Esta película española está parcialmente basada en la historia personal de la directora. La cinta fue vista por nosotros en el NYFF63.
Decir que Carla Simón tiene un obsesión con el pasado es algo básico. Con la película Romería cierra una trilogía autobiográfica que comenzó con Verano 1993, donde la directora muestra el momento que se unió a su familia adoptiva luego de la muerte de su madre; la hermosa Álcarras, donde muestra el pasado agrícola de la familia de su progenitora; para ahora presentar un trama -más ficcional- inspirada en el lado paterno y en el deseo de hacer la pases con ambos luego de morir a causa del sida por drogas cuando ella tenía seis año. La manera en que la cineasta se relaciona con el ayer coincide con un viaje sanador y en un gran ensayo cinematográfico.
Romería transcurre en el verano de 2004. Marina (Llúcia García y una especie de alter ego de Simón) viaja a Vigo en la excusa de conseguir una acta de defunción de su padre para poder obtener una beca de la universidad. Sin embargo, su verdadero objetivo es conocer a la familia de su padre que murió cuando ella era muy pequeña a causa del sida; su madre también tuvo ese horrible final. De esta manera, y con la ayuda de un viejo diario de su madre, va comprendiendo muchas cosas de su pasado.
La historia está divida en varios capítulos en los que Simón trata de responder ficcionalmente las preguntas que siempre le quitaron el sueño. La certeza va mutando en todos los eventos en los que Marina trata de ponerle un moño rojo a su pasado. Todos los integrantes de la familia muestran rápidamente que no son lo que aparentan, pero al mismo tiempo se responde: ¿Y quién lo hace? Su parte paterna estaba avergonzada del trágico final del padre de la protagonista, y con lo que no contaba el alter ego de Simón, es que ella misma representa ese vergüenza y desencadenamiento que sufrió España con la llegada musiva de la heroína.
Simón con Romería vuelve a mostrar que no necesita de diálogos extensos o situación de vida o muerte para poder drenarse emocionalmente. Tampoco es una enloquecida por la puesta en escena. Más bien, sigue insistiendo en momentos a cuenta gotas para demostrar los problemas pero no enfrentarlos, como cuando a Marina sus primos menores le han dicho que sus padres le prohibieron tocarle la sangre. Lo mismo sucede en sus dos anteriores películas no frena en buscar responsables o una especie de mensaje. La vida es y será, entonces que fluya. Acá no le interesa posicionarse en contra de la heroína -entendemos que no es necesario-, pero sí muestra la estigmatización del sida. Aunque, nuevamente, en lo malo, apela a la libertad juvenil y a los hermosos e íntimos momentos que su padres habrán vivido con semejante veneno corriendo por sus venas.
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Más que nostálgico, esta cinta termina siendo un gran ejercicio de como una personaje desarrolla su identidad. La pieza faltante dentro de Marina está completa, luego de este viaje a Vigo donde aprende a navegar y en la que un gato negro le muestra el camino hacia un pasado hermoso y doloroso pero necesario. La futura estudiante no solo se lleva su beca, sino que cierra una etapa para comenzar una nueva vida donde podrá fantasear con otras preguntas.
4/5 = Muy buena
Esta crítica forma parte de nuestra cobertura al 63rd New York Film Festival