Great Freedom de Sebastian Meise reinventa la fórmula de los dramas carcelarios. Y es que a la camaradería y ansias de libertad que caracterizan a los personajes de este subgénero, se le suma el elemento de una historia (o varias) de amor, en este caso, literalmente, prohibido.
Grosse Freiheit (Great Freedom). Dirección: Sebastian Meise. Guion: Thomas Reider, Sebastian Meise. Elenco: Franz Rogowski, Georg Friedrich, Anton von Lucke, Thomas Prenn, Fotografía: Crystel Fournier. Edición: Joana Scrinzi. Música: Nils Petter Molvaer, Peter Brötzmann, Duración: 116 minutos. Nuestra opinión: Muy buena.
Protagonizada por Franz Rogowski, el film austriaco (que fue elegida para competir en los Oscar pasados, pero finalmente no quedó en la lista final de películas extranjeras), detalla los pormenores de la vida de Hans Hoffman, un sobreviviente del holocausto que meses después vuelve a ser encerrado por violar el ‘párrafo 175’, una ley que castigaba la homosexualidad con prisión en la Alemania de posguerra. La película cuenta diversos periodos de encierro del hombre y los vínculos que mantiene con distintos reclusos tras las rejas.
Lo novedoso de Great Freedom no es que toma elementos de las historias de amor entre personas del mismo sexo, que en los últimos años han tenido sobrados exponentes (Call Me By Your Name o Verano del 85), sino que los integra tan bien con la crudeza que caracteriza el subgénero carcelario. Esto es potenciado por una acertada banda sonora que toma elementos del jazz y una fotografía que pasa del granulado del celuloide para ciertas escenas como flashbacks a una paleta más grisácea y azulada para la mayoría del metraje.
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Meise elige el fundido a negro para ilustrar los confinamientos a modo de castigo en la carcel y como Hans los sufre. Es difícil de digerir, no se escuchan más que llantos y lamentos, pero de ahí a un par de escenas nos muestra cómo se logra comunicar con uno de sus amantes a través de mensajes ocultos en biblias, o cómo aprovechan los castigos por no cumplir órdenes durmiendo en el patio de la prisión juntos.
Para Hans, pareciera decirnos el film, la única vía de libertad es el sexo primero y el afecto después. El sexo como un espacio de liberación casi espontáneo y el afecto como algo que cultiva, como si fuera una flor creciendo entre los barrotes de la celda que lo aprisiona. Sin spoilear, hacía el final del film incluso toma una decisión consciente sobre estas dos facetas de la libertad que ejerce.
Meise evita la mirada sanitizada de otras películas románticas con protagonistas gay y muestra penes, fellatios en rendijas y otras viñetas que bordean lo gráfico. Pero es una mirada que se percibe franca, que entiende que sexualidad y afecto van de la mano. Y quizás la relación más compleja y mejor desarrollada de la película es la que tiene Hans con otro recluso, Victor (Georg Friedich), quien durante la historia pasa de agresor a amigo y de confidente a amante.
Hans ayudará a Victor a superar la abstinencia por las drogas y Victor a sobrellevar las penurias que atraviesan en la cárcel. En varios pasajes se funden en abrazos (un llanto colectivo se sintió en la sala 1 del Lorca en una de estas escenas). Ahí, en esa coincidencia con el otro, en esa intimidad bien entendida que no reniega de la dimensión sexual de las personas, la película encuentra una mirada única, pocas veces vista tanto para las historias de amor no convencionales, como para las que ocurren en cárceles.