Sam Levinson se hizo conocido por Euphoria, la serie llena de brillos que narra las penurias profundas de los jóvenes en la USA hiperconectada de la actualidad.
Con Euphoria, más allá de que procura “impacto», la vi y olvidé casi todo. Sin embargo, The Idol tiene otro poderío, otra impronta.
En efecto, los personajes que habitan el mundo de esta serie son complejos.
¿Puede ser que The Idol hable de que nunca podés saber que piensa el prójimo de vos?
A riesgo de quedar en la vereda minoritaria y sabiendo que fue muy criticada, debo decir que a mi me gustó.
Con música estridente, colores saturados y otras ideas visuales muy cercanas a Euphoria el sello Levinson está bien visible.
Es válida la pregunta: ¿The Idol expande el universo de Euphoria o es otra cosa?
Si bien los capítulos son como unitarios y pueden disfrutarse por separado, recomiendo ver todo seguido para que Levinson nos pegue en el abdomen con su final deslumbrante. Esa escena final en el estadio aún perdura en mi memoria a casi dos años de su visionado.
¿Por que será?

La escuché a Mariana Enríquez en algún podcast hablando de como aquella ciudad le dio miedo a ella, una flaca que durmió en la plaza Constitución o en casas destartaladas de La Plata: «Algo maligno» dijo estaba latente entre los homeless y luces de neón.
¿The Idol plantea cómo Los Ángeles es la ciudad donde se puede llegar a lo más alto siempre al borde de caer al precipicio?
La crisis de Jocelyn (Lily-Rose Depp), una cantante pop que se encuentra en un momento de vacío espiritual tras la muerte de su madre, es el arranque de todo. La rodean un grupo de productores, asesores, secretarias, y coach vocales que la ven perdida, con algo de aquella Britney Spears pasada de todo y sin rumbo. En el primer capítulo va a una discoteca y el dueño del lugar, “Tedros” (The Weekend), la seduce y la convence de que puede hacerle sacar unos hits y ponerle allá arriba.
Sus exigencias serán altas, porque se instalará junto a un grupo de artistas que apadrina, a vivir en la mansión de Jocelyn, mientras la va corrompiendo en esa búsqueda de excelencia.
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¿Para la serie sólo el dolor es un buen maestro?
¿Esta serie nos dice que la perturbación que sienten «los artistas» puede llegar a ser la fuente creativa por excelencia?
En The Idol habrá espacio para las contradicciones, los claroscuros, el deseo.
Para Sam Levinson, como para el filósofo Nietzsche, lo que no mata fortalece. Lo que necesitamos con ahínco, está muy cercano de nuestra perdición.
¿En The Idol es posible perder el alma a cada momento?
La serie creo responde a estas preguntas, a su modo oscuro y seductor.

La escena indeleble: Capítulo 4, Tedros «obliga» a mostrar los talentos que cada uno de sus discípulos, va practicando y ensayando, ante los productores de Jocelyn, que miran todo de forma escéptica. Uno de aquellos talentos canta tras ser violentado física y verbalmente por Tedros con una especie de magiclik que tira electricidad, la versión más extraordinaria que vi del tema de George Harrison, My Sweet Lord.