Seis historias se entrelazan de forma arbitraria alrededor de una mujer con arresto domiciliario. Es un proyecto ambicioso que no termina de dar la talla, pero que aun así ofrece buenos momentos. Esta es nuestra crítica.

Las Locuras, un drama coral mexicano dirigido por Rodrigo García y disponible en Netflix, llegó a la plataforma con la promesa de un retrato colectivo y un experimento narrativo audaz, aunque termina siendo un proyecto desequilibrado. La película se articula a través de seis historias conectadas por un personaje central: Renata (Cassandra Ciangherotti), una mujer joven con problemas de salud mental que cumple arresto domiciliario en la antigua casona familiar tras un incidente en un supermercado, y que es monitoreada con una tobillera electrónica.
El relato empieza con el encierro de Renata y la difícil convivencia con su padre, Ismael (Alfredo Castro), quien intenta lidiar con la situación en una gran casa que comparten y que se viene abajo. Este pasaje es sin duda el más interesante, porque explora el conflicto psicológico del confinamiento y la compleja dinámica entre padre e hija, donde Ciangherotti, una experimentada actriz mexicana, consigue transmitir angustia y hastío. Su actuación es tanto física como verbalmente desafiante: un trabajo que incluye tics, un constante estado de inquietud y largos diálogos, pero que nunca se siente forzado. Es una gran performance en una película que no siempre está a su altura.
El conflicto entre Renata y su padre se ramifica a través de las vidas de quienes los rodean. Una llamada telefónica de la joven, inicialmente para pedir ayuda desde la ventana, nos conduce hacia dos veterinarios, Penny (Naian González Norvind) y Aurelio (Raúl Briones), que trabajan haciendo eutanasia de perros a domicilio. Esta es, de hecho, una de las subtramas más fuertes de la cinta, ya que ofrece una perspectiva conmovedora sobre la muerte, el cuidado y la importancia de las mascotas en la sociedad moderna.
Pero los problemas del proyecto, a cargo de un director detrás de episodios de clásicos de la televisión como The Sopranos y Six Feet Under, son claros y van de la mano. Por un lado, la película exhibe una estética profundamente televisiva y estática. Las cámaras se limitan a planos y contraplanos, el montaje es pausado en exceso y los recursos puramente cinematográficos son escasísimos, lo cual subraya la sensación de confinamiento, pero a costa de la fluidez dramática.
Pronto descubrimos que la llamada de Renata era un pretexto para contactar a su amante, Miranda (Ilse Salas), una mujer de clase alta y casada. Esta historia es la menos desarrollada de todas. No solo es poco verosímil el vínculo entre ambas, tampoco vemos que se concrete más allá de unos besos, ni tiene impacto sobre la historia.
|Te podría interesar: ‘Train Dreams’, una sorprendente, bella y sencilla película (Netflix)
El mosaico sigue creciendo y extiende el conflicto a la vida personal de la psiquiatra de Renata, Irlanda (Ángeles Cruz). Allí, una cena se convierte en un retrato cruel y mordaz sobre las relaciones familiares. Esta es una historia de dureza innecesaria que se siente poco integrada al conjunto de la narrativa central y que exhibe los vicios de cierto cine mexicano que busca incomodar sin un fin claro.
La ambición de interconectar todas las historias termina jugándole en contra. Si bien existe un intento de reflexionar sobre las clases sociales en México, la vida en sus distintas colonias y la alienación de sus personajes, reflejando la brecha entre ricos y pobres, las conexiones a menudo se sienten forzadas o puramente arbitrarias, como si fueran un recurso para englobar subtramas que, por sí mismas, no tienen el peso ni el interés necesarios para sostener el conjunto. A eso se suman diálogos que podrían haberse omitido, ya que subrayan innecesariamente lo que cada personaje siente o piensa.

La hermana de Renata, Soledad (Natalia Solián), aparece en un segmento centrado en su clase de actuación. Es el pasaje más débil de la película: los diálogos son artificiales y el comportamiento de los personajes roza lo ridículo. Además, parece una burla de este tipo de clases, pero está descrita con tal detalle que termina confundiendo sátira con fascinación.
El epílogo regresa al encierro del padre y la hija y muestra cómo una mujer rica de la élite intenta comprar la casona. Una vez más, el relato abusa de arbitrariedades para conectar a los personajes y termina resultando anticlimático. En Las Locuras hay una película excelente escondida en la relación entre Renata y su padre, especialmente en la exploración de la salud mental en un contexto de encierro. Ese era un vehículo dramático más que suficiente, sobre todo con una actuación central tan sobresaliente. Es una lástima que el afán del director por construir un mosaico de vidas termine diluyendo la fuerza de su conflicto principal.
3.5/5 = Aceptable
Las Locuras ya está disponible en Netflix