Crítica de ‘Sirāt’, film de Óliver Laxe que es impactante visualmente pero con un tratamiento de sus personajes superficial.

Sirāt narra la búsqueda de un padre por su hija desaparecida. El escenario es poco común: el desierto marroquí, donde un grupo de nómadas fanáticos de la música electrónica colocan parlantes en medio de la desolación y bailan por horas. Esta especie de road movie metafísica y thriller dramático, dirigida por el cineasta hispano-francés Óliver Laxe, fue seleccionada por España para competir al Óscar a Mejor Película Internacional en 2026. En esta crítica de la película Sirāt te contamos de qué trata.
Luis, el padre, interpretado por el actor Sergi López, y su hijo pequeño Esteban (Bruno Núñez), viajan a las remotas montañas y desiertos del sur de Marruecos para encontrar a su hija Marina, desaparecida luego de asistir a una rave. Tras un encuentro en una fiesta interrumpida por las autoridades, el padre decide unirse a un grupo de ravers que se dirige a una última fiesta secreta, esperando que su hija se encuentre allí.
Pero el viaje se volverá una odisea y sufrirán terribles accidentes, en medio de un clima enrarecido por una ocupación militar. Justamente, el título, Sirât (o Sirāt), remite al puente delgado como un cabello en la tradición islámica que separa el infierno del paraíso, una metáfora que sostiene la narrativa de caminar sobre una línea peligrosa e incierta.
Laxe ganó notoriedad con proyectos previos como Mimosas y O que arde, distinguiéndose por su búsqueda de autenticidad, su arraigo a la naturaleza y la exploración de la espiritualidad en sus personajes. Ese reconocimiento le valió alzarse con el Premio del Jurado del Festival de Cannes. En este caso, convocó a varios actores no profesionales que son “ravers” en la vida real, y hasta usaron sus propios nombres en el relato.
Así, en este largometraje esa autenticidad y relación con la naturaleza se materializa de forma brutal y extrema: promediando la hora, el hijo muere al caer con el vehículo por un precipicio, un accidente que marca un punto de inflexión en el relato, y más adelante, tres de los nómadas estallan por minas colocadas en medio del desierto, confirmando que el viaje ocurre en una zona de guerra activa.
La película termina en su segunda mitad siendo más efectiva, porque se narran las peripecias que sufren ante el clima extremo y la dura geografía, con códigos propios del cine de aventuras. La dureza del viaje se cobra varias vidas, y el estilo visual impactante, logrado con una filmación en Super 16 mm, enfatiza esa adrenalina y desolación. Sin embargo, el problema de Sirāt es la falta de profundidad en sus personajes. Poco sabemos del padre y su familia, y menos de los díscolos nómadas, quienes parecen salidos de una creación de Jamie Hewlett, el animador de Gorillaz, y la película queda corta en sus aspiraciones de mezclar el drama psicológico con una aventura a lo Mad Max.

Y ni siquiera un experimentado intérprete como Sergi López, con más de 100 créditos en proyectos de múltiples países, que trabajó con directores como Guillermo del Toro, Alice Rohrwacher y Albert Serra, puede mejorar el relato. El actor, que está cerca de cumplir 60 años, sí hace otra actuación destacada, pero parece el único humano en un grupo de caricaturas.
Hay además una decisión de los realizadores de mostrar a los nómadas como feos, sucios y, en algunos casos, con alguna extremidad faltante. Aquí se nota un vicio de cierto cine independiente, en subrayar la marginalidad, hacerla un fetiche u objeto para darle una capa más de estética cool, pero que termina siendo poco orgánica, porque ninguno de ellos tiene más de dos líneas memorables.
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Al final, el padre y tres de los seis nómadas sobrevivientes, junto a su perro, se suben a un tren de pasajeros nativos, donde parecen encontrar algo de paz. Recién aquí el espectador nota alguna referencia política velada: se da a entender que solo quien pertenece a su tierra puede recorrerla sin peligros. Pero es apenas una declaración superficial. A su vez, uno piensa en sus primeros minutos que la película tendrá un gran peso en lo musical, porque es lo que dirige la vida de sus nómadas, pero solo aparece en una escena más, donde se dan cruentas muertes. Si bien es una buena experiencia audiovisual, sobre todo en la gran pantalla, la sensación final es la de un bello objeto inerte, apolítico y frío.

3/5 = Aceptable