La nueva serie de Vince Gilligan, creador de Breaking Bad y Better Call Saul, llega a Apple TV+ con Pluribus, una historia de ciencia ficción que mezcla filosofía, inteligencia artificial y la búsqueda de la felicidad. En este análisis explicamos su significado y las ideas detrás del fenómeno.

Después de más de una década explorando el lado oscuro del alma humana en Breaking Bad y Better Call Saul, Vince Gilligan regresa con una serie que parece venir del futuro pero habla directamente del presente. Pluribus, estrenada en Apple TV+, es una parábola de ciencia ficción sobre el fin de la individualidad: una historia en la que la humanidad alcanza la felicidad total y, con ella, pierde su alma. El resultado es una de las obras más inquietantes del año. No por su tono apocalíptico, sino porque se siente demasiado real. Este es la explicación y análisis de Pluribus.
Vince Gilligan es, sin dudas, uno de los narradores más importantes de la televisión moderna. En Breaking Bad convirtió a un profesor frustrado en un monstruo, y en Better Call Saul llevó el cinismo de un abogado hasta el terreno de la tragedia. Ahora, con Pluribus, decide mirar en la dirección contraria: después de años observando el mal, escribe sobre el bien… y descubre que puede ser igual de peligroso.
En una entrevista con Variety, Gilligan confesó: “Durante años escribí sobre antihéroes. Pero hoy, el mundo necesita héroes otra vez.”
Aunque en su nuevo universo, esos héroes no son caballeros luminosos, sino seres frágiles, rotos, incapaces de aceptar una felicidad que sienten ajena.
Pluribus comienza con una idea que suena científica pero termina siendo metafísica. En un observatorio del desierto de Nuevo México, dos astrónomos detectan una señal que proviene de 600 años luz de distancia. El mensaje no contiene palabras ni números, sino cuatro tonos que, al ser analizados, revelan algo inquietante: corresponden exactamente a los nucleótidos que forman el ARN —guanina, uracilo, adenina y citosina—, la molécula que sustenta la vida.
Los científicos, fascinados, reproducen esa secuencia en el laboratorio. Pero lo que parece un avance científico se convierte en una catástrofe. Una mordida de rata libera un virus que no mata, sino que une: conecta las mentes de casi todos los seres humanos en una sola conciencia. La pandemia no destruye el mundo, lo transforma. Y en cuestión de horas, la humanidad entera empieza a sonreír, a hablar en plural, a pensar con una sola voz.
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El fenómeno se conoce como “The Joining”, “El Enlace”. Y solo trece personas en todo el planeta son inmunes. Entre ellas, Carol Sturka (Rhea Seehorn), una escritora de novelas románticas, alcohólica y misántropa, que se convierte —a su pesar— en la última conciencia libre del planeta.
El uso del ARN en Pluribus no es un detalle decorativo: es el corazón conceptual de la serie. En biología, el ácido ribonucleico es la molécula que traduce la información genética del ADN para crear proteínas. Es, literalmente, el intermediario entre el código y la vida.
En la ficción de Gilligan, ese intermediario se convierte en una vía de contagio: un “pegamento psíquico” que transforma a la humanidad en una red orgánica. Es una idea tan bella como aterradora: la misma molécula que hace posible la vida es usada aquí para borrar la diferencia, para homogenizar la existencia.
La señal extraterrestre no trae destrucción ni invasión, sino armonía total. Los infectados no son zombis, aclara el creador en Men’s Health: “Conservan todas sus facultades, pero son inquebrantablemente felices. No puedes ofenderlos. Harían cualquier cosa por vos.”
El ARN, que en la realidad biológica transporta información, en Pluribus transporta emociones. Funciona como una metáfora de la hiperconectividad contemporánea: un flujo constante de datos que promete unión, pero termina borrando la identidad.

Carol no es un modelo de virtud. Es cínica, temperamental y autodestructiva. Pero precisamente por eso, Pluribus la convierte en la última defensora de lo humano. Cada vez que pierde el control, su rabia provoca convulsiones globales: millones de personas mueren conectadas al mismo dolor. “Soy la mayor asesina desde Stalin”, dice con amarga ironía.
Gilligan la define en Variety como una “heroína inepta y renuente”. “Me interesan las personas que se levantan pese a tener miedo, tristeza o culpa. Carol no es un ejemplo moral; es un recordatorio de que sentir también es resistir.”
Su existencia misma es un virus para un mundo sin contradicciones.
Lo más perturbador de Pluribus no es su ciencia ficción, sino su lógica emocional. El “virus” no impone dolor ni violencia. Al contrario: crea una utopía.
No hay guerras, ni crimen, ni desigualdad. Todos son amables, todos colaboran. La Tierra entera se convierte en una red de mentes interconectadas.
En una escena del segundo episodio, uno de los pocos humanos inmunes —ahora dueño de un Air Force One lleno de modelos y lujos— le dice a Carol: “Ya no hay crimen, ni racismo, ni guerras. ¿Por qué querrías salvar el mundo?”
La pregunta no es banal: es el corazón filosófico de la serie. ¿Y si la paz mundial solo es posible cuando se elimina la voluntad individual? ¿Y si la armonía necesita borrar el conflicto, la diferencia, la disidencia?
Pluribus se atreve a sugerir que la utopía puede ser una forma de tiranía. Que una paz perfecta, sostenida por la ausencia de deseo y de contradicción, no es una conquista moral, sino una derrota espiritual. En términos hegelianos, la serie plantea la paradoja de un mundo reconciliado con sí mismo hasta el punto de la inmovilidad. La historia ya no avanza, porque el conflicto —el motor de toda conciencia— ha desaparecido. En esa quietud total, la humanidad ha dejado de ser historia y se ha convertido en sistema.

Para acompañar a Carol, el “Joining” le asigna una figura llamada Zosia (Karolina Wydra), una mujer idéntica al protagonista de las novelas románticas que ella misma escribió. Zosia es pura serenidad: nunca se enfada, nunca duda, nunca siente dolor. Habla en plural —“nosotros”— y representa el rostro amable del control.
En su entrevista con Polygon, Wydra explicó que Gilligan le pidió interpretar a una persona “en paz absoluta, incapaz de sentir enojo”. “No son robots ni aliens. Son personas felices que ya no recuerdan lo que es sufrir.”
Zosia encarna la perfección emocional. Carol, su fracaso. Y en ese contraste, Pluribus encuentra su pregunta más incómoda: ¿queremos ser felices o queremos ser libres?
El “Joining” no es solo una mente colmena alienígena: es el reflejo exacto de nuestras sociedades hiperconectadas, donde el pensamiento colectivo se confunde con el pensamiento único. Los infectados que repiten en coro “Queremos ayudarte” son el eco de los algoritmos que nos muestran lo que queremos ver. El sistema no oprime: seduce. Nos ofrece seguridad, empatía, pertenencia. Nos promete que nunca más estaremos solos, siempre y cuando pensemos igual.
Gilligan no oculta su desconfianza hacia la tecnología moderna. En su entrevista con Variety, atacó la cultura de Silicon Valley con dureza: “La inteligencia artificial es la máquina de plagio más cara del mundo. Gracias, Silicon Valley, otra vez arruinaron el planeta.”
Sin embargo, el creador aclaró algo esencial: Pluribus no fue concebida como una historia sobre inteligencia artificial. La idea nació hace casi una década, mucho antes del auge de los modelos generativos y del dominio de la IA en el discurso tecnológico. Aun así, Gilligan reconoció que las similitudes son inevitables: “No lo pensé como una metáfora sobre la IA, pero entiendo por qué la gente la lee así. La historia habla de cómo perdemos lo que nos hace únicos cuando todo se vuelve colectivo.”
De ahí que la serie funcione como una profecía involuntaria: escrita antes del boom de la inteligencia artificial, pero más relevante que nunca en una era en la que las máquinas aprenden a imitar el alma humana.
La serie funciona también como una reflexión sobre la tiranía de la positividad. El filósofo Byung-Chul Han escribió que vivimos en una sociedad donde la depresión es la reacción al mandato de “ser feliz”. Pluribus traduce esa idea en imágenes: un planeta que ha erradicado la tristeza a costa de su humanidad.
Los personajes infectados son el ideal contemporáneo del bienestar: productivos, serenos, colaborativos. Pero bajo esa calma se esconde la violencia del consenso. Nadie puede disentir. La tristeza se ha vuelto una enfermedad, la ira un acto de terrorismo emocional.
Carol, con su dolor y su rabia, representa lo último que queda de lo humano: la capacidad de sentir lo incorrecto. En un mundo donde todo funciona, ella es el error necesario.

El título de la serie proviene del lema latino “E Pluribus Unum” —“de muchos, uno”—, grabado en el Gran Sello de los Estados Unidos.
Según TechRadar, Gilligan lo eligió como una reflexión sobre la democracia global, pero en la serie el significado se invierte: la unión deja de ser un ideal para convertirse en amenaza.
En Pluribus, la humanidad ha llevado el sueño de la unidad a su límite. El resultado no es una sociedad más justa, sino una mente sin rostro. La diversidad, la disidencia, la imperfección: todo ha sido purgado en nombre de la armonía. De muchos, uno. Y de ese uno, nada.
Más allá de su trama, Pluribus plantea una pregunta profundamente artística: ¿qué queda del arte en un mundo sin conflicto? Rhea Seehorn lo resumió en Variety: “Lo que nos emociona no es la perfección, sino la humanidad que se esconde detrás.”
El arte, como la emoción, depende del error. La inteligencia artificial —como el “Joining”— busca eliminar el fallo, y al hacerlo destruye la chispa de lo vivo.
Gilligan lo entiende: después de explorar durante años la corrupción moral, ahora examina la corrupción de la empatía. La serie no condena la felicidad, sino su programación: la conversión del sentimiento en fórmula.
En su núcleo, Pluribus es una historia sobre resistencia emocional. Carol no lucha contra extraterrestres ni máquinas, sino contra el deseo colectivo de eliminar el dolor. Su sufrimiento, su ira y su culpa son los últimos gestos de libertad en un mundo anestesiado.
El filósofo Gilles Lipovetsky hablaba de la “era del vacío”, donde el bienestar reemplaza al sentido. Gilligan lleva esa tesis a su extremo: una humanidad sin conflicto es una humanidad sin alma. En una de las escenas más potentes, Carol dice: “No le pedís a un dealer que te describa su heroína.”
Esa frase resume toda la serie. La felicidad impuesta es una droga, una utopía tóxica que elimina la capacidad de pensar.

Al final, Pluribus no trata sobre el futuro, sino sobre nosotros. Sobre una sociedad que delega su pensamiento en algoritmos, que teme más al desacuerdo que a la mentira, que ha confundido la conexión con la comunión.
La serie de Gilligan es una advertencia contra el confort emocional, contra la perfección que promete la tecnología y la ilusión de que la armonía puede alcanzarse sin conflicto. Porque incluso en la felicidad absoluta puede esconderse una forma de totalitarismo.
Carol, con su ira imperfecta, representa el último grito humano: el derecho al error, al caos, al dolor. El derecho, en definitiva, a no ser parte de la colmena.