La serie española que fue parte la edición 2024 del Festival de Venecia, llega a la plataforma MUBI. Esta es nuestra crítica.

Los años nuevos es una historia sobre el amor a lo largo de una década. Es como si pudiéramos ver qué pasó entre Before Sunrise (1995) y Before Sunset (2004) de Linklater, si Jesse y Céline se hubieran reencontrado. Pero, a la vez, mezcla elementos de One Day tanto de la película como de la serie donde sus protagonistas se cruzan cada año, entre fiestas, malentendidos y un cariño persistente. También tiene esa construcción de lo íntimo que vemos en Normal People: una forma de atender al otro sin decir nada.
Contado así, parece que Los años nuevos es algo que tranquilamente podríamos haber visto antes, pero la realidad es que no. Rodrigo Sorogoyen (As bestas), como guionista y director, acompañado por Sandra Romero y David Martín tras la cámara, nos regala una historia de amor madura, que se siente real, mundana y que no solo atraviesa el amor romántico, sino también la familia, las amistades y los conflictos internos. En resumen, la vida misma.
Óscar y Ana se conocen en 2015, en Año Nuevo, en un bar de Madrid y de casualidad. Ese momento del año será el elegido para estructurar cada capítulo de la serie, porque a medida que avanza nos posicionamos siempre en el 31 de diciembre o el 1 de enero. Esta elección no es arbitraria: Óscar cumple años el último día del año y Ana lo hace el primero, por lo que esa fecha es clave para ambos. Ese 31 de diciembre de 2015 los marcó para siempre y nada volverá a ser igual. Entre ellos se crea una unión difícil de romper, casi como el mito del hilo rojo, del cual seremos testigos.
La elección de la edad de los personajes tampoco es arbitraria. Empezar la serie con 30 años pone a sus protagonistas en jaque. Los 30 son la década en la que uno supuestamente debe asentarse, tener decidido qué quiere hacer de su vida. El entorno está en la misma situación y es por eso que veremos parejas consolidadas, nacimientos y eternos solteros.
Lo mismo ocurre con la elección del día. Las fiestas son un momento reflexivo, casi nostálgico, en donde vemos y analizamos nuestro año para pensar qué podemos arreglar en el siguiente. Y es así como avanza la historia, que está muy bien dividida en dos partes. En los primeros cinco capítulos seremos testigos del amor entre Óscar y Ana, su construcción, su consolidación y su final, un poco caótico, en Berlín. El capítulo cinco nos muestra a una pareja que, aunque hace todo por mantenerse en pie, ya no tiene nada que hacer. Ese viaje a Berlín es un último manotazo de ahogado para salvar la relación, que no consigue salir a flote
La segunda parte comienza con Óscar en un hospital, atendiendo enfermos en medio de una pandemia. Pero el trabajo no es lo único que ocupa su mente, sino también Ana, quien no aparece en todo el capítulo, solo a través de mensajes de texto felicitando al cumpleañero. En el capítulo siguiente, Ana es la gran protagonista. Ahora vive en Lyon, Francia, y tiene su propio emprendimiento gastronómico. Está en pareja con Manu y la reciente pérdida de su padre la afecta profundamente. Casi como si fuera obra del destino, en medio de una crisis en la vía pública aparece Óscar para rescatarla, y una caminata por el centro logra alejar los malos pensamientos que la agobian. Los últimos tres capítulos serán una ida y vuelta entre ambos, con un factor muy importante a destacar: Ana ha sido madre.

El último capítulo, con un cuarto de hotel como única locación, muestra a Ana y Óscar tratando de descifrar qué hacer con sus vidas. Ella se siente capaz de dejarlo todo y empezar una nueva relación con él. Él no se siente listo para que su corazón vuelva a sufrir una partida. Presiente que su amor tiene fecha de caducidad y no se anima a arriesgarlo todo. Los traumas del pasado no lo dejan avanzar. Entre besos, planteos y reproches, parece que todo acabará en ese cuarto. Que cada frase que se han dicho será olvidada y que cada uno seguirá con su vida como pueda. Pero, como dice una gran canción del rock argentino, el amor es más fuerte. Y esa mirada cómplice del final entre ambos es testigo de ello: de un futuro incierto, pero en el que hay algo que no faltará, el amor.
Se debe destacar cómo, a pesar de contar con tres directores distintos, la estética se mantiene coherente. Una fotografía apagada, con una fuerte presencia del azul, color elegido no solo para los pósters promocionales, sino también para gran parte de la serie y para momentos clave de la historia. De alguna manera, ese azul tan presente nos remite a una realidad un poco pesimista y deprimente, pero que se ilumina con la presencia de sus protagonistas.
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Y si hablamos de la actuación de sus protagonistas, es uno de los puntos más fuertes del proyecto. El trabajo realizado por Iria del Río y Francesco Carril es excepcional. Ella aporta una frescura que impacta, una inquietud que la vuelve curiosa frente al mundo que la rodea e inicia el recorrido de sus treinta sin saber muy bien qué hacer. Ese impulso choca con la aparente estabilidad de Óscar, un joven médico que parece tener la vida resuelta, pero que, en realidad, está igual de perdido que Ana.

Ambos parecen crecer capítulo a capítulo junto a sus personajes. Sus interpretaciones comienzan en un tono más cómico, para ir volcándose al drama hacia el final de la serie, siendo el capítulo 5, el momento de la crisis de pareja, un punto cúlmine. Ambos dejan todo en la secuencia del auto o taxi. En un espacio reducido, en medio de un país que ninguno conoce, sueltan las verdades y los problemas que sienten. Los equipajes que cargan no son físicos, sino emocionales, y demasiado pesados para seguir llevándolos. Para el final del recorrido ya no hay nada que decir. Ambos se han lastimado, se han hecho daño mutuamente y la relación no volverá a ser la misma. Esta escena representa solo un pequeño porcentaje del gran trabajo que los actores realizan a lo largo de toda la serie.
Sin dudas, Los años nuevos es una experiencia audiovisual que no te podés perder. Un recorrido de una década por la vida de una pareja que se vuelve real. Somos testigos de su intimidad, vemos su confianza y cómo se va construyendo, al igual que su complicidad. Somos espectadores de una relación con todo lo bueno y lo malo que eso implica. Conflictos que nacen de la falta de comunicación, encuentros y desencuentros que parecen orquestados por el destino, pero, sobre todo, es una historia donde el amor permanece. Puede sonar cursi decirlo, pero verla en esta época del año vuelve su visionado aún más especial. Y aunque todo parezca gris (o, en este caso, azul), siempre tendremos a alguien con quien contar. Ojalá todos puedan tener un Óscar o una Ana en sus vidas.