Crítica de «C’mon C’mon» de Mike Mills, con Joaquin Phoenix (A24)

El director y escritor de Thumbsucker (2005), Beginners (2010), 20th Century Women (2016), estrena su última película en colaboración con Apple y A24.
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Joaquín Phoenix vuelve al cine tras su consagración por Joker, con un drama atípico, alejado de los lugares comunes: C’mon C’mon, de Mike Mills. Aquí cambia el tono, mientras que en 20th Century Women, su anterior film, aprovechaba la paleta de colores y el montaje ágil y zumbón, Mills elige en su nuevo proyecto, el blanco y negro y el tono pausado.

C’mon C’mon (2021). Guion y dirección: Mike Mills. Elenco: Joaquin Phoenix, Gaby Hoffmann, Woody Norman, Scoot McNairy, Molly Webster, Jaboukie Young-White, Deborah Strang y Sunni Patterson. Fotografía: Robbie Ryan. Edición: Jennifer Vecchiarello. Música: Bryce y Arron Dessner. Duración: 109 minutos. Nuestra opinión: Muy buena.

C’mon C’mon que en una traducción al español sería algo así como “Vamos, Vamos”, cuenta la historia de Johnny, un periodista radial, que debe cuidar a su sobrino Jesse un par de días, mientras su hermana ayuda a su pareja a recuperarse de una enfermedad mental, que si bien no es mostrada explícitamente, sería bipolaridad.

El relato muestra esa relación con su sobrino de 9 años en un par de días, mientras Johnny trabaja entrevistando niños y adolescentes en distintas ciudades de Estados Unidos, preguntándole sobre sus ideas sobre el futuro. Desde esas entrevistas, al tratamiento de la relación entre tío y sobrino hay un punto de partida interesantísimo: la relación de los adultos con los más pequeños sin maniqueísmos o condescendencia.

Mills entiende a los niños como sujetos, no como meros elementos para mover el relato. Jesse es profundamente inteligente y también un niño muy triste, que nota todo el tiempo lo mal que lo pasan sus padres y que no puede hacer mucho al respecto. C’mon C’mon muestra cómo a veces los roles de preocupación y responsabilidad se invierten ante problemas familiares, que a veces se tornan crónicos, sin solución.

Pero la película no se queda con ese aspecto del niño (un brillante Woody Norman, que en realidad es britanico y debió hacer acento americano para meterse en su papel). Es a la larga un pequeño caprichoso, que se pierde en la calle, que llora y hace berrinches. Ahí está el otro gran tema de la película, quizás un tanto subrayado y no tan logrado, pero de todas maneras valorable: el peso de ser padres, sus aspectos menos atractivos, el cansancio que genera.

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Johnny es un hombre soltero, sin perspectivas de formar una familia y en ese sentido, es la primera vez en su vida adulta que parece lidiar con un niño, que debe cuidarlo y entenderlo. Quizás el principio de siglo XXI nos hizo repensar los verdaderos alcances de la paternidad y de ahí una mayor reticencia a tener hijos (acá es imposible no pensar en las declaraciones del Papa Francisco de hace unos días) y la película no reniega del debate, de hecho lo expone.

La película además se destaca por su fotografía impecable y las actuaciones naturales sin estridencias. Una vez más Joaquín Phoenix hace un gran papel, es la primera vez en muchos años que veo a alguien que realmente parece periodista. No solo por su panza y su look desaliñado y natural, sino también por cómo pregunta y escucha a sus entrevistados: Joaquín entiende que el periodista nato escucha, amplía las ideas de su interlocutor y deja las suyas en segundo plano.

Y como había ocurrido en su película anterior, Mills se vale de la intertextualidad y cita diferentes escritos y artículos académicos que aparecen citados en pantalla y leen los personajes y que tienen relación directa con lo que ocurre en pantalla. Mills conecta con la realidad pero también con la teoría con la que se inspiró y nunca se siente metido a calzador, sino que al contrario, completan esa mirada contemplativa de la paternidad y maternidad. 

Aquí un pequeño spoiler, aunque la película no tiene un gran giro argumental ni mucho menos: las entrevistas a los niños que hace Phoenix son reales. La producción se contactó con niños y adolescentes de las ciudades en las que filmaron y entablaron esas conversaciones sin guión, ni fabricación alguna. De ahí la naturalidad lograda y sobre todo, una vez más, esa escucha atenta a los chicos. La película nos dice una y otra vez lo mismo: los niños nos pueden enseñar mucho de nosotros mismos, su sabiduría poco tiene que ver con su edad, sino más bien de lo que viven ahí, al lado nuestro.

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