El ‘found footage’ vuelve a la vida en el debut cinematográfico de Chris Stuckmann, respaldado por Mike Flanagan y Neon. Esta es nuestra crítica de Terror en Shelby Oaks.

En la era dorada de los youtubers que dan el salto a la silla del director, era inevitable que una de las voces más reconocidas de la crítica cinematográfica en Estados Unidos se uniera a la tendencia. Chris Stuckmann, líder de un canal de reseñas que supera los dos millones de suscriptores, logró un hito impresionante al recaudar $1.390.845 en Kickstarter para financiar su debut como cineasta. El proyecto, ya de por sí ambicioso, escaló a un nivel superior cuando el maestro del horror, Mike Flanagan, se sumó como productor, y Neon adquirió los derechos de distribución. Con semejante trío de nombres, las expectativas de los fans del género estaban por las nubes. Sin embargo, la anticipación generada por este respaldo estelar parece haber sido demasiado grande para lo que la película Terror en Shelby Oaks finalmente ofreció.
La ópera prima de Stuckmann sigue a Mia Brennan, una mujer consumida por la desaparición de su hermana Riley, líder de un grupo de investigadores paranormales que se esfumó en una excursión al pueblo abandonado de Shelby Oaks. Doce años después, Mia encuentra una cinta que sugiere que Riley sigue viva, y decide inspeccionar el lugar para dar con su paradero.
El primer elemento que compromete a Shelby Oaks es el mismo que dividió las aguas en el caso de Longlegs con Neon y su estrategia de marketing. Así como el título protagonizado por Nicolas Cage se vendió a la manera de un analog horror cuando se trataba de un thriller paranormal común y corriente, el filme de Stuckmann está comercializado como un digno sucesor de joyas del found footage como Blair Witch Project o Lake Mungo. Lo cierto es que cumple con lo que promete en el primer cuarto de película, pero luego se resguarda en la narración de un drama tradicional y pierde lo logrado.
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Peor aún, a medida que transita el nudo y el desenlace del relato, quiere abarcarlo todo. Se pierde entre las cataratas de jumpscares, la ambición de emparentarse con el terror psicológico, la necesidad de coquetear con los tropos del thriller y el deseo de ser una creature feature. La idea es interesantísima, pero imposible de ser llevada a cabo en solo noventa minutos.
La frase “menos es más” siempre se asocia con el terror de los últimos años, pero hace tiempo no le quedaba tan bien a una película en específico. Lejos está Shelby Oaks de ser uno de esos filmes que se ramifican en múltiples direcciones, y ahí su problema. La historia, tan simple como efectiva, bien se habría beneficiado de ser un found footage de principio a fin. Incluso podría aventurarse que las herramientas del terror psicológico también le habrían aportado solidez. Lastimosamente, su potencial se deforma en la constante mixtura de géneros.

Eso sí, hay que destacar el amor con el que Shelby Oaks está hecha. Para nada se siente como uno de esos filmes que Blumhouse estrena en los primeros meses del año por el mero hecho de recaudar algo de dinero en plena sequedad de oferta cinematográfica. Se trata de una película muy entretenida, pero que no está a la altura del conocimiento que Stuckmann tiene del tema.
Cada plano ostenta una notable añoranza por aquel terror del 2000 y del 2010 que muchos especialistas en el área no consideran dignos de homenaje, pero que el crítico de cine abraza muy afectuosamente. Para aquellos que miran hacia atrás con nostalgia, puede que Shelby Oaks funcione más que para los espectadores que habían depositado todas sus expectativas en la sapiencia del director. De todas formas, es un debut bastante sólido para un cineasta del que se esperan grandes cosas a futuro.
3/5 = Aceptable
La película Terror en Shelby Oaks estrena en cines el 20 de noviembre