Crítica de ‘I Love LA’, la nueva serie de HBO creada por Rachel Sennott: una comedia ácida sobre la generación del algoritmo, la ansiedad y la autenticidad.

La actriz y comediante Rachel Sennott (Bottoms, Shiva Baby) se lanza a la televisión con una serie que, bajo la apariencia de una comedia ligera, esconde un retrato generacional: el del agotamiento emocional, la autoexplotación digital y la búsqueda de validación en una ciudad donde todo parece una audición. Esta es nuestra crítica de I Love LA de HBO Max.
Rachel Sennott lleva un tiempo tejiendo su propio universo dentro del cine estadounidense. En Shiva Baby era el temblor interno de una joven acorralada por la mirada ajena; en Bottoms, el delirio y la furia eran formas de resistencia. Ahora, con I Love LA, su primera serie como creadora y protagonista, da un paso más: convierte su neurosis en materia prima y al algoritmo en espejo. HBO le da espacio para desplegar su lenguaje, una mezcla entre la ironía, la ansiedad y la vulnerabilidad posmoderna, en un retrato que entiende la cultura digital no como telón de fondo, sino como una forma de vida impuesta.
En el primer episodio, “Block Her”, conocemos a Maia (Rachel Sennott) el día de su cumpleaños número 27, intentando sostener, con esa mezcla de ironía y desesperación, una vida que parece más curada para Instagram que realmente vivida. Entre la autoexigencia y el agotamiento, trabaja como asistente en una agencia de talentos, decidida a impresionar a su jefa Alyssa (Leighton Meester) y a demostrar que pertenece a ese ecosistema competitivo y superficial donde el éxito es una performance constante.
Sus planes cuidadosamente diseñados se desmoronan cuando reaparece Tallulah (Odessa A’zion), su exmejor amiga: caótica, magnética, excesiva. Su irrupción no solo desordena la rutina de Maia, sino que pone en evidencia el artificio de una existencia sostenida en apariencias. Los treinta minutos del piloto funcionan como una presentación efectiva del universo de I Love LA. A simple vista, es una comedia sobre vínculos fracturados, ambiciones confundidas con necesidad afectiva y la dificultad de encontrar sentido en un mundo que solo celebra la visibilidad.
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La dirección del piloto, a cargo de Lorene Scafaria (Hustlers), construye esa tensión desde lo visual. Los planos cerrados sobre Maia transmiten el ahogo de su rutina y la sensación de estar atrapada en un loop de productividad emocional. Cuando la serie se abre, literalmente, al paisaje de Los Ángeles, la cámara cambia: el brillo del mar, los filtros cálidos, los fragmentos que parecen reels de amistad capturados para las redes. Scafaria entiende el artificio y juega con él, creando una textura visual que imita y parodia el lenguaje de internet.

Las actuaciones funcionan en el mismo registro: una naturalidad tan pulida que parece improvisada. Sennott sostiene la serie con su mezcla de caos y carisma, ese magnetismo que convierte la incomodidad en energía. A’zion es la chispa opuesta: desbordada y vital. Leighton Meester, como la jefa que todo lo evalúa, aporta ese gesto de sonrisa congelada tan propio del Hollywood laboral. Y Josh Hutcherson, en un papel pequeño pero prometedor, se mueve con su habitual carisma arrollador.
En apenas treinta minutos, el piloto logra presentar un universo, una voz y una herida. La mirada de Sennott es demasiado consciente de la ironía de querer ser auténtica en un mundo que monetiza la autenticidad. I Love LA arranca como una comedia sobre jóvenes en crisis, pero debajo late una búsqueda por comprender la gramática emocional de esta generación: la autoexplotación, la ansiedad y el brillo impostado de la vida online.
La serie promete porque Sennott siempre tiene algo que decir. Con su mezcla de sarcasmo y ternura, la actriz se anima a reírse de sí misma y del mundo que habita. Ahí estaremos, viendo los ocho episodios, para escuchar su verdad con esa dosis justa de humor, ansiedad y lucidez.