Esta es la primera película de Brendan Fraser tras ganar su Óscar en el 2023. Esta es nuestra crítica.

Rental Family es un dramedy, donde Brendan Fraser interpreta a un actor estadounidense que aterriza en Tokio y descubre que su nuevo trabajo como “sustituto” lo enfrenta a una inseguridad que crece en silencio. La directora japonesa Hikari (Tokyo Vice, 37 Seconds) convierte esta premisa en una comedia con nervio y melancolía donde la identidad se vuelve un papel difícil de sostener y la ternura aparece en los lugares menos esperados.
Nos siyuamos en Tokio que, no es solo el fondo de la trama, sino que es ese territorio emocional donde se mueve el protagonista, un lugar hermoso y ajeno a la vez para él. La ciudad aparece filmada con una sensibilidad que parece propia de la directora: colores cálidos, comidas que invitan, festivales que vibran, pero siempre con una capa de desarraigo. Fraser, incluso después de siete años viviendo ahí, sigue caminando como quien no termina de encontrar un hogar.
Hikari sabe que Fraser tiene una de las miradas más tristes del cine contemporáneo, y la filma con un respeto enorme. En esa tristeza está la clave de la película. Hay una escena, al comienzo, que lo define todo: él vuelve cansado de una jornada de audiciones, se sienta en el balcón a cenar algo simple, y la cámara nos lleva a las ventanas del edificio de enfrente. No hay misterio ni ningún tipo de juego hitchockiano; hay una colección de vidas ajenas que subrayan su soledad desamparada.
Entonces aparece ese servicio tan particular que existe en Japón desde los años 90s: alquilar personas para que cumplan roles que uno no se anima o no puede ocupar. Simular un funeral para saber quién iría o inventar una boda para evitar conversaciones incómodas. Un mecanismo que se vuelve una lupa sobre los prejuicios y presiones que todavía definen a gran parte de la sociedad. Desde ahí, la película habla de algo profundo: cómo buscamos identidad, compañía y un lugar donde existir sin pedir disculpas.
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A medida que Fraser se mete en este sistema, cada encargo funciona como un espejo distinto. Las relaciones que establece, por más breves o inventadas que sean, le devuelven algo propio, como si cada uno de esos encuentros lo ayudará a entender un poco mejor quién quiere ser.
Aparece también una crítica suave pero clarísima a la idea de tercerizar la intimidad. Porque, aunque todo sea un contrato, las emociones que se ponen en juego no lo son. Como pasaba en The Rehearsal de Nathan Fielder, jugar a representar afectos puede volverse un terreno peligroso: la ficción afectiva siempre termina filtrando verdad.

La película exprime lo mejor de Fraser: su timidez luminosa, su vulnerabilidad, esa dulzura que se filtra incluso cuando no dice una palabra. Por momentos, uno olvida al héroe taquillero de los 90s y ve simplemente a un hombre real, con dudas, torpezas y silencios. Es un rol ideal para él: un personaje que vive encarnando otras vidas mientras intenta entender la propia.
Hikari encuentra en Rental Family una historia aparentemente sencilla pero emocionalmente potente que funciona del todo con los pasajes más cómicos. Con una narrativa clásica, habla de aquello que une a todos: la soledad como idioma universal, las emociones como puente entre mundos, la búsqueda de identidad hasta el último suspiro. Y en el centro, un Fraser que ilumina cada plano con una humanidad desarmada.
3/5 = Aceptable