Bill Condon adapta el musical que a su vez se basó en la reconocida novela de Manuel Puig de forma correcta, pero con pocos riesgos. Esta es nuestra crítica.

La tarea de llevar al cine El beso de la mujer araña, la obra maestra de Manuel Puig, siempre ha sido un acto de equilibro delicado. La novela de 1976 es un denso y profundo ejercicio literario sobre el escape, la represión, la identidad sexual y la política en tiempos de dictadura. Si bien la adaptación de Héctor Babenco de 1985, protagonizada por William Hurt y Raúl Julia, se convirtió en un hito del cine latinoamericano y mundial, esta nueva versión de 2025, basada en el aclamado musical de John Kander y Fred Ebb lucha por encontrar una voz propia, sintiéndose en gran medida artificial al intentar capturar la crudeza del original.
La película ocurre en gran parte en la celda de una prisión argentina a principios de 1983, donde conviven dos hombres de mundos opuestos. Por un lado, está Juan Molina (Tonatiuh), un joven homosexual que es encarcelado por indecencia pública y por el otro, Valentín Arregui (Diego Luna) un intelectual y militante político de izquierda, torturado y encarcelado por subversión.
Molina pasa el tiempo cocinando y narrándole a su compañero de celda sobre una antigua película, El Beso de la Mujer Araña, protagonizada por una actriz en la piel de Jennifer Lopez. Este es un musical que ocurre en un lugar paradisíaco controlado por la mafia. Pero ocurre algo más: Molina está siendo extorsionado por el alcalde, quien le ofrece mejores condiciones y una posible libertad si logra obtener de Valentín información crucial sobre su red política.
Las secuencias musicales del largometraje resultan el mayor lastre. Lopez como la Mujer Araña no actúa mal y su presencia es innegable, pero su personaje imaginario no va más allá de cantar y bailar. Lo más problemático es la ejecución técnica: las secuencias se sienten estáticas, con pocos cortes de edición o movimientos de cámara que realmente eleven o dinamicen la escena. No alcanzan la grandilocuencia o la emoción que se espera de un gran musical cinematográfico y quedan como interludios que rompen el ritmo más que lo potencian. Poco sirven las credenciales de Condon, un especialista en la materia con clásicos modernos como Chicago (2003) y otras películas como Dreamgirls (2006) y la versión live action de La Bella y La Bestia (2017).
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A medida que las semanas pasan, la relación entre el ideologizado y frío Valentín, y el romántico y fantasioso Molina se transforma. El rechazo inicial del guerrillero cede ante la ternura de su compañero de celda y la necesidad que tienen de compañía. Durante su encarcelamiento se vuelven cada vez más cercanos, sobre todo cuando Valentín cae enfermo por la comida envenenada que le dan los guardias y Molina lo cuida devotamente.
Lamentablemente, los temas profundos que Puig exploró como la fluidez de la identidad sexual, la experiencia trans presente en la ambigüedad de Molina, que por momentos admite que le gustaría tener cuerpo de mujer, y la brutalidad de la dictadura latinoamericana, se sienten diluidos por la estructura del musical. El relato se vuelve más superficial, más enfocado en el melodrama carcelario que en la crítica social y filosófica. El resultado es que la película se siente algo artificial en comparación con la densidad intelectual y emocional del libro. Esta artificialidad se nota también en las secuencias carcelarias que parecen sets más que una prisión de verdad, al igual de lo estereotipado de los guardias.

Finalmente, los prisioneros tienen relaciones sexuales y se muestran amor sin tapujos. Pero será tarde, ya que el primero es liberado tras la aceptación de su apelación. Esto en realidad es una trampa encubierta de las autoridades: buscan que una vez en libertad, se contacte con los revolucionarios que ayudan a Valentín, algo que termina haciendo.
Aquí es donde se desata el clímax trágico de El beso de la mujer araña. Molina se encuentra con los guerrilleros y es descubierto por los agentes del Estado. En la confrontación entre ambos grupos, recibe dos disparos y muere. Y en un cambio para quienes leyeron la novela o vieron la película de los ochenta, Valentín vive y es liberado cuando termina la dictadura militar, en vez de seguir en prisión, sumido en la locura.
La diferencia más notable y que afecta el tono de toda la obra se encuentra precisamente en este desenlace. En esta versión de 2025 que uno de los protagonistas tenga un mejor destino, suaviza el final de manera significativa, dándole un tono más feliz y menos desesperanzador, un cambio que despoja a la historia de gran parte de su peso trágico original sobre el sacrificio inútil. A su vez cambian el delito por el que Molina ingresa a prisión, ya que originalmente, es por corrupción de menores.
El punto fuerte de la película es, sin duda, la relación central entre los dos presos. Si bien Diego Luna siempre prueba ser uno de los mejores actores latinoamericanos, su contraparte es toda una revelación, capturando la mezcla de vulnerabilidad, dignidad y fantasía del personaje. Sin embargo, la química entre ambos es escasa en gran parte del metraje. La película subraya que el afecto de Molina es unilateral durante mucho tiempo y el amor solo se concreta en los momentos finales, impidiendo que el público invierta plenamente en un desarrollo emocional mutuo.

Esta nueva versión de El beso de la mujer araña, aunque visualmente estilizada y con una actuación destacada de Tonatiuh, no logra emular la potencia, el dolor y la ambigüedad moral de las obras de Babenco y Puig. Al suavizar el final y diluir los temas más espinosos en aras del espectáculo, la película pierde la oportunidad de ser tan resonante y compleja como su material de origen.
3/5 = Aceptable