A casi un año del estreno de la primera entrega, llega la conclusión de la saga dirigida por Jon M. Chu que adapta el musical de Broadway que, a su vez, es una precuela del clásico El mago de Oz. Esta es la crítica.

La versión teatral de Wicked había abierto las puertas, en 2003, a las historias alternativas de los villanos que conocimos. Una apuesta que luego se volvió en moda y que el cine reaprovechó a través de films como Cruella, Maléfica o, saliéndonos del mundo Disney, las Joker de Todd Phillips. En el caso de Wicked (y Wicked: por siempre) se nos proponía redescubrir la historia de las hechiceras del film de Victor Fleming, especialmente de Elphaba, la Bruja malvada del Oeste, y de Glinda, la buena, contándonos de su adolescencia y del vínculo de amistad que tenían en esos tiempos.
Jon M. Chu había logrado una absoluta fiesta cinematográfica en la primera entrega de la película. Su Wicked resultaba entretenida, vital, visual, un espectáculo hollywoodense con una fuerza capaz de darle un nuevo resurgir al cine musical. Respaldándose en las maravillosas canciones compuestas por Stephen Schwartz de la obra de Broadway, Wicked (la primera) las explotaba con coreografías rebosantes de originalidad y frescura, y una apuesta al color y a la luminosidad. Y coronando la apuesta, el film traía la consagración definitiva de una Cinthia Erivo nacida para este rol que combinaba la oscuridad de los villanos con la fragilidad de cómo surgen.
La vara estaba altísima, y a Wicked: por siempre le tocaba afrontar el desafío de no romper lo logrado. Un objetivo que está cumplido, aunque se ha perdido algo de la intensidad de la entrega original.
La trampa quizás está en el material de origen. Los mejores números musicales de Wicked, la obra, estaban en el primer acto, que era el que recogía la primera película. Y eso hace que Wicked: por siempre parezca tener un poco menos de fuerza. Le falta el poderío musical de Defying gravity, la canción emblema de la obra, y los cuadros nuevos que traen han perdido un poco de sorpresa y osadía visual.
Pero que no se entienda mal. Esta segunda parte es entretenidísima y sigue siendo un gran espectáculo de gran escala. A tal punto que sus dos horas y 17 minutos de duración se viven como si fueran 45 minutos. En ese sentido, sabe aprovechar las ventajas de no tener que construir personajes, ni vínculos, ni plantear la historia. Wicked: por siempre va directo al grano y, de principio a fin, es una película que es puro clímax, explosión dramática y las sorpresas narrativas que la van conectando ya de forma directa con El mago de Oz. En ese sentido, hay instantes que se sienten excesivamente subrayados -como la revelación de identidad del hombre de hojalata-, y el juego funciona mejor cuando el guiño es más sutil -como la revelación de identidad del espantapájaros-.
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Con una Cinthia Erivo que sigue demostrando de lo que es capaz tanto interpretativa como vocalmente, quienes más crecen en esta segunda entrega son Ariana Grande y, desde un rol más pequeño, Jeff Goldblum. Grande corre con la fortuna de un arco narrativo más rico para su personaje, el cual sabe aprovechar navegando con convicción los matices emocionales que a su Glinda le toca atravesar. Y que van desde la desilusión, los dilemas morales, la superficialidad, el conflicto y hasta la oscuridad.
Godlblum, por su parte, dota a su Mago de Oz, tan incompetente como sumiso y resolutivo, de una maldad por momentos infantil, por momentos graciosa, y por momentos tiránica. Algo que cobra un notable vuelo cinematográfico en la secuencia musical Wonderful. Wicked por siempre, entonces, funciona a pesar de sus pequeñas falencias y de la paradoja de quedar atrapada en la comparación consigo misma. Tras haber subido tanto la vara en su primera entrega, la segunda queda perjudicada por la falta del mismo peso cinematográfico.

3.5/5 = Buena