Josh Safdie (‘Good Time’, ‘Uncut Gems’) se separa de su hermano y presenta una película solitario sobre un gran soñador y jugador de ping-pong. La cinta fue vista por nosotros en el NYFF63.

¿Están listos para algo supremo? Bueno, deberán esperar un poco para ello, pero algunos de los asistentes del recien pasado New York Film Festival tuvimos la oportunidad de ser la primera audiencia pública en presenciar el estreno mundial de la película Marty Supreme, cinta en solitario de Josh Safdie con Timothée Chalamet como protagonista. Sucedió justamente luego del primer fin de semana de estreno en Estados Unidos de La maquina, de Benny Safdie, la otra mitad de quienes la cinefilia reconoce como los hermanos Safdie (y sí, son hermanos en la vida real) cuyos caminos divergentes no dejan mucha esperanza de que se vuelvan a reunir creativamente en un futuro muy cercano.
A meses de su estreno oficial, pautado para el 25 de diciembre de este año, la euforia previa a lo que fue programado como un Secret Screening en parte denunciaba que ya era un secreto a voces cuál sería la película a ser revelada, que terminó siendo exactamente la que todos estábamos esperando. Si había un festival donde Marty Supreme habría sido presentado antes de su estreno no podía ser otro sino el New York Film Festival, no solo por la estrecha relación que los hermanos Safdie tienen con el festival (Uncut Gems fue presentada en una pasada edición), sino porque cuenta una historia ambientada en el New York de la década de 1950, a la par con ese electrizante ritmo y eclecticismo de ficciones y personajes neoyorquinos que van desde las contribuciones de Scorsese hasta los aportes de los hermanos Safdie.
Si bien la película cuenta una historia del pasado que en teoría es el biopic de un deportista real, no hay nada aquí hierático o sobrio que sugiera que al menos uno de los Safdie no está dispuesto a domesticar su estilo en favor de crear una prístina película de prestigio. Y tan delirante y endemoniada como es, con un estilo vibrante más afín al cine de la década de 1980, ese rechazo a cualquier forma de contención irónicamente la ayudará a posicionarse como una de las alternativas «prestigiosas» a ser candidatas al Oscar a Mejor Película (y otras categorías). Esta es la obra de un autor americano mayúsculo, y que se hace mayúsculo con su nombre en solitario en el curso de las más de dos horas y media que dura su odisea fílmica.
Marty Supreme cuenta la historia de Marty Mauser (Timothée Chalamet), un joven campeón de tenis de mesa, (coloquialmente conocido como ping-pong) que está dispuesto a convertirse en el más grande jugador de un deporte que a nadie le importa en América. En aquel entonces el tenis de mesa era bastante popular en países como Japón, donde se celebraban torneos mundiales en los cuales participaban representantes de distintas naciones. Técnicamente el personaje está inspirado en la vida de Marty Reisman, un tenista de mesa criado en el Lower East Side de New York, pero es mejor tomar esto como un dato oblicuo que como algo fundamental. Y aunque si hay mucho de ping-pong a lo largo de la película (incluyendo una pequeña secuencia donde Marty juega contra una foca).
Lo que Safdie construye no es una mera película motivacional de deportes —o deprimente como la que estrenó su hermano Benny recientemente—, así como tampoco es un biopic tradicional de auge y caída —nuevamente, esa descripción se ajusta mejor a la película de Benny—.
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En manos de Safdie y encarnado por Chalamet, Martin Mauser se presta para un un estudio de personaje sobre ambiciones desmedidas y excepcionalismo individual llevado hasta el extremo. No es tanto un cuento con moraleja, como una radiografía cultural de un país que engendra monstruos con un hambre voraz en los cuales se borran las fronteras entre talento y fraude. ¿Dónde comienza el genio o un talento virtuoso, y donde acaba el farsante y manipulador en una misma persona? Marty no puede ser un jugador de ping-pong a tiempo completo, porque sin importar que tan grande es su talento y que tan exitoso sea jugándolo en torneos internacionales, el dinero para continuar haciéndolo sigue siendo un problema mientras su pasión no le trae también ganancias materiales.

El protagonista trabaja en una tienda de zapatos, dónde demuestra gran pericia para vender («podría venderle zapatos a un amputado», dice en una oportunidad) pero rara vez se le ve allí cuando no está jugando o tramando cualquier otra forma de conseguir dinero fácil ya sea, entre muchas otras, en sus intentos de seducir a Kay Stone (Gwyneth Paltrow), una famosa actriz de cine madura ahora semi-retirada, o convencer al marido magnate de ella, Milton Rockwell (Kevin O’Leary, sí el de Shark Tank) de patrocinarlo. Marty siempre está manteniendo varias partidas a la vez en su vida profesional y personal, con incansable energía para buscar la forma de conseguir dinero para el siguiente viaje, el siguiente torneo, el siguiente partido, con la convicción de que debe hacer todo lo que sea necesario para llegar al sitio donde será campeón.
Por supuesto, no hay demasiados escrúpulos o consideraciones realistas que lo hagan detenerse, ni siquiera cuando se trata de Rachel, su amiga de la infancia, y ahora su amante casada con otro, a la cual ha embarazado (Odessa A’zion es una revelación). Al contrario, si Marty se detuviera a pensar por un momento en lo que hace y las consecuencias que sus acciones acarrean probablemente no podría soportarse a sí mismo, en la misma medida que nadie que lo conozca acaba soportándolo demasiado tiempo. ¿Qué es peor que un talento insoportable? Un talento insoportable donde ni el propietario de ese talento consigue beneficios duraderos gracias a ello.
Al tratarse de una película que apenas ha sido vista por unos pocos, y esto se mantendrá así hasta diciembre, sería irresponsable dar demasiados spoilers. Lo que considero aceptable decir es que Marty Supreme es la clase de película que desde su hilarante secuencia de apertura de créditos te engancha en una obra que le hará honor a su título. Puedo decir también, sin asomo de duda, que esta es una de las mejores películas del año y de las más exquisitamente fotografiadas (Darius Khondji responsable de Seven, Amor y las recientes Eddington y Mickey 17 a cargo). Y es algo que reconoces enseguida en la sucesión de escenas que son brillantes y vibrantes en sí mismas, dónde cada desvío narrativo o broma visual son fundamentales para el cuadro completo.
Una escena temprana, por ejemplo, involucra un panal de abejas y un flashback durante el Holocausto, y se desenvuelve como probada de que esta es una película impredecible y llena de sorpresas. Puedo añadir, a su vez, que contiene además el que probablemente sea el performance masculino más grande e icónico del 2025. Nunca habíamos visto a Chalamet encarnando un rol así de despreciable, canalizando todo su carisma y encanto en la personificación de un agujero negro de ambición insaciable y egoísmo irrestricto. Es el que quizá sea considerado como su performance esencial como estrella de cine certificada.

La película Marty Supreme es una épica americana repulsiva que mira con recelo el individualismo americano del cual hacen gala los biopics a través del filtro de una película de deportes desquiciada. Si bien no es una deconstrucción de esos géneros, se distancia en su interés por evitar cualquier forma de «relato ejemplar». Combina humor y tensión con maestría, un paso más allá de lo que tanto nos sedujo de previas obras de los Safdie, esta vez con todos los añadidos de un exquisito diseño de producción y el alto presupuesto que A24 le ha conocido a Josh como una apuesta tan incierta como las que hace su personaje principal.
Se trata de un film con garra y bilis que te dejará atónito minuto a minuto, y en la cual no hay triunfo por el cual tu corazón quiera saltar; aunque la batalla de voluntades entre Marty y Rockwell deja una opción clara (si Chalamet crea un personaje deleznable, O’Leary le da vida a un desgraciado aún peor). Este es el viaje de un ganador que lo es porque nunca acepta que ha perdido. Eres un ganador mientras reclamas tus victorias, las puedas certificar o no, hasta que descubres el verdadero e intangible premio, casi cuando es demasiado tarde para tu alma.
5/5 = Extraordinaria
Esta crítica forma parte de nuestra cobertura al 63rd New York Film Festival