Mientras escribo esto, miro de reojo The Florida Project. Veo en sus colores pasteles y su cámara a la altura de los niños que recorren los escenarios de la película, una belleza incomparable. Pienso en Red Rocket, del mismo director, que esperaba con atención luego de ese gran largometraje del 2017, y siento una leve decepción.
Si bien Red Rocket vale la pena por su estilo visual y por confirmar al director, como uno de los pocos, quizás el único de su país, que se anima a retratar el otro costado del sueño americano, la exclusión que sufren miles de personas y que nadie quiere ver, sin hacer un muestrario “pornográfico” de miserias, como suele pasar con otros directores, algo falta en esta oportunidad.
Red Rocket (2021). Dirección y guion: Sean Baker y Chris Bergoch. Elenco: Simon Rex, Suzanna Son, Bree Elrod, Brenda Deiss, Ethan Darbone, Judy Hill y Brittney Rodriguez. Fotografía: Drew Daniels. Edición: Sean Baker. Duración: 129 minutos. Nuestra opinión: Buena.
Baker, de 50 años, saltó a la fama con Tangerine, hace unos siete años. Esa película, que tomaba el riesgo formal de filmarse con celulares, es donde se verían sus huellas como director bien definidas. Primero el predominio por los colores vivos, segundo su localización en ciudades estadounidenses, tercero su interés por las personas más marginadas y postergadas de Estados Unidos y cuarto, su capacidad de describir personajes con gran grado de realismo, casi en un registro documental y hasta con actores no profesionales.
Así Tangerine nos mostraba la navidad de dos prostitutas trans en Los Ángeles y The Florida Project de dos niñas que viven en un motel en cercanías de los parques de diversiones más famosos del mundo. La primera era un gran relato de amistad en un contexto horrible, negrísimo, lleno de humor y en una pesquisa que los llevaría por toda la ciudad. La segunda muestra a dos niñas creciendo sin ningún tipo de apoyo materno y perdiendo la inocencia a solo metros de un mundo irreal, con la sola ayuda de un encargado que lucha por protegerlas.
Red Rocket, en cambio, se enfoca en un actor porno (Simon Rex) caído en desgracia que vuelve a Texas, pequeño pueblo del estado del mismo nombre, e intenta, con toda su astucia, volver a ponerse de pie. Allí entonces se vuelve a ver la belleza de los colores en un pueblo industrial y la marginalidad de quienes viven allí. También está presente la naturalidad en los registros actorales.
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Pero allí donde las historias seguían a personajes que a pesar de su contexto, forjaban relaciones de afecto y el relato lograba una ternura y a la larga, una humanidad inesperadas, aquí el protagonista no es más que un hombre egoísta, inmaduro y hasta un poco estupido, con el que es difícil empatizar.
Se han hecho grandes películas de personajes detestables. Pero aquí la historia tampoco ayuda. Basicamente son dos horas de un hombre entablando una relación con una menor de edad, sus intentos de conquistarla y las relaciones sexuales que mantienen. Hay mucho oficio en las escenas eróticas (Baker es un aficionado del género), pero eso parece ser lo único que mueve el relato. Y cuando ocurre algo que tensa las cuerdas de la narración, aparece de la nada y es otra oportunidad para que el personaje salga con la suya.
A Mikey no parece importarle ni su suegra, ni su amigo, ni su ex novia. Ni siquiera parece importarle su novia actual, una joven a la que pretende meter en el negocio de la pornografia. Y está bien, Simon Rex le pone el cuerpo y hace un gran papel (hay una larga escena con desnudo total, que pocos se animarían a hacer), pero no hay buena historia detrás y esa humanidad, simplemente no existe.
Esa capacidad de ver belleza entre tanta desgracia social, sin golpes bajos ni moralina, era lo que hacía atractivo su cine. Esa mirada compasiva a personas cuya realidad parece expulsar constantemente, acá no está. Hay puro desencanto detrás de la carrera de Mikey. Desnudo, sin valor alguno, el final abierto de la película muestra que no hay salida, que no hay belleza o amor posible para él. Baker siempre dedica algunos planos a los atardeceres. Es bien sabido, el sol se pone en todos lados. Acá el guionista y el director estadounidense parece decir que ni siquiera existe ese consuelo.