La película que marca el retorno a la actuación de Daniel Day-Lewis tuvo su premiere mundial en el NYFF63.
Lo lógico es exponer de entrada el tema principal que rodea a la película. La vuelta del considerado rey del cine -después de Marlon Brando, claro-, Daniel Day-Lewis, quién en sus propias palabras confiesa que esto del retiro nunca lo tomó como una sentencia. Pero, de igual forma tuvo que venir su hijo de 27 años, el pintor Ronan Day-Lewis, para que el tres veces ganador del Oscar finalmente retomara su oficio. En Anemone el intérprete demuestra una vez más, porque hay gente que dice, lo que dice. Esta vez le bastó con dos poderosos monólogos que también dejan en evidencia a las nuevas generaciones que hoy dominan Hollywood.
Anemone se presenta como un cuento indescifrable que de a poco abre su camino hacia las relaciones complejas que tiene los vínculos entre hermanos y/o padres e hijos. Jem Stoker (Sean Bean) ve como su hijastro Brian (Samuel Bottomley) sufre de una depresión severa que no lo deja andar en su día a día. A pedido de su pareja Nessa (Samantha Morton), este va a buscar a su hermano Ray (Daniel Day-Lewis) quién es el verdadero padre de Brian. El problema es que este hombre vive escondido en un bosque sin ninguna intención de salir de ahí.
Anemone es una oscura historia sobre un hombre cuya culpa lo ha arrinconado a un círculo sin poder enfrentar a los demonios de su pasado. Ronan Day-Lewis arranca con buen pie su carrera cinematográfica con este intenso viaje donde las visuales toma un protagonismo por encima de la misma trama, por ello la brutalidad que presenta la película se vive de dos maneras. De una externa donde el bosque, la playa y el cielo sacan todas sus fuerzas naturales a relucir, mientras que el personaje de Daniel Day-Lewis vive la misma tormenta, pero de manera interna. Lo que conecta a ambos lados de la trama es la música extradiegética que aporta la búsqueda del tono que quiere la película.
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Por otro lado, hay que decir que el guion no iguala lo que propone la dirección de la película. Más allá del porte que puede presentar la actuación de Sean Bean, que hace del hombre sensato dentro de la historia, es muy difícil conectar con cualquier personaje. Especialmente con la situación del hijo. Es el que inicia la historia, pero nunca se termina del todo de explicar porque sufre lo que sufre. ¿Acaso no le conviene estar alejado de otro hombre tóxico? Son más preguntas que respuestas lo que deja Anemone, y ese no es problema, la cuestión es que la cinta no logra generar a la audiencia el deseo en encontrar esas respuestas.
Vale la pena cerrar tomando el nombre de la película. El título Anemone no es casual. La anémona es una flor marina que puede ser tan frágil como venenosa, capaz de sobrevivir en condiciones adversas y de convivir en simbiosis con otras especies. Esa doble naturaleza se refleja en los personajes de la película: seres marcados por la culpa, el dolor y la fragilidad emocional, pero también con la posibilidad de renacer si logran reconciliarse con sus vínculos. Así, la anémona funciona como metáfora de la historia: una belleza difícil de descifrar, que encierra en su interior tanto la herida como la promesa de redención.
3.5/5 = Buena
Esta crítica forma parte de nuestra cobertura al 63rd New York Film Festival