Paul Thomas Anderson regresa con un thriller de proporciones épicas y un elenco soñado.
“No siento un orgullo americano. Solo siento que todos están acá, luchando contra lo mismo, que en todo el mundo todos buscan lo mismo: solo un pequeño fragmento de felicidad cada día”. Esta reflexión de Paul Thomas Anderson se volvió inseparable de su quehacer cinematográfico, pero ahora, es él mismo quien la pone en tela de juicio. En su último estreno, la alegría ya no significa pulsión de vida. Su latencia es reemplazada por la sed de justicia cruenta que reverbera impaciente en los habitantes de una Estados Unidos distópica, pero para nada lejana a la realidad. Esta es nuestra crítica de Una batalla tras otra u One Battle After Another.
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En la segunda adaptación que Anderson hace de una obra de Thomas Pynchon, seguimos al Bob Ferguson de Leonardo DiCaprio, quien alguna vez fue miembro orgulloso de un grupo que deseaba la revolución por medio de la violencia. Dieciséis años después, el pasado va a buscarlo para terminar con los restos de su organización y, peor aún, con su hija Willa.
A medida que se conocían los detalles de producción de Una batalla tras otra, crecía la expectativa acerca de cuánto se iba a diferenciar la película del resto de la filmografía del director. De repente, Anderson contaba con un presupuesto de 130 millones de dólares, aceptaba realizar proyecciones de prueba por primera vez en años e incluso accedía a cortar diez minutos del filme según las devoluciones.
Lo cierto es que la cinta bien podría funcionar a la manera de una bisagra, un punto medio en la cronología artística del autor. Igual que en Hard Eight, Magnolia y Boogie Nights, hay una exploración incisiva de los lugares comunes que hacen a las familias disfuncionales, la alienación y la soledad. Sí, se trata de un relato politizado hasta el detalle, pero la trama de Bob y su hija, interpretada por la espectacular Chase Infiniti en su debut cinematográfico, destaca con una fuerza humana pocas veces vista. Ni hablar de la gran familia que es la célula revolucionaria, tan dispuesta a cuidarse las espaldas como a delatarse en caso de una amenaza mayor.
Más que nunca, aparece el recurso de la reiteración, ya no tanto como herramienta narrativa, sino como un elemento más de la diegesis. Lo que en los títulos recién mencionados y Punch Drunk Love era la repetición de la frase “Yo no hice nada” para subrayar los grises de la responsabilidad y la culpa, en Una batalla tras otra son los códigos con los que los miembros revolucionarios se comunican y un espiral de violencia que se engendra a sí mismo cuál círculo vicioso, sin encontrar principio ni fin.
En lo que al tratamiento de los temas respecta, claro está, Una batalla tras otra se emparenta más con los tonos oscuros de There Will Be Blood y The Master. Pero, a diferencia de estos filmes, abraza los momentos conmovedores con una delicadeza tal que solo puede compararse a la que es central en las películas más ligeras de Anderson. En otras palabras, su último estreno es la articulación que conecta los extremos de su filmografía, y lo hace con una grandilocuencia nunca antes vista en su trayectoria.
Como suele suceder con los mejores trabajos de Anderson, es difícil resaltar solo un punto fuerte. Algunos críticos argumentan que Una batalla tras otra es una experiencia tarantinesca, y puede que esa sea la adjetivación más certera.
En primer lugar, el elenco brilla sin importar el protagonismo o tiempo en cámara, pero es el villano quien se roba todo el show. No hay duda de que Leonardo Dicaprio y Teyana Taylor, quien interpreta a la pareja de Bob, van a tener sus respectivas nominaciones al Oscar. Pero es Sean Penn y su violentísimo villano, el Coronel Steven J. Lockjaw, los que van a dar que hablar durante toda la temporada de premios.
En segundo lugar, está el enfoque en lo sonoro. Jonny Greenwood musicaliza una producción de Anderson por sexta vez, y vuelve a demostrar el ingenio de la dupla. Acompaña el caos que es la odisea de Bob con sonidos igual de eclécticos, en los que conviven la adrenalina, la ansiedad y la solemnidad en partes maravillosamente desiguales. En este sentido, caben destacar los sectores de la banda sonora que caracterizan a Lockjaw. Penn edifica un antagonista monumental, y la música no hace más que engrandecerlo.
Por último, el logro central de Una batalla tras otra es su determinación por devenir inclasificable, sin que eso le impida transmitir un mensaje crudo y concreto. Su relato puede pensarse en clave de romance, de drama parental y/o de sátira política. Pero, sin importar el eje que sobresalga según cada quien, el concepto que motoriza la película es claro: la violencia que hoy rige a la sociedad Americana no sabe de justicias mejores o peores, válidas o inválidas, de las víctimas o de los victimarios. Extiende su oscuridad sin discriminar, y corrompe a todos de la misma forma.
5/5 = Extraordinaria
La película Una batalla tras otra estrena en cines el 25 de septiembre