Llegó a Netflix la temporada 7 de Black Mirror, una de las series más importantes de la era moderna de la televisión. Iniciada en 2013, sus primeros episodios llegaron a Latinoamérica a través del cable y los torrent ilegales. La aparición de las plataformas también cambió la serie en cuanto a su llegada masiva al público y sus recursos. Sus primeras dos temporadas y un especial de navidad, fueron producidos por Channel 4, un canal subsidiario de la BBC. En la tradición inglesa y como principal creador a Charlie Brooker, se produjeron apenas siete episodios y a diferencia de las narrativas de Estados Unidos, sus finales desesperanzadores y sátiras directas a la presencia cada vez más creciente de la tecnología en la vida de las personas provocaron un shock en la televisión de esa década.
En 2014 Brooker llevó su hijo pródigo a Netflix. De ahí se produjeron cinco temporadas, por un total de 26 episodios y una película experimento interactivo, Bandersnatch. Sobre todo con la temporada cinco, de apenas tres episodios, la serie fue criticada por fanáticos y espectadores ocasionales. Algo se perdió en el camino, los mayores recursos y estrellas disponibles no se tradujeron en episodios más memorables.
Esta séptima temporada prueba la dificultad de las antologías y el desnivel de un episodio a otro. A pesar de compartir en todos los casos el guion de Brooker, los equipos artísticos varían y la diferencia es notable. Aun así en esta séptima tanda hay al menos dos episodios excelentes, dos muy buenos y dos que es mejor evitar. El orden incluso parece estar hecho para disfrutar de uno claramente superior, a uno pasable o directamente malo.
Hay dos episodios que pueden meterse entre los mejores de la serie. Uno de ellos es Una pareja cualquiera (Common People), que sigue a Amanda (Rashida Jones) y a su esposo Mike (Chris O’Dowd). La mujer sufre una emergencia médica y entonces su pareja decide probar un método experimental para mantenerla con vida: una prótesis cerebral que se conecta inalámbricamente con una red virtual. Sin adelantar mucho del episodio veremos que el bienestar de la mujer dependerá del costo de la suscripción al servicio que la mantiene viva y una actitud casi extorsiva de la compañía que lo otorga para que vaya mejorando «su conexión». A su vez el varón entrará en un oscuro juego de humillaciones online para conseguir fondos.
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Este episodio es en partes gracioso, macabro y finalmente triste. Reflexiona sobre los límites del acceso a servicios digitales y su intromisión en la vida de las personas ¿Qué precio tiene el bienestar de un ser querido? ¿Hasta qué punto se puede mercantilizar la salud? ¿Valen la pena humillaciones, horas extra y cansancio constante para mantener una vida que no se sostendría de forma natural? La historia tiene elementos de ciencia ficción, pero sus debates éticos hacen eco en los tiempos que corren.
Otro gran episodio es Hotel Reverie. Aquí seguimos a una actriz, Brandy Friday, que accede a una nueva tecnología de filmación para sumarse virtualmente a un clásico ficticio conocido como «Hotel Reverie», un melodrama en blanco y negro con elementos de policial negro. Las cosas comenzarán a fallar dentro de este mundo virtual y la intérprete perderá noción de lo que es humano cuando note que la inteligencia artificial que replica a una famosa actriz de antaño gana conciencia.

Con media hora más de duración, el episodio podría ser tranquilamente un largometraje. Es tanto un homenaje al cine clásico como una reflexión sobre los alcances que tendrá la inteligencia artificial en la industria audiovisual. Es también una comprobación más del talento de Emma Corrin, que salió al estrellato con The Crown y aquí interpreta a una estrella en blanco y negro como si la hubieran trasladado de esa época.
El humor que aportan Issa Rae como la actriz moderna en una década a la que no pertenece y Akwafina como una productora al que se le va de las manos el proyecto, convive con la melancolía de una improbable relación romántica entre una persona y una inteligencia artificial basada en la imagen y recuerdos de otra ¿La IA puede considerarse un ser sintiente? ¿Sus existencias valen algo? Una actriz virtual hace pensar al espectador en todas estas preguntas.
Ya en el medio, en historias que no son necesariamente malas, pero están un escalón más abajo se encuentran Eulogy y USS Callister: Infinito.

El primero, es un conmovedor, pero algo estático relato sobre un hombre que recuerda a un viejo amor a través de la revisión de fotografías antiguas a las que «ingresa» gracias a la tecnología. Paul Giamatti es el centro y protagonista casi excluyente de esta historia que sobre el final genera gran emoción y que describe de forma muy hábil como las personas construyen sus recuerdos. El principal es algo desagradable y amargado, pero su vínculo con fotos tachadas y recortadas, grabaciones y cartas le permiten reconstruir sus recuerdos lejos de la distorsión del dolor y con un poco más de cariño en torno a su ser querido. La tecnología aquí adquiere un carácter más benevolente que en el resto de los episodios, ya que le sirve como herramienta para sanar.
USS Callister: Infinito por su parte sigue la historia ya iniciada en la temporada cuatro del juego virtual a la «Star Trek» donde un grupo de empleados explora una galaxia virtual en el que intentan sobrevivir, mientras luchan en ambas «realidades» con sus maquiavélicos jefes. El cuidado de las escenas de acción, su humor y homenaje al mundo trekkie (evidente incluso desde la tipografía de los títulos) son el mejor esfuerzo de este tipo de ciencia ficción en el tiempo reciente. Aquí hay un gran uso de la relación entre seres digitales y reales y el episodio prueba que Cristin Milioti sigue siendo la mejor actriz que dio la televisión en las últimas dos décadas.
Hay dos episodios directamente inmirables, que es mejor evitar para no sentir que se perdieron 45 minutos de vida: Bête Noire, en el que una joven que trabaja para una compañía de golosinas se enfrenta a una antigua compañera de secundaria y Juego, en el que dos policías interrogan a un desarrollador de videojuegos demente.
En el primer episodio, una estética videoclipera no puede cubrir una historia que tiene más elementos del género fantástico que de la ciencia ficción y que a su vez no explica bien su lógica interna. Sin querer adelantar, la realidad de la protagonista se ve afectada por una fuerza exterior. El final de este episodio es el más delirante de la serie, pero al no estar bien construida su conclusión se siente apresurada e incoherente.

En Juego, las actuaciones parecen sacadas de una mala película de acción de los noventa. Un personaje de otro reconocido episodio aparece, pero está metido a la fuerza. Y la historia es sumamente débil. El interrogatorio a este programador algo loco es en gran parte un flashback a su pasado como joven patético y concluye con un final digno de un mal cómic.
¿El balance de la séptima temporada es bueno? Black Mirror es la Dimensión Desconocida del Siglo XXI. En sus mejores episodios es una combinación perfecta de reflexión y entretenimiento. Y al menos en esta temporada, hay dos episodios que logran ambos objetivos sobradamente y le dan renovado crédito a las historias de Charlie Brooker.