Pequeña e íntima película que adapta un libro de Stephen King que no es terror.
Stephen King no solo es uno de los escritores más referenciados en el género de terror, sino que también tiene contadas y emocionantes historias dramáticas que fueron base de grandes películas. Así fue el caso de The Shawshank Redemption, Stand by Me y, en menor medida esta nueva adaptación cinematográfica dirigida por Mike Flanagan. Esta es nuestra crítica de The Life of Chuck.
Dividida en tres actos bien diferenciados, la película inicia con la historia de Marty, (Chiwetel Ejiofor) un profesor del nivel secundario que intenta reconectar con su exesposa Felicia (Karen Gillian), mientras graves catástrofes van descomponiendo de a poco el tejido social.
Luego seguimos a una baterista callejera, una mujer que fue abandonada por su pareja y al protagonista del film, el contador Chuck Krantz (Tom Hiddleston) que logran una extraña conexión, comienzan a bailar en total coordinación mientras suena la batería en una despejada tarde. El último acto encuentra a ese mismo contador pero de niño (en alguno de sus años interpretado por Jacob Tremblay) y narra el vínculo que tiene con sus abuelos, Albie (Mark Hamill) y Sarah (Mia Sara), en una familia signada por la tragedia y el misterio.
Estas historias parecen pequeñas viñetas sobre la vida cotidiana y los miedos de sus protagonistas sobre todo, a la muerte. Sin embargo, están atravesadas por una trama cósmica, basada en las enseñanzas del reconocido científico Carl Sagan y el poema de Walt Whitman, Song of Myself, y su frase «yo contengo multitudes».
Algo falta para que esta bella e intrincada ambiciosa historia con un contador que disfruta del baile, sea una gran película. Sobre todo en su primer acto, quizás el más logrado, se transmite de manera muy verósimil como llegaría el declive de la sociedad moderna: no a través de grandes hechos sino más bien de noticias, llegadas tarde al trabajo, la caída de internet y embolletamientos paralizantes. A su vez, cada sección conecta de manera coherente para el mundo del relato.
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Pero los problemas pueden verse en el episodio siguiente, el del baile. Y aquí sorprende que Flanagan, con experiencia en series y películas de gran presupuesto, haga algo tan chato y con poco vuelo visual. Hay un estilo, que podría definirse como televisivo, pero ni siquiera de la era moderna, sino de más atrás en los noventa, que termina reduciendo las posibilidades de encontrarse con una mejor película, sobre todo porque desaprovecha su faceta cósmica y fantástica. Hay contados efectos, sobríos visuales y quizás pueda obedecer a que su presupuesto no era oneroso, pero esto no exime que cada escena de baile sea tan poco inspirada.
Es mejor no adelantar los detalles argumentales de la historia para alcanzar un disfrute de lo que si logra con creces: transmitir humanidad y calidez en una era de relatos cínicos y oscuros. Hay un equilibrio, que seguramente surge de la pluma de King, entre contar el dolor ante el fin del mundo, la muerte de los seres queridos y el disfrute de las pasiones comunes del ser humano, ya sea cantar, ser bueno en matemáticas o cocinar.
La película de The Life of Chuck podría caer fácilmente en los golpes bajos y lo lacrimógeno, pero logra captar a la perfección los altibajos que ofrece la vida de forma repentina. La película retoma la metáfora de Sagan de que si la historia del universo se adaptara a un calendario, la humanidad representaría apenas unos segundos de un día de diciembre. Los realizadores parecen decirnos que hay que reconocer la contradicción de que la existencia es insignificante y a la vez a milagrosa y que por esto mismo hay que aprovecharla.