Hay una costumbre bien estadounidense que es algo difícil de trasladar a otros países. Y es el mundo de las fraternidades en las universidades. En Argentina lo que más se la acerca son las agrupaciones estudiantiles, pero estas se configuran más como un espacio de preparación para la vida política de nuevas generaciones con todos sus vicios. En cambio, las «fraternities» tienen sus códigos internos en los que prima la violencia, la toxicidad masculina y los pactos de silencio. Al menos así lo describe The Line, interesante y algo despareja película que se adentra en el mundo de esta agrupación de jóvenes, en donde un terrible hecho los marcará para siempre.
Su protagonista es Tom (Alex Wolff), un joven universitario que claramente es de una clase social un escalón más abajo que el de sus compañeros. Su madre le paga la universidad, pero él no parece esforzarse en que le vaya bien, sino más bien en cumplir con sus hermanos de la fraternidad KNA. Su acento y postura corporal cambian: adopta un tono de joven sureño con dinero, algo que claramente no se condice con sus orígenes.
Durante la primera hora de la película, veremos su vínculo con su mejor amigo dentro del grupo, Mitch. Interpretado de manera increíble por Mitch Miller es el arquetipo del americano «asqueroso»: rico, racista, con problemas de sobrepeso, glotón y temperamental. No es fácil mostrarse tan desagradable en pantalla: hay ecos de Philip Seymour Hoffman en su actuación y su personaje parece la versión adulta de Eric Cartman de South Park. La película muestra el vínculo entre ambos, que comienza a atravesar una tensión creciente por la llegada de O’Brien (Austin Abrams), un nuevo aspirante a la fraternidad, que choca de entrada con Mitch, con consecuencias gravísimas para todos los involucrados.
Hay una distancia interesante que plantean los realizadores respecto a este mundo de las fraternidades: nunca lo muestran como algo divertido, no hay una mirada celebratoria. Todos los ritos van de una masculinidad impostada a actos sencillamente ridículos. Los jóvenes aspiran líneas de cocaína con monotonía (es algo impactante ver al fallecido Angus Cloud picando droga con una tarjeta, ya que murió a raíz de sus consumos problemáticos). Para la película este es un mundo en el que no vale la pena meterse.
A su vez, veremos como Tom se va enamorando de Anabelle (Halle Bailey) una compañera de la facultad, con valores totalmente contrarios a los impulsados por esta hermandad de varones que aspiran al éxito y al dinero. Lo clave de la fraternidad es que para sus integrantes es más importante el estatus y las conexiones: su climax prueba que a la larga solos los ricos consiguen efectivamente beneficios.

La película tiene un desbalance. Su resolución, entre violenta y llena de tensión, llega algo tarde al relato y minutos después, el largometraje concluye. Pero, la primera hora estamos inmersos en una rutina de la fraternidad que no es nada divertida para al espectador, tan vacía como la vida que buscan estos aspirantes a Patrick Bateman. A su vez, la conclusión del vínculo amoroso es anticlimática y si bien es una decisión sorprendente y original para este tipo de relatos, uno piensa para que lo incluyeron en primer lugar.
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A su vez si bien esta ambientada en 2014 y el personaje de Mitch parece un sobrino lejano de Donald Trump, estos apuntes más políticos no son profundizados. Lo más jugoso y valioso del film es la amistad central que refleja. Hay celos cruzados, rencores sociales y genuino afecto entre Mitch y Tom, pero que no pueden expresar genuinamente al estar atrapados en un grupo social donde el cariño entre hombres parece prohibido y es reemplazado por la violencia.
Nuestra calificación
3.0 out of 5.0 starsFicha técnica
- The Line (2023)
- Dirección: Ethan Berger
- Guión: Zach Purdo, Alex Russek, Ethan Berger
- Elenco: Alex Wolff, Lewis Pullman, Bo Mitchell, Austin Abrams, Halle Bailey, Angus Cloud, John Malkovich, Scoot McNairy, Denise Richards
- Edición: Ted Feldman
- Fotografía: Stefan Weinberger
- Música: Daniel Rossen
- Nuestra calificación: Buena