La búsqueda del detalle, de la ropa, de la ambientación de una época que ya no es. Una postal de una Argentina que sólo existe en cierta memoria. Un recuerdo de un recuerdo, un eco.
El deseo de compartir (con algo de escondido a la vista) una especie de viaje en el tiempo.
¿Puede ser ese viaje el motivo profundo de la serie?
Las aventuras del representante de Diego Maradona tienen excesos, mujeres, drogas y lujos y un camino de miguitas a lo «Hansel y Gretel» por debajo de la superficie.
Los seis capítulos son de diferentes tonos, capturan emociones y estéticas diversas. Los tres primeros narrados entre los años 1986 y 1991 (Los tiempos del Napoli, la época menemista en su arranque, los desfiles de Giordano y los boliches de la costanera que administraba Poly Armentano) tienen un ritmo y una fibra sentimental que se irá perdiendo desde el cuarto capitulo en adelante (el jarrón y la cárcel, el pasado de Coppola oficinista con innecesarias citas al lobo de Di Caprio y Scorcese y el partido homenaje).
El capítulo dos y el final del tercero son de una delicadeza y sentimiento inusual. Ver «en su salsa” a varios personajes que ya no están en este plano (el propio Diego, Mauro Viale, Corrado Ferlaino, Carlitos Menem con su helicóptero (manejándolo inclusive), Leopoldo Armentano) interactuando entre si es algo profundo.
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¿Qué más propone Ariel Winograd con el rescate de este personaje que atraviesa la farándula, el fútbol y causas penales?
¿Esa idea de hacer viajar al espectador es más importante que tal o cual anécdota?
¿Lo logra la serie?
Todo está cuidado. Desde vestuario, dirección de arte, decorados y planos bien narrativos sin descuidar su belleza (una terraza de Nápoles en el plano de apertura del capítulo uno al atardecer, una calle en moto, una entrada en el departamento emulando una famoso publicidad de perfume o la cita cinéfila del baile de Juan Minujín a lo Tom Cruise en Coctel. Mención especial al desfile de Giordano con “qué noche teté”) Sin dejar de lado cada detalle y el tono acelerado del montaje, que sirve para mostrarnos la vida del protagonista también acelerado, voraz y posiblemente bajo efectos de sustancias prohibidas, hay que rescatar algo. En ningún momento juzga a su personaje, solo acompaña a Coppola durante sus días y noches en la Argentina donde recién emergía el “movicom” y donde el poder lo detentaban la pizza con champan.

¿Es posible que en dos o tres semanas esta serie se olvide?
¿Vale el esfuerzo enorme por la búsqueda de la excelencia y del detalle de los hacedores de esta serie cuando todo tiende tan rápido?
El capítulo 3 “Mi amigo Poly” (¿guiño a mi novia poly?) es de una gran sensibilidad y la recreación de la noche noventosa con la costanera, con “el cielo” como base central es notable.
La tragedia rondando a unos agotados Armentano y Coppola desde el arranque, hasta la aceptación de los disparos de un asesino anónimo tiñen de tristeza a toda la trama en donde una aventura con Alejandra Pradón intenta distraer la atención de lo relevante.
El final del capítulo con la sonrisa a cámara de Armentano, despidiéndose y diciendo con los ojos “no se olviden de mi” es una gema. La elección y la creación de estos pequeños momentos ochentosos o noventosos, dialogan con la ópera prima de Winograd, la extraordinaria Cara de queso.
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Esa película habla de la identidad generacional de quienes cumplirán 50 en breve como no lo he visto en otras obras. Esta serie sobre Guillermo Coppola bucea aquel sentimiento.
¿Dónde se consigue ese combustible al día de hoy?
‘Por eso de cada viaje me traigo el equipaje perdido, por eso es que me he prometido nunca olvidar, nunca olvidar‘. Andres Calamaro, disco Palabras mas, Palabras menos, 1995 |
