El mexicano se despacha con uno de los mejores trabajos de su carrera haciendo propia la revolucionaria historia de Mary Shelley. Leé nuestra crítica completa.

Volver a contar la historia de uno de los personajes más icónicos de la literatura y el cine es una tarea que, en principio, parece imposible, sobre todo cuando, desde sus interpretaciones en los años treinta, ninguna otra historia caló en el público. Sin embargo, Guillermo del Toro se animó con una versión propia que mantiene el espíritu de los personajes, pero que dota de brutalidad, humanidad y hasta del humor negro característico del realizador mexicano. En esta crítica te contamos qué nos pareció la nueva versión de Frankenstein de Guillermo del Toro.
El director inicia la película mostrando un brutal ataque de la criatura a un barco en medio del Ártico. Unos marinos rescatan a Víctor Frankenstein (Oscar Isaac), un científico que, gravemente herido, cuenta su historia y cómo llegó a la creación de la bestia. Sabremos que, de niño, era maltratado por su padre, quien le enseñó medicina y cirugía, y que la muerte de su madre lo marcó para siempre.
Ya de adulto, y con experimentos en la reanimación de cuerpos, llama la atención de Henrich Harlander (Christoph Waltz), un comerciante de armas y tío de Elizabeth (Mia Goth), la novia de su hermano William (Felix Kammerer). Adquiere recursos y, a través de la manipulación de la electricidad, creará al monstruo a partir de cadáveres de guerras europeas.
En ese castillo, y en esas escenas de “ensamblaje” del cuerpo, uno puede animarse a pensar que no hay película, desde la saga de El Señor de los Anillos, de principios de siglo, que haya realizado un diseño de producción semejante en el cine moderno. Cada aparato, cada extremidad que aparece y se anima, es una obra de arte en sí misma. Uno podría incluso dejarse llevar por los escenarios gigantes, salidos de otras épocas de Hollywood, y no prestarle atención a la trama, y ya sería una experiencia increíble. Y acá también el trabajo de vestuario, sobre todo en el personaje de Mia Goth, es espectacular, y hay que remontarse a la saga multipremiada de Peter Jackson para encontrar algo similar.
Aquí es donde uno lamenta que la guerra entre las grandes cadenas de cine y Netflix siga sin cambios. Solo contadas salas de todo el mundo lograron proyectar una película que, sin dudas, merece verse en pantalla grande, sumándole, a su vez, el estilo visual que afinó del Toro en sus últimos proyectos, con planos secuencia breves pero atrapantes y la utilización del gran angular para darle un aspecto inmenso, al borde de la distorsión, a cada plano. Estos elementos —fotografía, vestuario, escenarios, efectos visuales y prácticos— son un personaje más en el cine del mexicano, que cultivó desde sus humildes inicios con Cronos y Mimic, y que aquí muestra en todo su esplendor.
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Víctor se maravilla al lograr animar a su creación y la entrena de a poco, aunque se frustra ante sus lentos avances en el lenguaje y los celos que le genera que Elizabeth logre una conexión con él. En un rapto de locura, inicia un incendio en el laboratorio, del que el monstruo apenas logra salir con vida.

La película interrumpe el relato del científico con el de la propia criatura, quien entra en el barco y decide contar su versión de los hechos. Esta es, sin dudas, la mejor sección de la película. Vemos brillar a Jacob Elordi en el mejor papel de su ascendente carrera. El sex symbol de Euphoria y Saltburn encarna a un hombre adulto creado desde cero, con la inocencia de un niño y la brutalidad de un león, de una escena a la otra. Bajo un excelso trabajo de maquillaje, uno ve sus ojos brillar, llenos de desolación, al notar que nada lo hiere y que será inmortal. Aquí hay una reivindicación de la historia original de Shelley, que mostraba al personaje como alguien articulado, ágil e inteligente, algo que se ve en la película y que se contrapone a otras versiones cinematográficas.
Sabremos cómo la bestia aprende a hablar a través de una comunidad de campesinos que tienen como patriarca a un anciano ciego. Allí se hará amigo del hombre, que será el primero en reconocer la bondad del engendro. Pero, de un momento a otro, verá la maldad del mundo, cuando, primero, una jauría de lobos ataque y mate a su amigo, y luego el resto de los habitantes lo culpen a él. El director aprovecha aquí para realizar la escena más gore de su carrera, donde Elordi despedaza a los animales y a los campesinos que lo atacan. Pocos filman la violencia como él, y la clave es el sonido: en otras películas no se escuchan los tendones y huesos despedazarse como en su cine.
El relato del monstruo nos lleva a que encuentra a su creador y, en vísperas de la boda de Elizabeth y William, una pelea entre ambos provoca la muerte de la mujer. Una vez más, el gigante es culpado. Y así, Víctor decide cazarlo, llevándonos al inicio del relato.

No todas son buenas noticias en esta versión. Si bien Isaac hace un gran papel como el desagradable y obsesivo inventor, las escenas con Elordi son simplemente hipnotizantes y, cada vez que no está en pantalla, uno se pregunta dónde está. A su vez, Goth hace un aporte valioso como una mujer crítica e inteligente, quizás en un homenaje a Shelley, pero el romance con la criatura está poco desarrollado, porque se prioriza la relación entre creador y creación.
En una decisión de alejarse del tono ambiguo del final de la novela, esta versión decide dar una reconciliación entre padre e hijo y nos muestra al “moderno Prometeo” caminando hacia el horizonte, con un dejo de esperanza. Aquí, el realizador de clásicos modernos como El laberinto del fauno y Pacific Rim renueva su compromiso con los monstruos. Ve en sus ojos y su andar humanidad y dignidad, tras las superficies descuidadas de un cuerpo en descomposición. Reivindica la belleza en la diferencia, en otra de sus grandes películas.
4/5 = Muy buena
Frankenstein ya está disponible en Netflix