von Sydow nos introduce en la atmósfera de la historia.
La siguiente película del cineasta supuso un salto de gigante con respecto a las anteriores. Y lo consiguió dejando atrás la grandilocuencia y centrándose en una historia mucho más íntima. Emily Watson interpreta a Bess, una joven un tanto particular que vive en una comunidad escocesa con una mentalidad machista y conservadora. A pesar de las reservas iniciales, los ancianos permiten su enlace con Jan (Stellan Skarsgård), un noruego que trabaja en una plataforma petrolífera. Tras la celebración, y después de una noche de bodas en la que Bess descubre el sexo, él tendrá que partir a la plataforma y ella quedará deshecha. Pero la fatalidad aún estará por llegar y en una carambola del destino al más puro estilo Douglas Sirk, él sufrirá un accidente y quedará cuadripléjico. Desalentado ante la posibilidad de no poder volver a tener sexo con su esposa, la anima a tenerlo con otros hombres a cambio de que luego se lo cuente y poder así reavivar la pasión que hubo entre los dos. En una sucesión cada vez más rocambolesca de los hechos, la historia se precipitará hacia un trágico final.
La película, ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes, supuso, de una parte, la consagración de Lars von Trier como el niño bonito del festival y, de otra, el descubrimiento de Emily Watson, una inmensa actriz que ha tenido mucho recorrido desde entonces. También inauguró un nuevo estilo que contradecía al de sus anteriores propuestas y en el que, a través del uso de la cámara en mano y una textura granulada, parecía centrarse más en la naturalidad de las interpretaciones y en una recreación mucho más espontánea, sin ataduras tecnológicas. Breaking the Waves inicia la llamada Trilogía Corazón dorado, que fue completada con las dos cintas posteriores, Idioterne y Dancer in the Dark.
Bodil Jørgensen interpreta a Karen, una mujer fascinada por un grupo de actores que dedican su vida a fingir que tienen algún tipo de discapacidad intelectual. Pasan los días en una casa de campo, haciendo el idiota y tratando de ver la vida desde un ángulo diferente. Pero como toda utopía, el disparatado proyecto no tardará en presentar contratiempos.
Según cuentan, Lars von Trier y Thomas Vinterberg habían tomado unas copas de más cuando decidieron crear el movimiento Dogma 95. El manifiesto incluía un decálogo de normas que los propios autores comenzaron a saltarse desde el principio. De manera que si, por ejemplo, una de las reglas era rodar en 35mm, el danés decidía rodar su película con una cámara DV. La broma les salió rentable y crearon todo un movimiento que se expandió fuera sus fronteras, llegando incluso a interesar a cineastas como Harmony Korine. En cuanto a la película que nos ocupa, no es quizás una de las más memorables de su autor, pero sí supuso otro nuevo hito en su afán por innovar aunque fuera a costa de hacer algo disparatado o directamente estúpido. Dentro de todo el ruido que desprende la película, hay un rinconcito para detenerse en el personaje de Karen, cuyo drama personal se suma al de las otras dos protagonistas de la melodramática trilogía del cineasta.
Tras haber ganado la ansiada Palma de Oro, Lars von Trier reclutó a un reparto internacional para acometer una nueva trilogía (inacabada), esta vez centrada en los Estados Unidos. Dogville nos cuenta la historia de Grace (Nicole Kidman), que huye de unos gánsteres y acaba recalando en un pequeño pueblo de la América profunda. Una vez allí, los vecinos le permitirán quedarse a cambio de que desempeñe diferentes trabajos. Poco a poco, Grace se irá adaptando a su nueva vida sin dificultad. Pero la gente del pueblo comenzará a rebasar todos los límites, e iniciará una espiral de abusos contra la desvalida protagonista, que sólo se salvará cuando sea encontrada por sus perseguidores.
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La película reúne algunas de las constantes del cineasta, que a menudo siente predilección por llevar al límite a personajes femeninos envueltos en entornos hostiles. Al igual que pasaba con la Selma de Dancer in the Dark, el personaje de Grace será maltratado, humillado e incluso violado por una comunidad que parece representar la desconfianza que siente el cineasta por el sueño americano. Se ha hablado mucho de la influencia de Bertolt Brecht cuando se analiza el curioso planteamiento visual por el que apuesta aquí Trier: desnuda el escenario de atrezo y localizaciones ayudándose tan sólo de marcas de tiza, que delimitan las viviendas o indican con rótulos el mobiliario, los elementos de la calle, así como las mascotas. Esta desnudez nos lleva a un nivel de abstracción en el que la conexión con la historia es mucho más intelectual. La película bordea el melodrama pero acaba en un territorio mucho más discursivo. No obstante, es una de las obras más interesantes de su autor y, a pesar de tener una secuela, representa el final de su primera gran etapa, antes de regalarnos sus auténticas obras maestras.
Justine (Kirsten Dunst) se casa con Michael (Alexander Skarsgård) en un lujoso castillo situado a las afueras. La acción transcurre de forma dilatada, pero algo nos hace advertir el talante taciturno de Justine. No parece feliz con su boda y esa misma noche parece dar marcha atrás en su decisión. Desanimada, se quedará unos días en el castillo, con su hermana, su cuñado y su sobrino. Pero algo va a ocurrir: un planeta llamado Melancolía se aproxima a nuestro planeta y las posibilidades de colisión son elevadas. Cada personaje afrontará esta realidad de forma distinta. Justine no perderá la calma.
Quizás nos encontremos ante la obra maestra de Lars von Trier. Siguiendo la estela de una nueva etapa inaugurada por Antichrist y continuada por Nymphomaniac y The House That Jack Built, la película se adentra en un plano más filosófico para hablarnos de la enfermedad incurable del alma. Tras unos primeros minutos hipnóticos, asistimos a un retrato de personaje que, en cierto modo, representa una vuelta de tuerca a sus protagonistas femeninas. Aquí no tenemos a un personaje que sufra los abusos de los demás, sino más bien a un ser familiarizado con la muerte y cuya respuesta al apocalipsis es un sentimiento de paz infinita. Casi de empoderamiento.