Lo primero a tener en cuenta es que Better Call Saul cuenta un periodo de una vida más extenso que el de Breaking Bad. En su predecesora, cubre los dos años del surgimiento, ascenso y caída de Walter White/Heisenberg, profesor de química devenido en capo de la droga en la ciudad de Albuquerque. Es sin dudas, una ficción soberbia: cada capítulo aprovechaba el formato de las series y los cliffhangers como pocas producciones de su época, previas y posteriores.
Breaking Bad era tensa y adrenalínica. Walter dejaba el tendal en su ambición de poder, se trataba de un hombre cobarde, manipulador, sumamente inteligente e infantil. Era alguien que consumaba la más profunda de las fantasías del hombre moderno: la obtención de respeto, poder y dinero a través de la coerción y el engaño. Un villano perfecto, profundamente humano.
Aquella serie craneada por Vince Gilligan terminó en 2013, en un punto altísimo, con reconocimiento de la industria, la crítica y el público, que en el trecho final la había vuelto en un acontecimiento colectivo, un run run entre conocidos que veían la serie que solo logró Game of Thrones.
Ya en ese entonces AMC, el canal en el que se emitía la serie en Estados Unidos, le había propuesto un spin off de la serie, por su inusitado éxito (quizás el mayor de la cadena). Ahí en conjunto con Peter Gould, quien había creado el personaje de Saul Goodman, el abogado de moral cuestionable pero sumamente divertido que se había convertido en uno de los favoritos de la serie de Heisenberg, decidieron contar su historia.
Y acá comienza una de las diferencias más grandes con su predecesora. Porque la serie del abogado cuenta desde sus inicios como abogado, bajo su nombre de nacimiento, Jimmy McGill, a su transformación en Saul Goodman, el defensor de criminales que llegamos a conocer. Aprendemos mucho de él: su afición por las estafas y su aprendizaje con un amigo de la juventud en las trampas, la relación con su hermano Chuck y su colega, amiga, pareja y ex pareja Kim, su suspensión como abogado, sus otros trabajos.
De ahí que del tono tenso “y al palo” de Breaking Bad, las muertes por doquier brillan por su ausencia en las primeras temporadas. Y eso puede descolocar y hasta desanimar a quienes veían la serie de la metanfetamina. Los creadores se toman todo el tiempo del mundo para describir desde el anillo que usa en una de sus manos, a la importancia que tienen los celulares y los trajes para él.
Otra diferencia es que Jimmy, a pesar de tener un alma de estafador, es una persona sumamente divertida, ingeniosa y al menos al principio, tiene límites sobre el daño que puede llegar a provocar a las personas. Es un personaje más querible. Walter White, dejando de lado su costado revanchista, con el correr de las temporadas se vuelve detestable.
Si uno acepta esa diferencia, el disfrute pasa por otro lado. Better Call Saul se vuelve enorme en sus primeras temporadas por la relación que describe de Jimmy con su hermano Chuck, interpretado por el increíble Michael Mckean. Chuck es un abogado brillante, que cumple la ley al pie de la letra, pero con una enfermedad, que luego se revelará como una condición mental y no física, que le produce “alergia a la electricidad”. Esto genera una dependencia con Jimmy que lo asiste constantemente con quehaceres diarios cómo comprar comida y conseguir sus periódicos.
En esta cercanía y afecto que Jimmy muestra hacía su hermano constantemente, del otro lado hay reproches y rechazo constante. Y es que Chuck no acepta que su hermano sea hábil y que elija el engaño al cumplimiento de las reglas para obtener resultados. Jimmy se recibe en una universidad a distancia, emplea trucos que bordean o directamente transgreden la legalidad y lo hace con una sonrisa. Son totalmente opuestos en su aproximación a la ley e incluso a la vida.


Chuck entonces se encarga por todos los medios por desacreditar a su hermano, primero negandole entrar a la firma de la familia, luego dejándolo afuera de un caso importante y después, tratando de que lo expulsen del colegio de abogados. Siempre sorprende lo bien que describe la serie la tensión de las relaciones familiares, con sus complejidades y aspectos dolorosos ¿Cómo querer a alguien que es de tu propia sangre, pero que te hace tanto daño? Esa es la pregunta de la relación fraternal, pregunta que va para ambos y que la serie se anima a hacer.
Otro aspecto interesante de esta primera parte de la serie es que no toma una posición moral y aleccionadora porque nos muestra a personajes que transgreden las normas como personas sensibles y a los que las cumplen a rajatabla como seres mezquinos y egoístas. Deberíamos estar del lado de Chuck. ¿Pero cómo estarlo si maltrata tanto a su hermano? Jimmy será un estafador, pero su amor es incondicional y hasta no correspondido.
En este periodo, la serie decide entonces evitar la vía del shock de Breaking Bad y elige la vía de la tensión constante y el ida y vuelta de los diálogos. El poder pasa por la negociación. Este aspecto ya se veía en la serie original y como Saul defendía a sus clientes/delincuentes. Aquí todos negocian, todos discuten con inteligencia pero también apelando a las emociones de sus interlocutores. Jimmy, Chuck, Kim, son todos abogados, gran parte de su trabajo pasa por la presentación de sus argumentos frente a jueces pero también contra sí mismos. Y ahí la serie se vuelve hipnótica, porque uno no sabe con certeza quién ganará esa pulseada de palabras.
Otro recurso importante que aprovecha la serie, es el del planeamiento y concreción de estafas. Hay varios capítulos que se enfocan exclusivamente en las artimañas sumamente elaboradas de Jimmy/Saul. Básicamente, al saber que algunos personajes seguirán con vida, el suspenso pasa por otro lado: de lograr obtener resultados a través de las más elaboradas trampas. Desde inventar la aclamación de todo un pueblo hacía un criminal menor, a engañar abogados a través de fotografías, documentos falsificados y hasta el uso de drogas, es como ver un episodio de los simuladores. Estafas moralmente cuestionables si, pero sumamente divertidas.
Kim, Lalo y el inicio a la tragedia


La salida de Chuck de Better Call Saul deja un vacío que pronto es llenado por otros personajes y sobre todo con una tendencia a la inevitable tragedia. A partir de la cuarta temporada, la historia vira hacía la relación con el cartel de los Salamanca, punto de conexión con Breaking Bad y de a poco, la violencia toma un papel más preponderante. Es como si la serie comenzará en una curva ascendente para cruzarse con la línea temporal de con la historia de Walter White.
Y de a poco, vuelven los capítulos del shock, allí donde la vida y la muerte, el desierto y la droga vuelven a tener importancia. Se mezcla la habilidad para el engaño y las estafas elaboradas de Jimmy y la oratoria e inteligencia que literalmente salva vidas de Kim, con los hombres calvos, violentos que se matan entre ellos.
Hay una amalgama casi perfecta con pocos puntos en contra (el envejecimiento de los actores que aparecen en ambas series, la sobreutilización de personajes como Gus y Mike, quienes aparecen en la mayor cantidad de episodios de los dos proyectos). Y hay otro elemento a favor, que no estaba en Breaking Bad. Acá hay una historia de amor central, entre Saul y Kim, que crece en base a pequeños momentos de intimidad y grandes acciones para salvarle la vida de uno y de otro. No es un romance de banda sonora y besos apasionados (que los hay): es uno motivado por la adrenalina de la trampa, la cotidianeidad que comparten en un pequeño departamento y el afecto innegable que manifiestan ambos personajes.
Saul y Kim de a poco comienzan a mimetizarse. El hombre toma la capacidad de negociación de la mujer y esta comienza a tomarle gusto a las estafas. Kim se vuelve un personaje vital en la serie, su centro emocional. Su defensa de Jimmy es incondicional hasta lo doloroso.
Rhea Sehorn a su vez es un actriz brillante. El temblequeo de su voz, su enojo e indignación son palpables, sumamente creíbles y hay una tristeza que sobrevuela toda su actuación, que también se ve en Bob Odenkirk. De Odenkirk ya podíamos ver su talento desde antes. Acá hace el papel de su carrera: interpreta a Jimmy, su faceta más humana, pasa a Saul, ese gran abogado pero terrible persona y Gene, que tiene la ambición de Saul, pero carece de toda la humanidad de Jimmy.


La pandemia fue difícil para todos. No recuerdo haber llorado una o dos veces durante ese periodo de aislamiento, paranoia y temor a una enfermedad invisible. Una de las veces que mis ojos se empaparon fue en una escena de la cuarta temporada, en la que Kim defiende a Jimmy por la miserable herencia que recibió de su hermano y la falta de tacto de Howard, colega de ambos, al sugerir el suicidio de Chuck. Creo que lloré porque nunca vi un acto de amor tan real en una serie de televisión. El enojo ante el destrato hacía un ser querido es sumamente verosímil, es algo que pasa en la vida real y ahí Rhea Seehorn parece no actuar, sino vivir lo que siente Kim.
Esta segunda parte de Better Call Saul cuenta aspectos como el origen de la discapacidad motriz de Héctor Salamanca y la creación del laboratorio gigante de drogas de Gus Fring. Aquí hay personajes secundarios memorables como el ingeniero alemán detrás de la construcción del laboratorio, Werner Ziegler y el crecimiento de Nacho Vargas, un integrante del cartel que a la manera de Jesse Pinkman, quiere salirse del círculo de violencia en el que está inmerso a toda costa, pero a diferencia del segundo, no lo logra.
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Pero ninguno tendrá el peso, el atractivo y generará mayor caos para Saul y sus cercanos que Lalo, interpretado por el experimentado Tony Dalton. Lalo no solamente es el único personaje realmente bilingüe de la serie (otro punto en contra, la mayoría de los personajes no hablan bien español, a pesar de los años de rodaje de la serie, parece que es un idioma difícil de asimilar), sino que subvierte las expectativas del clásico mexicano violento del mundo de los drogas.
No nos confundamos, Lalo es un asesino a sangre fría, lo prueba en varios capítulos. Sin embargo lo que lo diferencia, lo que lo hace sin dudas uno de los tres mejores personajes de la serie es su faceta de investigador. Como si fuera un Sherlock Holmes morocho, con bigote y con afición a la cocina, Lalo establece largas pesquisas, horas de vigilancia y hasta entrevistas con los involucrados, para definir sus próximos pasos a seguir. Es metódico y sumamente inteligente a pesar de matar personas con una sonrisa.
Hay un capítulo brillante, dentro de los varios que ofrece el relato del abogado, en el que charla y averigua sobre la viuda del ingeniero alemán del laboratorio. El suspenso para el espectador pasa por saber que Lalo tranquilamente puede asesinar a una mujer solitaria en búsqueda de afecto. Hasta el último segundo, sabemos que detrás de esa sonrisa, Lalo puede deshacerse de la mujer sin miramientos.
El manejo del suspenso sigue siendo uno de los grandes atractivos de la serie, tradición del proyecto previo de Gilligan y Gould. No hay serie que construya mejor la tensión interna de las escenas, su escalada hacía la violencia, el espacio donde se encuentran los personajes, que Better Call Saul. El cierre de la primera parte de la última temporada es prueba de esto. Lalo mata sin parpadear a Howard, otro de los personajes secundarios pero queribles de la serie, en el departamento de Saul y Kim. Pero antes hay indicios profundamente cinematográficos, que en pantalla grande a sala llena helarían la sangre: Una vela que parpadea, que representa el regreso del mal invisible. Con una sonrisa, Lalo invita a la pareja de abogados a hablar. Fundido a negro y comienzan los títulos.
El final: «Fargo» y redención


Los capítulos finales de Better Call Saul muestran la más profunda caída en desgracia de Jimmy, que pasó de ser Saul a Gene, la identidad que toma para escapar de la justicia tras los hechos de Breaking Bad. Y es que tiene la afición para el engaño, pero parece perder todo rasgo de humanidad, además de comenzar a descuidarse, casi inconscientemente, con ganas de ser descubierto.
Esta coda final se la puede llamar “Fargo”, en referencia a que las estafas son menores, en un pueblo chico y frío, como la icónica película de los Hermanos Coen. Sin embargo en los dos últimos episodios hay un tono distinto, un cierre que no se parece ni a Breaking Bad, ni a lo que vimos antes en Better Call Saul, o alguna influencia del séptimo arte.
Son dos episodios en los que los personajes principales, Saul y Kim, buscan y encuentran la redención. En Waterworks, dirigido por Vince Gilligan, vemos la nueva vida de la ex abogada. En un pueblo chico de Florida, trabaja en una empresa de aspersores, vive una aburrida vida con un hombre del lugar y pasa desapercibida. Hasta su icónico cabello cambió, pasó del brillante, lacio, rubio, que solía atar a fines prácticos cuando era defensora pública, a un negro azabache y un corte que no la favorece. Kim está totalmente en piloto automático, no da su opinión hasta en los temas más triviales y cumple con su trabajo de oficina con el mismo profesionalismo con el que se desempeñaba en las leyes.
Kim, a partir de una llamada de Gene/Saul decide volver a Albuquerque y confesarle a la viuda de Howard, el colega asesinado por Lalo Salamanca, con lujo de detalles, todo lo ocurrido. Ahí, en la confesión, ella encuentra la paz. Su catarsis es silenciosa e inesperada, en el transporte público, en un plano fijo, ininterrumpido, del que se asoma la mano contenedora de una pasajera.
La redención de Saul llega recién en la media hora final, en lo que es probablemente, el mejor episodio de toda la serie, casualmente el final y probablemente de la televisión reciente. “Saul Gone”, cuenta la captura de Saul Goodman de una vez por todas, de la manera más baja, incluso para un personaje como él: en un contenedor de basura, acorralado por tres policías.
Atrapado por las autoridades, Saul debe negociar. Y allí una vez más, su gran oratoria y habilidad para llegar acuerdos le achican una condena extensa a apenas siete años. Con humor, pero también sin un dejo de arrepentimiento Saul gana en la derrota. Hasta que se entera que Kim confesó lo que sabía y que si bien no tendrá consecuencias penales, si le puede caber una demanda civil por parte de la viuda de Howard.
Acá Jimmy/Saul/Gene finalmente desaparece y queda por primera vez en 63 episodios de la serie, un hombre totalmente arrepentido de todo lo que hizo. Admite toda su responsabilidad frente a una jueza y su condena es extendida a 86 años. El objetivo es, quitar de toda culpa a su ex pareja, tanto desde lo civil y hasta lo afectivo.


Este episodio, escrito y dirigido por el creador del personaje, Peter Gould, no elige ni el camino de la venganza purificadora de Breaking Bad, ni de las estafas o la negociación que hemos visto antes en Saul. Es un drama humano en su elemento más básico: un hombre despojado de todo, que decide hacer lo correcto contra sus propios intereses, en un acto de amor incondicional hacía la única persona que parece seguir a su lado.
Todo esto está acompañado por la no menos importante música incidental, que aparece en contados momentos, una fotografía con encuadres impecables, que nada tienen que envidiarle al séptimo arte y largas escenas que establecen un tono y a veces un enigma. Los famosos “cold open” como se los llama a los inicios de unos minutos de la serie son pequeños cortos en sí mismos, marca registrada de las dos series que ocurren en Nuevo México.
En este tramo final es impresionante cómo los guionistas (bah) todo el equipo detrás de esta historia, logran conectar y dialogar con personajes de esta serie y la previa. Es un trabajo de ingeniería brillante: desde el vestuario, al maquillaje, a los planos y las escenas que conectan pasado y presente de la historia, nunca se siente forzado, fluye con naturalidad, genera un diálogo entre líneas temporales y personajes pocas veces visto, orgánico, digno de las mejores novelas. No son meros cameos, tienen el peso de los detalles que hacen a las historias memorables.
Better Call Saul cuenta la historia de un persona que parece no poder contra su naturaleza, dañando a la gente que quiere y a sí mismo. Lo vemos en sus mejores momentos, donde asume quien es, tiene triunfos simbólicos y económicos, encuentra el amor y lo pierde. Pero cuando parece consumirse a sí mismo y en sus oscuridades, se arrepiente y se redime. Es una visión más amplia que la de Breaking Bad y su Walter White. Allí vemos la vida de un hombre que se extingue más rápido, casi como una explosión. La vida de Saul es una fogata a fuego lento: melancólica, más cálida, que se extinguirá al fin, pero que aún busca seguir viva a pesar de los embates.
Quienes valoramos las artes visuales extrañaremos este mundillo de estafadores, abogados y traficantes que creó Vince Gilligan en una ciudad sin tantas estridencias como Albuquerque, que ahora quedará en el imaginario popular. Con el final de Better Call Saul y sin anuncios de nuevos proyectos en el horizonte relacionados a este universo de personajes, cuesta creer cuando veremos de vuelta una serie que en poco menos de una hora, nos muestra hombres falibles, atravesados por la ambición, el amor, la muerte y la tragedia. El desierto nunca fue tan atractivo.