Joel Edgerton protagoniza la historia de un leñador estadounidense a través de las décadas. Esta es nuestra crítica.

Train Dreams más que una película, parece una meditación visual que eleva una vida modesta a la categoría de epopeya. Esta biografía lírica es una de las mejores películas que estrenó Netflix este año. La historia nos sumerge en la existencia de Robert Grainier (interpretado magistralmente por Joel Edgerton), un leñador que habita en las vastas y rudas tierras del noroeste de Estados Unidos a principios del siglo XX. A través de la historia de este hombre común, la cinta reflexiona sobre la inmensidad de la naturaleza, el imparable avance de la tecnología y el lugar minúsculo pero persistente del ser humano en un escenario colosal.
El argumento sigue la vida de Grainier, un hombre con duros trabajos, tendiendo vías de tren, talando bosques y cruzando fronteras. Tras largos meses en el bosque, lo espera una austera y pacífica vida familiar junto a su esposa Gladys (Felicity Jones) y su hija en su cabaña. Hay pasajes cruciales donde sus compañeros de trabajo pierden la vida de forma azarosa, como el final de su colega Arn (interpretado por William H. Macy), quien sufre un accidente laboral repentino y brutal. Así trabajará por años, con el único norte de proveer a su pareja e hija.
Pero una tragedia incomprensible cambiará el rumbo del relato: mientras Grainier está lejos trabajando en las montañas, un incendio forestal masivo devasta el valle donde queda su hogar. Al regresar, encuentra que la cabaña ha sido reducida a cenizas, y su familia ha desaparecido, presumiblemente consumida por las llamas. Esta pérdida se convierte en la herida abierta que impulsa el estoicismo y la soledad del protagonista, que nunca pierde las esperanzas de encontrarlas con vida.
Clint Bentley, con su segunda película muy auspiciosa después de Jockey, demuestra una madurez visual notable. La influencia de Terrence Malick es palpable en el lirismo de la naturaleza, el uso de la voz en off como flujo de conciencia poético y la estructura no lineal. No obstante, la cinta también incorpora un sorprendente toque de Wes Anderson por el extremo cuidado de los encuadres y la simetría, sumado a un montaje que recuerda la ambición temporal de Nolan, yuxtaponiendo momentos de la vida de Grainier.
La película se convierte en una serie de viñetas vitales que muestran su perseverancia tras este hecho. Vemos cómo lidia con el dolor, trata de salir adelante, reconstruye su cabaña y toma otros trabajos. También notará que ante el avance de la tecnología con las motosierras, su trabajo queda obsoleto. Y sobre todo, la pérdida inexplicable de su familia refuerza en Grainier un temor constante a la muerte que sobrevuela su existencia y el relato.

Si hay algo que dota a Train Dreams de su resonancia épica es su fotografía increíble. El director opta por un formato cuadrado muy cuidado, específicamente el 1.33:1 (o 4:3), un encuadre que confina la imagen mientras realza la verticalidad y el peso visual de la naturaleza circundante. La paleta de colores es dominada por la densidad de los verdes del bosque y los profundos azules de los cielos y los ríos. El resultado es una obra preciosa, casi pictórica, cada fotograma es digno de un cuadro.
En su aislamiento, Grainier encuentra un breve y significativo consuelo en la figura de Claire, una guardaparque (Kerry Condon) con la que comparte un vínculo fugaz y silencioso, nacido de la soledad que ambos cargan en los vastos y despoblados territorios. A través de estos fragmentos de lo que le ocurre al leñador, el largometraje logra transmitir una sensación abrumadora de que la vida es azarosa e increíble, interconectada, un tapiz donde las tragedias y las maravillas están entrelazadas de manera inexplicable. El film termina con los años finales del protagonista; lo vemos envejecer, tomar trenes eléctricos y ver hombres en el espacio, en los años 60 y allí en esos días finales, parece hallarse en paz.
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La actuación de Joel Edgerton como Robert Grainier es el ancla emocional. Su interpretación es la de un hombre simple, un arquetipo de la clase trabajadora forjadora de una nación, que con sus silencios, miradas y su lenguaje corporal logra transmitir un dolor profundo pero contenido, una dignidad que niega a romperse.
La película subraya que la tecnología y sus avances poco hacen ante la inmensidad de la naturaleza, que es mostrada como una fuerza hostil en el sentido de su indiferencia y poder, pero no como un enemigo. La gran revelación es que no hay enemigo real; la vida, con sus avances y retrocesos, solo fluye, y la única respuesta humana válida es darse a ella, aceptar su misterio.

Lo que hace a Train Dreams una obra singular es su capacidad para describir de forma épica a una persona más bien sencilla, como los millones que habitan y forman el mundo que vivimos. Este enfoque es un contrapunto bienvenido a otras películas de época. Es un cine honesto sobre la dureza de la existencia pero sin golpes bajos y crueldad, en contraste con otros estrenos recientes como El Brutalista. Es en pocas palabras, una pequeña gran película.
4/5 = Muy buena
Train Dreams ya está disponible en Netflix