Joachim Trier regresa con ‘Sentimental Value’, un conmovedor drama familiar donde cine, memoria y heridas del pasado se entrelazan. Nuestra crítica.

Joachim Trier es un director noruego relativamente joven que se ha hecho un nombre en los últimos años con la trilogía de Oslo, conformada por Reprise (2006), Oslo, 31 de agosto (2011) y La peor persona del mundo (2021), siendo esta última la más reciente de su filmografía. También tuvo un primer acercamiento a Hollywood con Más fuerte que las bombas (2015) y una incursión en el género de terror con Thelma (2017). Con casi dos décadas de trabajo y películas que abordan temas como la juventud, los lazos familiares, la búsqueda de estabilidad emocional y la superación de traumas, llegamos a su presente con Sentimental Value, una propuesta que tiene todo para triunfar en la próxima temporada de premios. Aquí te contamos por qué.
La historia gira en torno a una familia. Gustav (Stellan Skarsgård) fue un padre ausente que regresa al lugar que alguna vez fue su hogar tras la muerte de su exesposa. Allí se reencuentra con sus hijas, Nora (Renate Reinsve) y Agnes (Inga Ibsdotter Lilleaas), con quienes mantiene una relación distante. Gustav es un director prestigioso que, luego de varios años sin filmar, decide llevar adelante un guion muy especial: la historia de su madre y de su propia infancia. Pero, para realizarlo tal como lo imagina, necesita que Nora, su hija mayor y actriz de teatro, protagonice la película. Los conflictos entre ambos dificultan que este proyecto pueda concretarse.
Todo cambia cuando, en un prestigioso festival de cine (claramente Cannes), se exhibe uno de sus trabajos a modo de homenaje o retrospectiva. Allí conoce a Rachel (Elle Fanning), una joven y famosa actriz de Hollywood que queda maravillada con su cine y le pide, casi suplicando, ser parte de su próximo proyecto. Ante la negativa de Nora, Gustav decide cederle el papel protagónico de su proyecto más preciado. Aquello que estaba destinado a su hija ahora será interpretado por una superestrella de Hollywood, pero las cosas no saldrán como esperaba.
Si hay algo que este director sabe hacer bien es escribir personajes. Se sienten cercanos porque sus problemas y complicaciones son comunes, universales y profundamente mundanas. Pero, mientras que en sus películas anteriores se centraba en la búsqueda interna de un protagonista, aquí predomina lo coral, lo familiar y lo heredado.
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Desde la escena inicial, con la grieta que atraviesa la casa familiar y el título simple y sobrio, la película nos anticipa que veremos personajes rotos, incompletos y tristes. Un padre que no sabe cómo conectar con sus hijas si no es mediante su trabajo, interpretado magistralmente por Stellan Skarsgård. El actor nos regala una interpretación sobria: un hombre que carga con algo más pesado que su pasado y que solo puede depurar a través de su cine. Pero su rol como padre es nulo. Es un hombre narcisista, encerrado en sí mismo y que no mide los sentimientos ni las vivencias de los demás. Esta forma de ser se debe a cómo fue criado, con gran lejanía emocional por parte de su tía tras la muerte de su madre y quedar huérfano. Él no conoce del amor ni del afecto que esperan sus hijas.
Renate Reinsve, como Nora, la hija mayor, se lleva gran parte del éxito de esta película. Solo hace falta ver la primera escena, donde interpreta un ataque de pánico previo a su estreno teatral, para comprender su grandeza. Es una joven que ha tenido que cargar con más de lo debido y que, al igual que su padre, solo encuentra consuelo en su trabajo como actriz. Y para completar la tríada protagonista tenemos a la hija menor, Agnes, interpretada por Inga Ibsdotter Lilleaas, quien hace un gran trabajo como personaje puente entre su hermana y su padre. Es la hija diplomática, tranquila y necesaria para que la historia funcione. Junto a Nora protagonizan la escena más fuerte e importante de la película, de la cual hablaremos más adelante, pero que sin dudas es donde ambas se lucen y la responsable de sus futuras nominaciones.

La verdad es que no podemos dejar fuera de la ecuación a Elle Fanning. Interpreta a Rachel Kamp, la actriz de Hollywood que quiere dejar de lado su carrera más comercial e ir por el prestigio. Siente que, de la mano de Gustav, lo logrará. Con un poco de ingenuidad encara esta nueva faceta y se compromete con la causa. Pero, en el proceso, se da cuenta de que el papel no le queda y que sus esfuerzos serán en vano. Es una actuación que parece salir naturalmente de la actriz. Fanning nos regala a una joven risueña, amable y trabajadora, pero que sabe cuándo no avanzar si algo no se siente correcto.
Pero hay una quinta protagonista en esta historia, y sin dudas es la casa. Un hogar que albergó generaciones, familias, vida y muerte. Cada habitación fue testigo de peleas, llantos y risas. Pero, sobre todo, fue el lugar donde personas con sus aciertos y errores vivieron.
Creo que hay dos momentos esenciales que debemos destacar. El primero ocurre en la cena familiar con las dos hijas y el padre presente, donde él comenta la importancia que tienen en su vida. La reacción de Nora es la esperada: “¿Cómo puedes amarnos y decir que somos lo más importante si nunca estuviste aquí?”. El padre, al ver la reacción de su hija, solo puede bufar y responder: “Es muy difícil amar a alguien llena de enojo u odio”. Vemos y sentimos la tensión entre ambos. Es un duelo de miradas, de gestos y de un subtexto que no deja de hacerse presente. Un padre ausente que quiere ceder y una hija para quien el resentimiento pesa más que el amor.

Otro momento a destacar es el reencuentro entre las hermanas. Tras varias semanas ausente y con una depresión más presente que nunca en la vida de Nora, Agnes irrumpe en su departamento para llevarle, en persona, el guion de su padre, ya que al leerlo comprendió por qué debía ser interpretado por su hermana.
Mediante investigaciones a cargo de su padre, Agnes descubre la vida de su abuela y su pasado familiar. Descubre cuál fue el motivo por el cual su abuela decidió quitarse la vida. Al encontrar todo este mundo, toda esta información negada, puede entender mejor a su padre y a su hermana. Un padre resentido con su madre por sus acciones y cómo esto deriva en una paternidad no asumida. Que, a su vez, deviene en una hija que, ante la ausencia de su padre, debe hacerse el doble de fuerte por su hermana menor; pero esa fuerza es una simple coraza que se derrumba cuando está sola.
En el pasado Nora intentó quitarse la vida, pero esa información no la tenía su padre. Entonces, ¿cómo supo y pudo escribir en su guion las vivencias de su hija? Porque aquello que no se dice puede heredarse sin que uno lo sepa y repetir la historia. En dicha escena, Nora, tras leer el guion y de alguna manera aceptar que debe hacer el papel, le pregunta a su hermana: “¿Por qué nuestra infancia no te arruinó?”, a lo que Agnes responde: “Pero no tuvimos la misma infancia, yo te tuve a ti”. Ambas se derrumban y protagonizan la escena más emotiva de la película y, por qué no, las responsables de darles a ambas sus respectivas nominaciones en esta temporada de premios.

El cine de Joachim Trier tiene una sensibilidad que pocas veces se ve en la actualidad y demuestra por qué es un director distinto. Un realizador que se interesa por contar historias donde sus protagonistas se buscan, atraviesan crisis, lloran, ríen y experimentan, casi siempre poniendo el foco en la salud mental, y Sentimental Value es prueba de ello. En este caso, también utiliza el eje de la familia y sus vivencias para explorar un mundo cercano al espectador. Trier nos regala la historia de un padre que usa el cine como una carta de disculpas y, a la vez, como un bote salvavidas con un solo objetivo: remediar la relación con su hija. Y, por suerte, lo logra.
5/5 = Extraordinaria