Querido Hirokazu:
Lo que mostrás de Tokyo nos queda lejos. Las costumbres culturales japonesas no podemos verlas en su dimensión ni comprenderlas. Mas allá de esa distancia, pude sentir tu película merecía la palma de oro por méritos propios indiscutibles. Además reconoce a todo el cine asiático de los últimos tiempos; Old Boy la merecía, Lady Vengance la merecía; La Tokyo pobre y helada que filmaste es visualmente áspera con momentos de belleza cautivante, ya sea una tetera hecha añicos, una bacha atestada de cosas sin lavar o una bañera todo rajada y llena de sarro.
¿Con quién dialoga Shoplifter?
La vida de los pobres del conurbano de Tokio es el tema, pero por supuesto vos hablás de otra cosa. ¿Qué es esa cosa? Tengo mi teoría y se relaciona directamente con la escena final del colectivo; ese instante eterno.
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¿Estás hablando del contenido de la frase del poeta W. Auden?
“¡Amar a los vecinos torcidos con sus problemas torcidos!” Esa es la idea, pero que difícil ¿no? Somos familia o Shoplifter (su nombre original) la vi en la Semana de Cannes en cine Gaumont a fin del año 2018 con la presencia de Thierry Fremaux. El director de Cannes en persona en el barrio venido a menos de Congreso de Buenos Aires en la sala, quien salió a comprarse una latita de gaseosa mientras hacíamos la cola para entrar y dos fieritas remera de club de fútbol del ascenso (Almirante Brown, la Fragata de Isidro Casanova, pero para vos eso es decirte algo incomprensible) lo encararon y manguearon. El pelado con modales impecables les conversó algo y zafó con cara de feliz. Fue una noche de cine en serio. Estar ahí junto a Manuel y Alejandro mientras veíamos como comía la familia protagonista fideos reunidos en la mesa derruida, haciendo ruido fuerte con la boca decíamos “como el bambo de chico”.
Nos reíamos con la complicidad que da la amistad, felices en la oscuridad de la sala. De a ratos a tu película no le importa nada, no le tiene miedo a nada. La parte de la playa, conmovedora. Y el final, el colectivo del final… que grande Hirokazu, que grande.
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Me despido, gracias por aquella noche y te transcribo unos párrafos que mandó mi amigo Alejandro quien escribió especialmente esto, sabiendo que nunca lo leerás. Dice una letra de Andrés Calamaro, cantante argentino que vivió en Madrid muchos años y volvió con un acento extraño, “…y la luna fue nuestra compañera, la mañana también nos alcanzó, navegando en una balsa de madera, los esclavos del loco corazón…” No existen otros motivos para escribir estas cosas ¿no?
Alejandro escribió para vos:
“Tengo muy nítido el recuerdo del inicio de la película. Un delicioso plano nos muestra una barriada humilde. Un travelling de una persona por los pasillos de aquel lugar. Los diálogos tenues entre un hombre y una niña coronan esos primeros cuadros; Una muestra de enorme talento y delicadeza en el arranque. Eso sí, apenas uno se despierta se da cuenta de que se acaban de atestiguar un delito . Lo expuesto no debería resultarnos paradójico, el arte, cuando es bueno, es capaz de generar esa magia; no tiene límite en ese sentido: te puede mostrar de la manera más bella lo más espantoso; nos propone un realismo embellecido y sincero a la vez.”
Va una reverencia para Ud.
M.
