Derek Cianfrance eleva un material que, en otras manos, podría ser una simple comedia ligera y lo dota de profunda crítica social y grandes dosis de drama. Leé nuestra crítica completa.

¿Puede un hombre robar en locales de comida rápida entrando por el techo? ¿O vivir meses enteros en una tienda de juguetes, subsistiendo a base de caramelos y vendiendo videojuegos? Por increíble que parezca, la historia es real y ocurrió en Charlotte, Carolina del Norte. La película Un buen ladrón o Roofman, de Derek Cianfrance, con Channing Tatum y Kirsten Dunst, es una de las mejores cintas del año, y en esta crítica te contamos los motivos.
En Un buen ladrón seguimos la historia de Jeffrey Manchester (Channing Tatum), un hombre que, tras servir en el ejército estadounidense, no logra encontrar un trabajo estable y acumula deudas y problemas para mantener a su familia. Su particular solución es utilizar sus habilidades de observación e infiltración para robar en restaurantes McDonald’s, lugares que ofrecen alta recaudación y bajas medidas de seguridad. En la vida real, se le atribuyen más de 45 robos en diversos estados.
Su debilidad como ladrón, ser excesivamente amable con sus rehenes, le juega en contra. En uno de los robos a la cadena, es identificado y sentenciado por secuestro a 45 años de prisión. Así, su esposa y dos hijas prefieren cortar su relación con él. Manchester, ni lerdo ni perezoso, orquesta una fuga sencilla pero espectacular de la cárcel, escondiéndose en un camión. Acorralado por las autoridades, decide refugiarse en un Toys «R» Us, la conocida cadena de jugueterías.
Allí construye un pequeño refugio. Por las noches come, roba objetos para revenderlos y coloca cámaras de vigilancia para monitorear los movimientos de los empleados. A través de esta rutina clandestina, se enamora de Leigh, interpretada por la sutil Kirsten Dunst. Los minutos de la película en los que va armando su refugio en el supermercado son prodigiosos. Cianfrance utiliza este segmento para construir un microcosmos cerrado de cámaras, rutinas elaboradas para no ser detectado y gestos de ayuda hacia algunos empleados que acentúan la compleja personalidad del protagonista.
Derek Cianfrance es uno de los directores estadounidenses de pocas pero muy reconocidas películas. Blue Valentine (2010) se convirtió en un clásico del cine romántico, en el que muestra, a través de distintas líneas temporales, la disolución de una pareja. Luego, con la más ambiciosa The Place Beyond the Pines (2012), exploró el cruce de destinos entre un criminal y un policía a lo largo de varias generaciones. En estos trabajos ya se manifestaba su sensibilidad, marcada por historias de amor trágicas, dinámicas familiares complejas y una difícil realidad económica.
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Un buen ladrón no es la excepción, pero sí tiene la particularidad de estar basada en hechos reales. El director, de hecho, mantuvo conversaciones semanales con el verdadero Jeffrey Manchester, quien sigue cumpliendo condena. La película combina con gran habilidad el drama, la comedia, el romance y el thriller policial a partir de estos insólitos hechos, y a medida que avanza el metraje se vuelve evidente que estamos ante una de las películas fundamentales del año, por su capacidad para entretener y por su reflexión sobre los sectores vulnerables de Estados Unidos.
El ladrón es interpretado por Channing Tatum con una sorprendente vulnerabilidad, en uno de sus mejores papeles. Tatum, conocido por su versatilidad en roles que van desde el drama de Foxcatcher (2014) hasta Magic Mike (2012), encuentra aquí un vehículo perfecto para mostrar la complejidad de un antihéroe. Y es que el centro del relato pasa por un hombre marcado por las contradicciones. Es inteligente al planear sus atracos al mínimo detalle, pero la escala de sus robos es pequeña, arriesgándose demasiado por una recompensa mínima.

A su vez, es un personaje indudablemente infantil. La ropa que usa, la sensación de que se lleva mejor con niños y su persistencia en formar una familia hablan de una persona que no pudo o no supo crecer completamente. Y aunque en él se manifiestan chispazos de impulsividad, su amabilidad y gestos detallistas revelan un gran cuidado hacia el prójimo.
Así, construye su mundo entre caramelos y videojuegos, escondido detrás de un estante de bicicletas y observando a la mujer de la que se enamora. Poco a poco empieza a salir de la tienda, se suma a una iglesia para conquistarla y le compra regalos a las hijas de esta, poniendo en riesgo su fuga.
La conexión entre Jeffrey y Leigh se intensifica. Sin embargo, su impulsividad comienza a manifestarse de manera peligrosa: en un momento de euforia, conduce un auto a toda velocidad, poniendo en riesgo a la familia de la mujer, que empieza a dudar del vínculo. Cuando decide huir definitivamente, con la ayuda de Steve (Lakeith Stanfield), un amigo del Ejército que falsifica pasaportes, Jeffrey busca reunir dinero rápido. Así, roba la juguetería y revela su faceta violenta y desesperada al golpear a un guardia. En un último y doloroso acto de desamor, la mujer engaña al ladrón y lo entrega a las autoridades.
El Roofman parece no tener otro destino que la cárcel y la soledad. Su espíritu de “niño travieso” no encaja en un mundo donde no tiene trabajo y dos familias le han dado la espalda. Si bien su debilidad con las personas es lo que lo lleva a caer, su destino trágico parece hasta un poco buscado, como si fuera un hombre que, atrapado por sus propias decisiones e impulsividad, fuese incapaz de optar por otra forma de vida. Cianfrance logra trenzar todas estas ideas sin necesidad de un diálogo explícito: esta es una América con pobreza y exclusión, donde la gente se ve obligada a hacer malabares para sobrevivir.

Es, por momentos, la misma América que retrata el cine de Sean Baker. Uno podría situar a Anora y Jeffrey Manchester en el mismo país, con unos años de diferencia, porque esta película transcurre a principios de los 2000, como dos americanos excluidos: una como inmigrante y trabajadora sexual; el otro como fuerza laboral desocupada y de carácter antisocial. Es un lugar azul y melancólico, donde el crimen y la trampa terminan siendo la única vía para sobrevivir, aunque quienes la eligen saben que dura poco.
El director cuenta todo esto con prodigiosas escenas de acción, actuaciones de primer nivel y toques de comedia. El reparto brilla con grandes actores en distintos registros. Peter Dinklage encarna un memorable papel como el malvado gerente de la tienda, y Ben Mendelsohn aporta calidez como un amable pastor que canta. La fotografía, con aspecto granulado y predominantes tonos azules, subraya la melancolía y el tono áspero de la realidad retratada.
El realizador crea un microcosmos cerrado, donde un ladrón sensible busca más que dinero, amor; y donde la manutención de una familia puede provenir de robar y vivir durante meses dentro de una tienda. Convirtiendose así a Un buen ladrón en una de las mejores películas del año.
4/5 = Muy buena