La directora de películas como ‘Old Joy’ (2006), ‘Wendy and Lucy’ (2008) o ‘First Cow’ (2019), regresa con una de sus películas más accesibles hasta la fecha. Esta es nuestra crítica de ‘The Mastermind’.

La premisa de The Mastermind parece salida de un cuento de los Coen y la precisión del método podría recordar a Soderbergh. Pero Kelly Reichardt nunca copia, la directora dobla el género hasta hacerlo suyo. Su “film de robos” no tiene adrenalina ni glamour, sino torpeza, rutina y una ironía filosa que atraviesa cada plano. La Mente Maestra del título es en realidad un hombre que no entiende nada: un idiota encantador convencido de que puede ser el protagonista de algo grande.
Reichardt observa ese plan fallido a distancia, con curiosidad pero no hay ningún tipo de épica, sólo el placer de ver cómo todo se desarma con una precisión absurda. En la primera parte puede respirarse algo del pulso metódico de Soderbergh, pero pronto asoma el caos, el humor negro y esa sensación de estar más cerca del absurdo de los Coen que del cálculo de Ocean’s Eleven. Todo se derrumba pero una mira con fascinación ese caos absurdo.
Josh O’Connor está perfecto con su desconcierto constante, su cuerpo fuera de lugar, su mirada siempre un segundo atrás. Reichardt no busca empatía, lo deja a la intemperie, lo expone como un espejismo de la inteligencia masculina. Y ahí reside parte del humor, pero también del desencanto. Además, el jazz que acompaña cada tropiezo suena como un chiste privado entre la directora y el espectador. Todo ese mundo sesentitas casi setentista tan minuciosamente reconstruido, respira desencanto, ironía y pérdida.
Lo más interesante, sin embargo, es cómo The Mastermind funciona como metáfora de su tiempo. A fines de los sesenta se respiraba el ridículo porque Estados Unidos era un país que todavía creía poder ganar una guerra imposible en Vietnam, que insistía en un sueño que ya se había desmoronado. Esa sensación de desengaño, de absurdo institucional, se cuela en cada plano. La película captura un país que ha perdido la fe, donde robar un museo parece un plan razonable.
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Y, fiel a su estilo, Reichardt mantiene algo profundamente godardiano en cuanto a ser fiel al estilo, esa decisión de ser siempre ella misma. La directora se sirve de los géneros sólo para ponerlos en crisis, para hablar del mundo desde los márgenes, desde lo que no encaja. Puede moverse entre épocas o tonos, pero su mirada nunca cambia. La cineasta observa el mundo con la misma calma y lucidez, con esa atención a lo que fracasa sin ruido.

En The Mastermind, el robo es apenas una excusa. Lo que importa es el delirio de creerse capaz, el espejismo del control. Reichardt firma un heist movie donde no hay golpe maestro, sólo la torpeza humana puesta bajo la lupa. Esa manera de filmar el fracaso, de hacer cine sobre la nada que insiste es lo que la hace única.
Por último, el tercer acto es una belleza. El intento de huida del personaje, el barro en el que está, la marcha final en la que todo se cierra. Esa última escena, tan seca, tan perfecta y tan inevitable es una de las del año.
4/5 = Muy buena
En algunos paises The Mastermind se encuentra en cines a partir del 23 de octubre. Próximamente en MUBI.