Hace unos meses, Vinegar Syndrome, la marca encargada de preservar el cine de género under en Estados Unidos, anunció el lanzamiento de su primera película original. Como era de esperarse, los fanáticos del terror reaccionaron extasiados. Y es que no hablamos de cualquier tipo de arte. Exploitation, Giallo, Proto-slasher y Shock Film, son solo algunas de las categorías cinematográficas que la empresa protege con recelo. Teniendo un sinfín de producciones icónicas bajo su ala, la vara que debía superar estaba altísima. Por suerte, logró pasar por encima de ella sin ningún problema. La película de Austin Jennings no solo es una de las grandes propuestas del Festival Rojo Sangre, sino también del cine de terror europeo en general.
En Eight Eyes seguimos a Cass y Gav, una pareja que decide sortear sus problemas matrimoniales embarcándose en un viaje a Serbia. En el camino, se encuentran con un extraño lugareño apodado San Pedro. Él se ofrece a ser su guía y, como en cualquier película destinada a terminar mal, ellos aceptan. Justo al borde de lo prototípico, es cuando Eight Eyes despliega su arsenal y no deja a nadie indiferente.
Renovación y recuperación
Hacer una película retro en los tiempos que corren es un enorme desafío. No basta con la mera emulación superficial. La contemporaneidad debe integrar a sus precedentes, renovar lo viejo a través de lo nuevo y viceversa. Para el universo de las películas de terror, esto es muy complejo al tener tantos íconos imposibles de flexibilizar. Basta con mirar las nuevas entregas de Scream o Halloween, dos franquicias a las que se les pide novedad como si, en sus primeras incursiones, no hubiesen protagonizado uno de los giros más importantes de la historia del cine.
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Podría pensarse que el cine exploitation es flexible respecto a este rasgo superador y a la vez memorioso, pero no. Hace tiempo que los fanáticos del género reclaman una película que proyecte algo de profundidad entre tanta sangre. Anhelan volver a ver las ideas prohibidas detrás de Grindhouse, Saló o Cannibal Holocaust. Y la película de Austin Jennings cumple con sus deseos a la perfección. Ya desde su capa más externa, declara una verdad omitida: el cine de terror americano peca de inocente. En sus monstruos, en sus tropos, en sus héroes y en sus conflictos.
La pulcritud de lo vomitivo
Personificado por la ingenua pareja protagonista, la forma americana de hacer películas de terror es inmediatamente arrasada por la forma europea, encarnada por San Pedro. Este personaje es un asco de sádico de principio a fin, y no teme hacerse querer por su vulgaridad. Mientras guía a los dos turistas por los recovecos de Serbia y Macedonia, se construye como un perfecto antagonista del exploitation: aquel que es capaz de hacerlo todo. Ello entretiene desde el principio (uno no ve las horas de que revele sus intenciones), pero se disfruta más que nunca cuando él se encuentra en su goce visceral.
Eight Eyes retoma lo mejor del cine sanguinario de los años 70. Específicamente, recupera algo que parecía perdido, que es el cuidado meticuloso de la forma. El cine gore no como un despilfarro extático de ideas, sino como su organización dentro de un caos vigilado. Acá, cada elemento construye una armonía morbosa que no es solamente visual. También conforma a la vez que altera la psicología de los espacios, los personajes y la lógica de la relación entre ambos.

FICHA TÉCNICA
Eight Eyes (2023)
Dirección: Austin Jennings
Guion: Matthew Frink, Austin Jennings
Elenco: Bruno Veljanovski, Emily Sweet, Bradford Thomas, Krsto Nikcevic
Música: Michael Suárez
Duración: 86 minutos
Nuestra opinión: Excelente
Esta crítica forma parte de nuestra cobertura al Festival Buenos Aires Rojo Sangre XXIV