Película sobre el derecho al juego y la integración social. Esta es nuestra crítica sobre ‘El atardecer de los grillos’, vista en el Festival Fuera de Campo en Mar del Plata.

En la tercera jornada del festival Fuera de Campo en Mar del Plata, El atardecer de los grillos de Gonzalo Almeida nos introduce en la intimidad de un grupo de jóvenes de un barrio suburbano de La Plata que sueñan con ser golfistas. Desde la ambición de aprender a jugar, se escabullen en los predios para encontrar pelotas perdidas que luego venden. Con el tiempo, el club les da lugar y los integra al mundo que anhelaban desde fuera, un espacio que terminan haciendo propio de una manera entrañable.
A través del lente de Gonzalo Almeida, director del filme/documental, conocemos la voz de los chicos, sus conversaciones, sus sueños y su día a día.
La cámara estática no interviene y deja ser. En una parte del filme, los mismos jóvenes filmados exigen algún movimiento para hacer más dinámico y “entretenido” el contenido. Sin embargo, esta estabilidad le da la posibilidad a los protagonistas de no ser intervenidos por ella. El ángulo busca su conveniencia, pero jamás condiciona los campos ni circunstancias. Ellos viven su vida, nosotros observamos, no somos dueños de nada.
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Desde esa mirada cotidiana, espontánea y paciente, el film construye un lenguaje enternecedor. Nos acerca a los sueños de los chicos, a sus modos de crecer, su humor y forma de sentirse parte de algo originalmente lejano a ellos. Su naturalidad desarma cualquier artificio: los vemos ser, simplemente, y ahí nace la ternura. Esa autenticidad compone un relato que, más que narrar, acompaña su manera de habitar el mundo.

Retrato digno de la realidad, El atardecer de los grillos nace en un club de golf de La Plata en 2021, cuando Almeida, tras un trabajo de investigación, comienza a filmar a un grupo de adolescentes que se escabullía en el lugar para recoger pelotas perdidas. Así, el director logra integrarse en su día a día, y se adentra en sus vínculos más sinceros.
La historia cambia de rumbo apenas los chicos le confiesan que, en realidad, esperaban a que se fuera la gente para poder aprender a jugar. A partir de allí, el proyecto se convierte en un intento por entender por qué se le puede prohibir a un niño jugar. Eventualmente, el club pasa de ser un escenario ajeno a un espacio de pertenencia: los jóvenes son becados y logran disfrutar del lugar como cualquier socio.
Cuando ellos le abren la puerta de su confianza, Almeida y su cámara destapan sus ambiciones más genuinas. En definitiva, la película es absolutamente intimista y entrañable, factores a valorar hoy, más que nunca.

5/5 = Excelente