Querido Bong:
Estoy en deuda con vos. Me recomendaron varios amigos tu película del año 2004, Memories of murder. Incluso Harry Hartley, el youtuber que sabe (y mucho) la marcó como fundamental para entender los primeros años de la década pasada en el cine asiático. Por si eso fuese poco, Fabián dijo le encantó como está construida. No obstante, vi sólo diez minutos y no la seguí. Vi sólo el arranque de tu película más conocida, The Host. “La verdad es liberadora” como dijo una conocida el otro día en internet, cuando se filtró un chat privado caliente que tuvo y no intentó desmentirlo. Te lo digo ahora, y sabiendo que es un opinión nomás, un gusto, para mí el gran director surcoreano es Park Chan Wook.
Nunca leerás esto, no sé si importa. Ya no sabría qué importa a la hora de escribir.
Al consagrarte en Cannes y en la entrega del Oscar simultáneamente, llegaste a la fama mundial. Sólo dos veces había pasado (un film viejo y «Apocalipsis Now«) ese doble premio, y no lo pienso googlear, cuando se escribe un carta sólo debe hacerse con los recuerdos aunque estén fallados.
Los recuerdos fallados son todo un tema. «Parasitos» para los argentinos, país en el que vivo tiene reminiscencias evidentes de una serie muy arraigada, Los simuladores de Damián Szifrón.
Tienen una esencia similar si bien tu película cuenta con el sello estético coreano: los detalles narrativos, encuadres bellos en cada plano, escaleras que suben y bajan como metáforas de clases sociales o de saber, la temperatura color contrastada (naranjas vs azules) giros sorprendentes en la trama y mezcla de géneros.
Me atrevo con una idea: toda tu película está concentrada en los primeros veinte minutos.
Hay tanto, pero tanto en ese arranque, que lo que viene después es un enorme fractal, o sea espejos que reflejan espejos. Aún con la sorpresa de que dentro de la mansión y lo fastuoso, está en horror agazapado con desconocidos viviendo en los subsuelos.
En la primera escena nos mostrás a la familia protagonista, viviendo en un desnivel con una ventana a la calle orinada por un borracho, que tiene un inodoro en la cocina y que sobreviven económicamente de doblar cajas de cartón para pizza por la que recién centavos por unidad en una especie de Ugi”s coreano, mientras queda claro a los espectadores que tienen aptitud para aspirar a efectuar un golpe grande todos y cada uno de ellos. Ese arranque es mérito de un gran director.
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El colgarse de wifi y el acceso a una impresora para truchar curriculums será lo que David necesita nomás para pararse de mano ante Goliat. La piedra que cumple deseos, la roca extraña e inexplicable que le deja el amigo universitario (¿guiño satánico?) a Gi Woo, es lo más genial dentro de lo exhibido. El final está enterrado en el principio en las cosas construidas por artesanos.
El tema real de la película, es la libertad.
Esa cosa que buscamos todos como dice la canción de Andrés, la libertad por te dejo un párrafo de Enrique Symns, actor del under porteño que hacía monólogos con una banda de rock de culto, como una especie de maestro de ceremonias:
«dice Sartre en “Los caminos de la libertad” que el SER teme tanto a la libertad que se asfixia a si mismo con tal de negar su existencia. Estamos atrapados en el infierno de la otredad. El infierno son los otros. El infierno es la mirada. Una mirada que vigila, designa, controla, juzga y te somete a sus definiciones. El más poderoso y absurdo gesto de la libertad es el enriquecimiento. No hay límites para la ambición porque no hay límite para el impulso de liberarse de las leyes económicas del mundo» (Fantasmas de Luz, Sudamericana editorial, pag. 146)


Veré Memories of Murder pronto. Prometido.
M.