En su adaptación de la historia de Mark Kerr, Benny Safdie apunta a transformar a Dwayne Johnson en un aspirante al Oscar.
Desde aquel primero de septiembre en el que Venecia aplaudió a Dwayne Johnson durante quince minutos y él quebró en llanto, su última película generó una expectativa colosal. La posibilidad de ver al actor pochoclero sosteniendo un Oscar llamó la atención de sus detractores y fanáticos por igual, zanjando la grieta siempre persistente con respecto al valor de sus colaboraciones al cine contemporáneo. Lamentablemente, son pocos los filmes que no se ahogan bajo el peso de semejante optimismo ciego por parte de las audiencias, y la cinta de Benny Safdie no es la excepción. Esta es nuestra crítica de La máquina o The Smashing Machine.
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La biopic retrata los puntos altos y bajos de la carrera de Mark Kerr, desde su meteórico ascenso en la UFC (cuando esta no era tan popular como ahora) hasta convertirse en uno de los peleadores más temidos de Pride en Japón, pasando por sus batallas fuera del ring contra la adicción a los analgésicos, los problemas con su pareja (Dawn Staples, interpretada por Emily Blunt) y el derrumbe de una carrera que parecía imparable. La película retrata tanto la gloria del “Smashing Machine” como las consecuencias físicas y emocionales de haber sido parte de la era más salvaje y desregulada de las artes marciales mixtas.
Incluso antes de que La máquina se estrenase, las comparaciones con Rocky la definieron por completo. Lo cierto es que tiene todo para ser una digna sucesora de la obra maestra de Sylvester Stallone, pero elige no utilizar ninguno de sus puntos fuertes. En particular, es la elección de desperdiciar el potencial actoral de Dwayne Johnson y Emily Blunt lo que genera el mayor disgusto. Ambos se esfuerzan al máximo por ganarse el cariño del espectador, pero el guion carece de alma y es su principal enemigo.
Luego de mostrar su flexibilidad una y otra vez en The Devil Wears Prada, Oppenheimer, Sicario y A Quiet Place, la actriz se extravía en el rol de novia víctima y victimaría de las ambiciones de su pareja, sin conseguir definirse en ninguno de los dos extremos. Y no, no se trata de una metáfora de la invisibilización caótica que Dawn Staples sufrió a la sombra de Mark Kerr. La caracterización del personaje posee un sinfín de agujeros que la transforman en una figura carente de vida, caricaturizada hasta lo insoportable.
La Roca no tiene mejor suerte por ser el protagonista. Pasa de la alegría al llanto desconsolado, del empoderamiento a la vergüenza, de la calma a la psicosis y, aun así, no hay ninguno de esos cambios repentinos de ánimo que represente un nuevo pico en su filmografía. Quizás, para evitar la desilusión, convendría dejar de pensar al actor como el esclavo de una carrera que de superficial no tiene nada.
Las audiencias quieren que La máquina sea para Johnson lo que Oppenheimer fue para Robert Downey Jr., y que logre distanciar al actor de su costado comercial con una estatuilla de oro. Pero ¿por qué demonizamos esa faceta pochoclera en primer lugar? En las semanas previas a la edición de los Oscars que condecoró a la estrella de Marvel, no pocos se preguntaron por la validez de los argumentos utilizados para rebajar a Iron Man. Hoy, el mismo cuestionamiento aplica al estatus, ahora puesto en tela de juicio, de los personajes principales que Johnson encarna en Fast and Furious, San Andreas, e incluso The Game Plan, entre muchos otros.
Claro está, carecen de complejidad, pero rebajarlos es no ver el bosque por los árboles. Sin lugar a duda, haber dominado la industria del entretenimiento durante dos décadas con variaciones mínimas del mismo arquetipo significa un éxito actoral diez veces mayor que cualquier debut solemne en el género dramático. Es probable que La máquina sea nominada en varias ternas por La Academia, y no es descabellado pensar que Dwayne Johnson podría llevarse el premio mayor. Pero su performance como Mark Kerr no va a pasar a la historia.
Más allá de las carencias por parte del guion y las actuaciones inertes que este configura, el peor error de La máquina es querer saltarse las convenciones y los tropos que hacen a los géneros de la biopic y de la película deportiva. Benny Safdie quiso hacer la nueva Rocky, pero parece haberse resistido caprichosamente a trabajar los lugares comunes que transformaron a Sylvester Stallone en un ídolo eterno.
El underdog absoluto, el montaje del entrenamiento a lo Gonna Fly Now, el rival invencible, la relación romántica como ancla emocional, el mentor duro pero noble, la ciudad como personaje. Todos los elementos arquetípicos que dieron forma a Rocky y deberían conmovernos están ahí, pero se niegan a amalgamarse en una sola cosa. Al rehuir de aquello que sostiene al género, Safdie no inventa un nuevo lenguaje: solo deja una película hueca, incapaz de emocionar como biopic y demasiado fría para vibrar como relato deportivo.
2/5 = Discreta
La película La máquina: The Smashing Machine estrena en cines el 9 de octubre