Crítica de ‘Mr. Scorsese’, la docuserie de Rebecca Miller que retrata al director con una mirada íntima sobre el arte y la fe en el cine.

Rebecca Miller se adentra en la obra y el alma de Martin Scorsese en una docuserie que trasciende la biografía para convertirse en una reflexión sobre el arte y la fe en el cine. Con acceso a su archivo personal y voces de colaboradores cercanos —de De Niro a Thelma Schoonmaker—, Mr. Scorsese, disponible en Apple TV+ reconstruye la trayectoria de un autor que convirtió la contradicción humana en su gran tema.
En el último episodio de Mr. Scorsese, hay un momento que resume todo. Marty, en medio de una charla con Rebecca Miller, interrumpe apenas un segundo para tomar el aparatito del asma y poder seguir hablando. Es un gesto mínimo, casi invisible, pero profundamente revelador. Porque uno suele recordarlo con esa risa contagiosa y ese sentido del humor inagotable, y se olvida de que es un cuerpo pequeño que ha pasado la vida buscando sentido. Y ese sentido, ese respirador, ese suero vital, fue siempre el cine. Ya sea viéndolo, admirándolo, haciéndolo o preservándolo.
Este hombre está hecho de capas, y eso es precisamente lo que intenta descifrar la directora en un documental que no busca ser perfecto, pero sí es perfectamente bello, inspirador, conmovedor y magnético. No es tarea sencilla condensar la vida de Martin Scorsese, alguien que posee una capacidad de observación tan aguda que de cualquier detalle puede nacer una historia. Tiene esa labia hipnótica que convierte cada conversación en una clase de amor al arte. No debe haber nada más hermoso que escucharlo hablar con vehemencia de eso que tanto ama: el cine.
En los primeros episodios, Miller reconstruye la identidad de Marty: de dónde viene, de qué está hecho, la herencia inmigrante que lo formó y luego se convirtió en el sustrato de su cine. Luego, el relato se adentra en cómo esas vivencias se transformaron en un lenguaje cinematográfico propio, uno que la industria tardó en aceptar. Lo más conmovedor, sin embargo, es cómo Scorsese se mantuvo fiel a su visión, incluso cuando el precio fue alto. Su cruz fue interna, silenciosa, hasta que explotó en la oscuridad de las adicciones. Y ahí aparece la figura luminosa de De Niro, su hermano en el arte, tendiéndole la mano.
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También hay un eco de su ternura en el modo en que el documental lo muestra en su intimidad: el padre imperfecto que busca redención a través de su obra, el hombre que recién sintió conectar con una de sus hijas durante el rodaje de La edad de la inocencia, el esposo que acompaña con amor y cuidado a su mujer enferma. En esa desnudez radica, quizás, la razón por la cual su cine es tan profundamente honesto: todo está ahí, en la imperfección, en la herida, en la búsqueda.

Mr. Scorsese conmueve porque lo que emociona no es sólo el genio, sino el alma que late detrás: la de un hombre apasionado, que recorre sus luces y sus sombras con el corazón en la mano. Un hombre que desborda amor por la vida y por el cine. Al terminarla, uno siente eso mismo: unas ganas incontenibles de seguir viviendo para seguir mirando cine.