La película representará a la Argentina en la busqueda por una nominación a los Premios Oscar y Goyas.
Cuando en el año 2023 se estrenó Blondi, inmediatamente nos dimos cuenta que con la Dolores Fonzi directora había surgido una nueva autora interesante para el cine nacional. En un solo largometraje, ya había despuntado una identidad audiovisual, una personalidad y una mirada del mundo en el cine, y eso nos obligaba a estar ansiosos por ver cómo seguía su filmografía. Con el estreno de la película Belén, su segundo film, aquella intuición no solo se confirma como realidad, sino que cobra un nuevo impulso. Fonzi no solo es una autora a la que seguir, sino una que está llamada a grandes cosas en el cine argentino. Algo sabrá la Academia Argentina de Cine que designó a la cinta como representante de los Premios Oscar y de los Goya.
Sin querer quedarse en el confort del tono que le había valido elogios y reconocimientos con su anterior película, Fonzi apuesta a la osadía del cambio y se prueba en un drama brutal. Que es emocionalmente simbólico y trascendente para la sociedad argentina por ser el que le dio nueva visibilidad al debate por el aborto legal y que, además, se vuelve urgente porque rompe un contexto de época que intenta sacar los discursos feministas de la agenda política.
Partiendo del libro Somos Belén de Ana Correa, el film retoma el caso real de Julieta, una joven tucumana que fue llevada a prisión tras sufrir un aborto espontáneo en un hospital, motivo por el cual fue acusada de homicidio agravado por el vínculo. Asume, así, una carga desafiante, de la que sale estoica. Porque le sabe imprimir a Belén el peso que la historia pide y la responsabilidad que un caso real tan significativo acarreaba. Sabe generar la crudeza y la emocionalidad necesaria, pero sabiendo esquivar el golpe bajo y el mensaje forzado que a menudo son vicios tan tentadores e inevitables en este tipo de cintas.
Su principal aliado para hacerlo es el guion que universaliza su tema al sacarlo de un foco “de género” para convertirlo en una historia sobre una injusticia. Y al que enriquece al matizarlo con instantes de humor y de cotidiana humanidad en el medio de sus instantes más oscuros. Le da, así, una nueva profundidad al relato y a los personajes, volviéndolos ya no personas al servicio de un drama, sino personas cotidianas a las que les pasa un drama. Soledad Deza –el personaje que interpreta la propia Fonzi- puede desafiar al sistema judicial, pero también es la misma que encuentra tiempo de involucrarse un poco en un video escolar de sus hijas.
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En ese sentido, se respira en la película Belén un espíritu de drama, humor y humanidad muy hermanado al de Argentina 1985, la película de Santiago Mitre que nos dio nuestra última nominación a los Oscars en el rubro de mejor película extranjera. Algo que, al partir del guion se vuelve un curioso juego de espejos conyugales y de películas, ya que la anterior cinta tenía en su guion a Santiago Mitre (marido de Fonzi) y Mariano Llinás, mientras que Belén tiene en su guion a Fonzi y Laura Paredes (pareja de Llinás).
Lo que el guion propone, la Fonzi realizadora sabe ponerlo en pantalla. Con profesionalidad, sobriedad, gracia y con el corazón en la mano, crea un relato de una ferocidad emocional total, que interpela por completo. Y que funciona, también, por las notables interpretaciones de Dolores Fonzi y Laura Paredes, pero sobre todo por la rutilante aparición cinematográfica que la joven Camila Plaate trae como Julieta/Belén. Con una solvencia arrasadora, encarna la complejidad de un personaje frágil y valiente a la vez, niña y adulta, víctima y voz emblema de una causa colectiva.
4/5 = Muy buena