El comediante y creador de «Master of None» hace una película con pocos chistes y que intenta sin éxito hablar de la precariedad laboral que vive Estados Unidos. Esta es nuestra crítica.

El comediante y creador de Master of None hace una película con pocos chistes e intenta, sin éxito, hablar de la precariedad laboral que vive Estados Unidos. Una comedia puede intentar ser graciosa o abordar temas serios, o al menos balancear ambos objetivos siempre y cuando haya una buena historia detrás. Buena fortuna o Good Fortune, el debut en pantalla grande de Aziz Ansari como director, termina fracasando en estas ambiciones.
La historia sigue a Arj (Ansari), un editor de video desempleado que comienza a aceptar trabajos precarios para poder subsistir. Está en su peor momento económico: vive el día a día y se queda sin techo, obligado a dormir en su auto. Su vida no va bien y, por eso, Gabriel (Keanu Reeves), un ángel guardián cuya tarea es evitar las muertes de conductores que se distraen con el celular, decide intervenir. Con ganas de inspirarlo sobre las bondades de su existencia, Gabriel realiza un intercambio de almas con un millonario, Jeff (Seth Rogen). Su elección no es casual: Arj trabajó un tiempo para Jeff, pero fue despedido por malgastar dinero de la compañía.
El ángel busca que Arj valore lo que tiene, pero el frustrado trabajador disfruta demasiado de su vida de rico y decide postergar el regreso a su cuerpo. Mientras tanto, intenta conquistar a Elena (Keke Palmer), a quien conoció en una ferretería donde ambos trabajan medio tiempo. Ella intenta impulsar un gremio para obtener derechos laborales para los empleados explotados.
La gran falla de la película es que intenta abordar un problema enorme para Estados Unidos y la sociedad moderna, como la precariedad laboral, a través de una comedia con toques fantásticos, pero poco imaginativa y poco graciosa. La mayoría del humor pasa por diálogos ingeniosos entre los personajes, y quizás el único que sale más o menos airoso es Reeves, quien, al no lograr que Arj vuelva a su vida anterior, pierde sus alas y es condenado a vivir como un mortal.
Arj intentará a toda costa quedarse en su nuevo cuerpo, al punto de prolongar todo lo posible una estadía en el hospital tras un accidente. Aquí, el millonario en cuerpo de pobre verá lo duro de la “gig economy”: cientos de personas con múltiples trabajos a través de aplicaciones que pagan poco y consumen gran parte del día. También notará la inequidad de que directivos como él tengan vidas tan opulentas. Disfruta su nueva rutina y hasta aprovecha para realizar la fiesta que Jeff planeaba en su mansión por sus 40 años. Sin embargo, siente un gran vacío tras varios desencuentros con Elena, quien rechaza la superficialidad y el materialismo del nuevo Arj.
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Son múltiples los problemas que presenta la película. En primer lugar, el guion es sumamente arbitrario: uno tiene la sensación de que las reglas de este mundo de ángeles fueron creadas a las apuradas para llenar agujeros narrativos. A su vez, la presencia de gags físicos es casi nula y lo plano de su propuesta visual la emparenta con producciones televisivas. Además, la conveniencia con la que aparece el personaje de Palmer para reencauzar el relato rompe toda verosimilitud.
Sin embargo, esto no es lo más grave, sino sus intentos por resolver algo tan complejo como la lucha de clases con un final aleccionador y sobreescrito. Volviendo a la película, Elena fracasa en su intento de promover el gremio y esto hace reflexionar a Arj sobre las condiciones que atraviesan los trabajadores. Piensa que, si bien son duras, al menos pueden pelear. Finalmente, y debido a otra regla creada especialmente para la película, el intercambio de cuerpos termina porque el joven así lo desea, y cumplida su misión, Gabriel recupera sus alas.

Hay una gran contradicción en el proyecto, que evidencia el agotamiento de la nueva comedia americana. El film critica abiertamente las diferencias de clase y cómo hay minorías que viven con millones de dólares mientras otras personas trabajan días enteros para llegar a fin de mes. Pero esta reflexión resulta extraña cuando sus realizadores son millonarios o gozan de un muy buen pasar. Además, si bien critica directamente a los ricos, hay una exhibición de sus lujos que roza la fascinación, como ocurre en las escenas del sauna o en la enorme casa que se muestra.
Esta segunda etapa de la nueva comedia americana, que tuvo grandes referentes como Ben Stiller y Judd Apatow, sufre una meseta. Hay que remontarse a 2014 para encontrar una comedia que haya dejado impacto, como La entrevista, una sátira en la que dos periodistas se unen a la CIA para matar al dictador Kim Jong-un.
Pero proyectos como Buena fortuna muestran que sus reflexiones son autorreferenciales y algo ingenuas. Critican una clase social de la que forman parte y pretenden aleccionar con diálogos sobreexplicados, resolviendo la lucha de clases con giros de guion torpes. Todo esto acompañado de la ausencia de gags físicos y de actuaciones desganadas de Ansari, Rogen y compañía.
La última imagen de la película lo confirma: una mano invisible, perteneciente a Gabriel, sostiene un taco en el aire. Es uno de los placeres que descubre el ángel y que funciona como metáfora de que la vida de los pobres también es buena gracias a la comida callejera. Esa es la mirada infantil y plana de un realizador que tuvo más éxito en las series, como demuestra Master of None. Justamente, la película, por su poca acción y sus interminables diálogos, parece la compilación de tres episodios de un producto televisivo. No tiene profundidad en sus ideas, ni construcción de mundo, ni la estética de una película sólida. No logra hacer reflexionar ni hacer reír. Se queda a medio camino y termina siendo apenas un film menor y rápidamente olvidable.
2.5/5 = Regular