El 25 de junio, el más famoso restaurante de la televisión abrió nuevamente sus puertas con diez episodios en los que seguimos a Carmy, Syd, Richie y todo el equipo del antiguo The Beef intentando sostener no sólo un restaurante, sino también sus vidas. Aquí, nuestra crítica de la 4ta temporada de The Bear.
El arte que imita a la vida
Sé que el arte no tiene que imitar a la vida, pero a veces, sin querer, lo hace. Esta cuarta entrega de The Bear prueba, una vez más, que es una de las ficciones contemporáneas que mejor capturan esa materialidad de la vida que te rompe y te abraza en partes iguales. En su primera temporada, la serie pintó la furia, el caos y el duelo; en la segunda, materializó el hambre de progresar, el amor y, nuevamente, el caos; la tercera profundizó en la meseta, la crisis, la introspección. Para algunos, esa temporada fue un traspié; para mí, fue una transición perfecta para abrir paso a esta cuarta entrega, que nos ofrece la redención y el crepúsculo de una pasión. A través del recorrido de cada personaje, estos ‘Bears’ que ya sentimos cercanos, se logra tejer una de las grandes ficciones televisivas de la actualidad.
Esta cuarta temporada se siente íntima, sanadora, vulnerable y equilibrada. Comienza intentando reconectar con las primeras dos temporadas desde lo autoral, con un montaje frenético, tomas de Chicago que respiran, una fotografía y puesta en escena que hablan por los personajes, y una selección musical que se incrusta en cada escena. Es a partir del cuarto episodio cuando entramos en el verdadero núcleo de lo que está en juego esta temporada.
Carmy y la crisis millennial
Es difícil hablar sin spoilers, pero básicamente acompañamos a Carmy en ese trying que lo define, intentando romper patrones, queriendo mejorar de adentro hacia afuera. Y aquí es donde la serie toca la realidad. Porque, a partir de Carmy, la ficción construye una gran crisis que atravesamos quienes somos millennials: la flexibilidad de bajarnos del barco. ¿Qué sucede cuando el barco que construiste para perseguir tu sueño ya no es ese lugar?

Permitirse abandonar y cambiar de rumbo en una carrera que creímos que era para toda la vida es una de las hazañas más valientes que nos ha tocado ensayar. The Bear entiende también que intentar sanar requiere enfrentar monstruos guardados en los placares: ahí está Carmy, haciéndole frente a ese perdón pendiente con Claire, o a esa conversación inconclusa con su madre. Los primerísimos planos entre Donna (Jamie Lee Curtis) y Carmy son una punzada al corazón. Esas cartas de perdón escritas veinticinco veces, esa redención a través de una comida, ese plato de tonnato como un puente con la memoria: por momentos como esos es que amamos de esta serie.
Syd y la búsqueda de pertenencia
Hay más de esos momentos. Syd preguntándose dónde pertenece, cuál es su barco de oportunidades, reconectando con su prima (una increíble Danielle Deadwyler) y, en ese proceso, cocinando pasta para sanar y ordenar sus pensamientos. Esa intimidad es la que permite que The Bear atrape con una honestidad brutal lo que significa ser humano.

Richie, el verdadero corazón de The Bear
Pero creo que el faro de esta temporada es Cousin Richie. Si en la tercera nos hablaba del philosopher’s path y de cómo somos rocas en este mundo, ahora descubre que, en realidad, es esa arena que conecta, que tiende puentes. Es fascinante. Lo mismo ocurre con el episodio Bears que, como prometí no revelar spoilers en esta primera reflexión, solo diré que es el mejor de la temporada. Allí está también la clave del mensaje que Christopher Storer nos quiere dejar: “todo se termina”.
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¿El principio del final?
Quizás, así como los personajes necesitan aprender a soltar lo que aman para seguir adelante, nosotros también, como espectadores, tendremos que aprender a despedirnos de The Bear. Porque incluso las historias que más amamos en algún momento también encuentran su adiós.
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